Hace exactamente una semana las finanzas nacionales se tambaleaban al borde del precipicio mientras los funcionarios conducían febriles, desesperadas negociaciones hasta que en las últimas horas del domingo un par de tuits procedentes de Washington alcanzaron para rescatar al gobierno de Javier Milei, frenando una corrida contra el peso que prometía un lunes catastrófico.
El secretario del Tesoro norteamericano Scott Bessent escribió que “la Argentina es un aliado sistémicamente importante de los Estados Unidos en América latina, y el Tesoro estadounidense está dispuesto a hacer todo lo que sea necesario, dentro de sus atribuciones, para respaldar a la Argentina.” Pocos minutos después, la directora del FMI Kristalina Georgieva comunicó la satisfacción del organismo con ese anuncio.
Al día siguiente los mercados abrieron a la baja, y pareció regresar la tranquilidad, reforzada es cierto mediante una manganeta con las retenciones a las exportaciones agropecuarias que le permitió al Gobierno hacerse de 7.000 millones de dólares adelantados por las cerealeras, una operación financiera que para ellas representa una ganancia de 1.700 millones de aquí a fin de año, y para los productores cero.
El salvataje estadounidense se vio reforzado en la semana por un encuentro personal entre Milei y Trump en Nueva York, un “aparte” (según la descripción de la Casa Blanca) en el marco de la Asamblea General de la ONU que no llegó a durar cinco minutos y durante el cual el mandatario argentino fue obsequiado por su par estadounidense con una copia en papel de un tuit de respaldo emitido poco antes por el propio Trump.
“Tenemos una tremenda relación con Argentina, que se ha convertido en un fuerte aliado, gracias al presidente Milei”, consignó Trump en ese mensaje, cuyo estilo revela que lo escribió personalmente. “Espero seguir trabajando estrechamente con él para que ambos países puedan continuar por sus increíbles caminos de éxito. Argentina: Javier Milei es un muy buen amigo, un luchador y un ganador, y tiene mi respaldo completo y total.”
Estos mensajes de Washington, su contundencia, apaciguaron notoriamente a los mercados, que reaccionaron al alza especialmente en el frente externo. Tanto el hugonote Bessent como el presbiteriano Trump demostraron de este modo poseer inesperados poderes carismáticos: produjeron la sanación exclusivamente mediante la palabra. Porque hasta después de las elecciones el respaldo norteamericano no se va a traducir en hechos, y las expectativas son muchas, variadas, y no siempre optimistas.
QUE OFRECEN
Pero veamos qué es lo que ofrece el secretario del Tesoro. En un segundo tuit, más preciso, enunció los siguientes instrumentos: compra de bonos argentinos, otorgamiento de un préstamo puente, canje de monedas por 20.000 millones de dólares, y compra de deuda gubernamental secundaria o primaria. Toda esta batería, entendamos, apunta exclusivamente a las finanzas y tiende fundamentalmente a dar seguridades a los acreedores de la Argentina acerca de que no habrá un default en el horizonte.
La pregunta que se hacen muchos es: ¿todo esto a cambio de qué? La primera respuesta es geopolítica, y la expone claramente Trump en su mensaje: la Argentina se ha convertido en un aliado casi único de Trump en su anacrónica intención de devolver a los Estados Unidos su perdida condición de potencia hegemónica en un mundo que se inclina hacia la multipolaridad. Sólo la acompañan enfáticamente Israel y, hasta cierto punto, Italia.
Pero quien mejor resumió las expectativas del Norte respecto de la Argentina fue la encantadora Gita Gopinath, quien abandonó por un momento sus actividades académicas en Harvard para hablar del país que solía ocupar su atención en el FMI: “El apoyo de los EE.UU. contribuye por cierto a prevenir los movimientos monetarios especulativos”, escribió en un tuit. “Sin embargo, el progreso perdurable requiere que la Argentina adopte un régimen cambiario más flexible, acumule reservas, y construya apoyos para sus reformas internas”.
O sea: flotación libre del dólar, acumulación de divisas en el Banco Central, y búsqueda de consensos políticos que aseguren gobernabilidad. Hay otro requisito que aparece en varios de los mensajes citados, y es el del crecimiento económico, la salida de la recesión, la recuperación del salario. “Se necesitan disciplina fiscal y reformas favorables al crecimiento para quebrar la larga historia de decadencia de la Argentina”, escribió Bessent. “Un crecimiento más inclusivo y sustentable para el pueblo argentino”, reclamó Georgieva.
Si uno lee estas cosas con atención se da cuenta de que lo que Washington le está pidiendo explícitamente a Milei a cambio de su apoyo son dos cosas que sus seguidores más prudentes y sus opositores con mayor o menor vocación de diálogo le vienen reclamando desde que inició su mandato: libertad cambiaria, políticas de crecimiento y búsqueda de consensos políticos. Milei nunca entendió esos reclamos, y el gran interrogante abierto ahora es si está capacitado para entenderlos y llevarlos a la práctica.
Esa incapacidad, sumada a una soberbia insoportable, sometió al pueblo argentino a dos años de sacrificio inútil, demostró una incomprensión absoluta sobre la calidad del patrimonio intelectual, natural y humano de la Nación y un desconocimiento imperdonable de sus tradiciones y valores, descuidó su posición geopolítica, destruyó muchas cosas valiosas que llevó tiempo y esfuerzo construir, introdujo arbitrariedades, abrió las puertas a la corrupción, y condenó a la población a la miseria, la desesperanza y la ignorancia.
Más allá de la espuma de los titulares periodísticos, los mercados reaccionaron con cautela y selectivamente. Así como los bonos argentinos se recuperaron signficativamente en Nueva York tras los anuncios del gobierno estadounidense que aventaron la posibilidad de un default en materia de deuda soberana, el índice Merval, que refleja las expectativas sobre el comportamiento de la economía real, no paró de caer en toda la semana. Aquí el escepticismo sobre la capacidad del gobierno para reorientar su gestión económica predominó sobre cualquier entusiasmo fácil.
CRIMEN MACABRO
Esta semana la opinión ciudadana se vio conmovida por el crimen macabro de tres adolescentes a manos de una banda de narcos peruanos, asentados desde hace décadas en la ciudad de Buenos Aires. La menor de ellas, de 15 años, resume la historia social argentina de estos años: nació con Cristina Kirchner, se crió con Mauricio Macri, se educó con Alberto Fernández, y cayó en la prostitución -que había encarado con la claridad de propósitos, la ambición y el empuje de un entrepreneur- y fue asesinada por extranjeros con Javier Milei.
La crónica periodística ofrece el contexto de este crimen: apenas un 10% de los estudiantes argentinos termina la secundaria en tiempo y forma, y con un nivel aceptable en lengua y matemáticas. Nueve de cada diez tienen dificultades para encontrar trabajo, y cuando lo encuentran es temporal y mal remunerado. Las guardias de clínicas y hospitales no dan abasto para atender episodios de emergencia psiquiátrica en niños y adolescentes. En la provincia de Buenos Aires, dice el ministro de seguridad Javier Alonso, los suicidios duplican a los homicidios.
Ahora la tragedia social así resumida queda en una impasse
hasta los comicios legislativos de octubre, cuando todo indica que a lo largo y a lo ancho del país la ciudadanía va a responder adecuadamente a esos agravios. Ese resultado adverso es dado por descontado incluso en Washington, donde cada una de las promesas de colaboración quedó postergada “hasta después de las elecciones.” No es tanto el recuento de votos lo que preocupa al flamante socio del Norte, sino la capacidad del gobierno para reinventarse.