Ciencia y Salud

Sados y Masoquistas: una historia de preferencias

Estos términos que se usan casi a diario no nacen de la observación clínica, sino de confesiones literarias de dos individuos que pasaron a la historia por sus particulares aventuras sexuales.
Los caballeros en cuestión eran personas cultivadas, de nobles familias, pero víctimas de pasiones descontroladas y de características divergentes, que volcaron sus preferencias en libros autorreferenciales. Estos se hicieron famosos no por sus méritos literarios, sino por las crudas descripciones de sus prácticas sexuales. 
Vale aclarar que ambos terminaron sus días en manicomios.
El más conocida de ellos fue Donatien Alphonse François de Sade (1740-1814), más recordado como el Marqués de Sade (valga decir que era conde, pero el señor se daba aires con títulos superiores a los propios), cuyo nombre se ha convertido en sinónimo de crueldad durante el acto sexual.
Tanto el sadismo como el masoquismo no necesariamente son una perversión, pero se convierte en tal cuando estas conductas afectan la vida social del individuo.
Vale aclarar que en casi todo acto sexual hay una pizca de violencia y otra de sometimiento, como describía el otro integrante de la esta dupla, el menos conocido de ellos, Leopold von Sacher-Masoch (1836-1895), cuyo nombre fue utilizado por el Dr. Richard von Krafft-Ebing (1840-1902) en su clásico Psicopatía sexual, escrito en 1886, para describir esta sumisión y búsqueda de placer en el dolor.
 
Leopold von Sacher-Masoch
Nació en el Imperio austrohúngaro y cursó estudios de Derecho e Historia en Graz, ciudad en la que se dedicó a la docencia y, con el tiempo, al periodismo y la literatura. Al principio de su carrera escribió cuentos folclóricos y novelas históricas. Así logró cierto prestigio que le granjeó la amistad de literatos de la talla de Émile Zola, Henrik Ibsen y Victor Hugo. 
De no haber revelado sus atribuladas preferencias sexuales, von Sacher-Masoch hoy sería un literato extraviado en el tiempo, pero sus preferencias se fueron abriendo camino en sus textos, especialmente al relatar la truculenta vida de la condesa húngara Isabel Bathory (1560-1614), acusada de torturar y matar a más de 600 personas con la ayuda de sus sirvientes. Este número la convierte en la asesina serial más prolífica de la historia. 
La condesa, obsesionada por la belleza, usaba la sangre de jóvenes vírgenes para bañarse en ella, en busca de la eterna juventud.
El primer  textos donde von Sacher-Masoch describe su gusto por ser maltratado fue en  su libro Las Venus de las pieles (1870), donde relata el curioso contrato suscrito con la baronesa Fanny Pistor, comprometiéndose a ser su esclavo a lo largo de seis meses, sometiéndose a todo tipo de vejámenes y a obedecer las órdenes de la baronesa so pena de ser castigado como y cuando ella lo desease. 
Pasados seis meses, el contrato fue olvidado, aunque preservado como prueba de las preferencias del escritor, que incluían generosos azotes en las nalgas propinados por la baronesa, quien debía usar prendas de piel, tal como lo señala el título de la novela.
La baronesa se cansó del escritor y sus manías, cosa que lo obligó a buscar otra compañera de juegos eróticos, que en este caso se convirtió en su esposa: Angelica Aurora Rümelin (1845-1908).
Una vez fallecida, su marido, y un año antes de su propia muerte, Aurora escribió Confesión de vida, donde relata cómo su cónyuge organizaba juegos de salón que él llamaba “de bandoleros”, en los que Aurora y su criada debían vestirse con pieles, perseguir a von Sacher-Masoch por su casa como si fuesen malhechores, capturarlo, desnudarlo, maltratarlo y finalmente azotarlo con tanto entusiasmo que sangraba, cosa que estimulaba a Masoch al punto de rogarle que le pegase sin piedad.
“¡Cuánto más me haces sufrir, más feliz soy!”, exclamaba extasiado.
En 1887, Aurora pidió el divorcio y, en el proceso judicial describió con lujo de detalles los escabrosos hábitos de su cónyuge, que había tolerado (y compartido) por 14 años.
Parece que la divulgación de sus hábitos no lo desanimó en lo más mínimo, y Masoch volvió a casarse con Hilda Meister, hasta entonces secretaria de la revista Sobre la cima, que el mismo escritor dirigía.
Dicen que ella lo curó de esa obsesión, o quizás el hombre ya no estaba para esos trotes. En 1895 fue internado en un asilo porque se cría un gato y, como felino cruel, atacaba a su cónyuge a arañazos. Allí murió por una afección cardiaca.
 
Richard von Krafft-Ebing
Fue el primer psiquiatra que estudió los hábitos sexuales a los que clasificó y sistematizó.
Médico de extensa formación, había estudiado en Zúrich, Viena, Praga y Heidelberg, acumulando distintas historias clínicas de “desviaciones sexuales”, clasificadas a partir del objeto (pedofilia, zoofilia, homofilia, etc.) y la finalidad (masoquismo, exhibicionismo y fetichismo) del impulso sexual.
Como los textos de von Sacher-Masoch eran de público conocimiento, von Krafft-Ebing usó su nombre para describir esta tendencia en vida del autor, circunstancia que no le cayó muy bien al aludido.
La posterior publicación del diario de su esposa confirmó las tendencias de Masoch, hoy recordado por su deseo impostergable de ser flagelado.
 
Donatien Alphonse François de Sade
Fue más conocido como el Marqués de Sade, título que usurpaba porque le otorgaba una precaria –muy precaria– inmunidad, ya que de los 74 años que vivió paso casi 30 años encerrado en cárceles (como la célebre Bastilla) y clínicas para lunáticos. 
Su filosofía se resumía en una frase: “El único y más alto placer del amor se encuentra en la certeza de hacer sufrir al ser amado”. 
Estas inclinaciones afloraban en orgías desenfrenadas donde daba rienda suelta a su ánimo de libertino. 
Su padre, preocupado por la violencia de su hijo, lo instó a canalizar su libido en el ejército durante la Guerra de los Siete Años, donde llegó a servir como capitán de caballería. Sade evocaba esos tiempos con una sonrisa, recordando el fragor de la guerra con sablazos por acá ,sablazos por allá, sangre, violencia y sexo por todos lados.
Terminado el conflicto, volvió a su vida poco ejemplar, frecuentando casas de juego, lupanares y protagonizando escándalos de todo tipo. Su pobre padre pensó que el matrimonio aplacaría las tendencias violentas de su hijo y lo casó en 1763 con una bella jovencita llamada  Renée-Pélagie Cordier de Launay, oriunda de Montreuil (1741–1810). 
El progenitor pronto se dio cuenta de su equivocación porque lo de François era una idea fija. Bastó un año para que la policía debiese intervenir a fin de  frenar los impulsos del conde-marqués, que latigaba a las prostitutas de un burdel. Aun así, tuvo tres hijos con la bella Renée.
“En el amor todas las cumbres son borrascosas”, y Sade alcanzó muchas cimas  que lo llevaron a pasar varios años de su vida en una prisión. En abril de 1768 fue acusado de torturar a una joven a la que había llevado engañada a su finca en Arcueil. Obviamente, hubo más de una versión y solo fue condenado a siete meses de prisión y al pago de 100 libras. Para entonces, todo el mundo hablaba de Sade.
En 1772 organizó una orgía en Marsella y, a falta de viagra, repartió cantarida o “mosca española” que actuaba como un afrodisiaco. Tanto se entusiasmaron con esta sustancia que pasaron el límite recomendable y varios participantes murieron de sobredosis. Cuando la policía intervino le llamó la atención una serie de números escritos en la pared: era la suma de traseros flagelados que sumaban  859 nalgas “rojas como mandriles” (sic , nihil novus sub sole).
La sentencia se dictó en rebeldía, ya que el marqués se fue a Italia en compañía de su cuñada. Al final fue capturado y conducido a la prisión, donde, para matar el tiempo, empezó a escribir su novela más famosa, Justine o los males de la virtud.
De esa época data una carta que le dirigió a su esposa donde confesaba:
 “Que no he hecho, ni sin duda haré, todo lo que he imaginado. Soy un libertino, mas no un criminal”. 
Y probablemente no lo haya sido, ya que durante el Terror abogó por la suspensión de la pena de muerte, mientras rodaban las cabezas de sus amigos aristócratas.
Probablemente, además de esta perversión que ha llevado su nombre (y este caso sus preferencias sexuales perturbaron su vida diaria), el conde-marqués haya sido un obsesivo porque solía llevar un exacto registro numérico de todo: los latigazos propinados, sus amantes, los días prisión, el tiempo que llevaba separado de su esposa, las cartas que él le había escrito (140) y sus respuestas (100). Quizás sea obvio decir  que el matrimonio terminó en divorcio y que Sade no puedo cumplir con las obligaciones pecuniarias porque murió en la ruina.
Como no podía con su genio, cuando Bonaparte se convirtió en el hombre fuerte de Francia, Sade publicó un relato llamado Zoleó y sus dos acólitos (1800), donde describe un triángulo amoroso entre Napoleón, Josefina y Paul Barras (miembro del Directorio, antiguo amante de la ahora esposa del corso y conocido por su conducta inmoral y corrupta).
Todos pensaron que este sería el fin de la vida de Sade, pero, en lugar de ser ejecutado fue una vez más internado, esta vez en el nosocomio de Charenton, donde entró bajo el diagnóstico de “demencia libertina”. Allí organizaba obras de teatro donde él dirigía a los demás internos. Eran tan interesantes que había gente que venía de París a verlo.
Murió en 1814 y fue enterrado bajo una lápida que dice:
“Arrestado bajo todos los regímenes, 
Paseante, arrodíllate para rezar
Por el más desdichado de los hombres”.

Años más tarde fue desenterrado y su cráneo estudiado por frenólogos para  determinar si entre sus accidentes óseos podía descubrirse la causa de su libertinaje. Obviamente, no llegaron a ninguna conclusión válida.
Probablemente ambos personajes hubiesen coincidido con Oscar Wilde, quien, casi un siglo más tarde, afirmaba que la mejor manera de liberarse de la tentación era caer en ella.