La izquierda, aunque atea, insiste una y otra vez en beatificar al criminal.
Justo es reconocer que también hay alumnos y graduados con pensamiento crítico, que eluden estos disparates en la primera oportunidad que se les presenta.
PARADOJA INFINITA
Este absurdo intelectual es el que informa y condiciona la política criminal argentina desde hace más de tres décadas.
Este
De esta forma, en estas tierras, a mediados de los años '80, las obras de Alessandro Baratta, Massimo Pavarini, Thomas Mathiesen, Nils Christie, Louk Hulsman y Michel Foucault, eran consideradas verdaderos oráculos en los
La progresía vernácula quedó maravillada con aquel revoltijo de ideas, que ya había tenido su aperitivo en la ensalada ochentosa de tipicidad y culpabilidad.
Zaffaroni se fue convirtiendo en el gurú del penalismo local. Sus postulados se convirtieron en evangelios laicos en facultades de Derecho, institutos de posgrado, Consejos de la Magistratura, cátedras, seminarios, congresos y jornadas.
ES PRESENTE
Pero, no es pasado. Es presente. Esta fascinación está intacta en el mundo académico y en el Pretorio.
Aunque, si alguien logra romper la burbuja y mirar tan solo un instante el mundo exterior, podrá advertir sin hesitación que los sofismas abolicionistas y la santificación del criminal no han servido sino para lograr que el Sistema Penal Argentino se haya convertido en un laberinto que, a la larga o la corta, permite que el delincuente eluda la sanción, el castigo, la pena.
El abolicionismo no sólo ha invertido el paradigma milenario del Derecho Penal (El criminal es la víctima. La víctima, el victimario), sino que -además- engendró magistrados agnósticos de la pena. Jueces que sienten culpa al imponer sanciones penales. Fiscales que actúan como defensores. Defensores que se asombran por el rol que desempeñan sus contradictores procesales. La ensalada sigue servida.
Resulta imperativo volver a las fuentes del Derecho Penal y defenderlo de estos intentos de destrucción. No existe comunidad jurídicamente organizada en todo el planeta sin un sistema punitivo que sancione la conducta desviada. No existe una sociedad sin normas. No existe una sociedad sin consecuencias ante el incumplimiento de la Ley.