Cultura
SE CUMPLEN 45 AÑOS DE LA MUERTE DEL AUTOR DE "LA IGLESIA CLANDESTINA"

Sacheri, o la verdad amable

El asesinato en 1974 del brillante filósofo católico puso fin a un magisterio espiritual que empezaba a proyectarse sobre la política del país en tiempos de violencia y discordia. La palabra de su biógrafo.

Era un hombre cordial pero enérgico, admirado por su inteligencia y su erudición de tomista eximio, un conferencista incansable que viajó por todo el país (y también por Uruguay y Chile) dando charlas ante públicos diversos, y un católico valiente que no tuvo miedo de levantar la voz en tiempos aciagos. Ese compromiso extremo, ejemplar, le costó la vida en un sacrificio martirial que hoy pocos conocen, y menos aún valoran.

Aquello ocurrió hace hoy 45 años, el 22 de diciembre de 1974. Carlos Alberto Sacheri fue asesinado un mediodía de domingo en la localidad bonaerense de San Isidro, cuando volvía de misa en auto acompañado por su numerosa familia (era casado y tenía siete hijos). Una minúscula banda guerrillera de izquierda, la misma que dos meses antes había asesinado a otro pensador católico, Jordán Bruno Genta, se atribuyó el crimen. Que fue un crimen de odio religioso, así confesado por sus autores en una irreverente comunicación distribuida tiempo después del hecho.

De ese modo terminó, a los 41 años, la vida terrenal de Sacheri. En su legado intelectual quedaron dos libros decisivos, incontables publicaciones menores, varias de las cuales había tenido que firmar con seudónimo a modo de protección, y un persuasivo magisterio personal como profesor universitario, orientador académico y espiritual, y gestor de cursos, clases, publicaciones, institutos y entidades dirigidas a la difusión del bien, la verdad y la belleza, incluso en las horas más adversas, sobre todo en las horas más adversas.

Puesto que desde entonces quedó del lado políticamente incorrecto de la grieta ideológica, hoy no se alaba a Sacheri como el "intelectual comprometido" que fue. Su historia merece recordarse. A mediados de la tumultuosa década de 1960, después de perfeccionarse en universidades del exterior, el joven profesor regresó al país para emprender un auténtico apostolado. Dos peligros veía abatirse en esos años sobre las almas y las mentes de sus compatriotas. En la Iglesia, la desviación del Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo, que ganaba terreno y amenazaba con romper la unidad de la Fe, ante la aparente pasividad de las jerarquías eclesiásticas.

En las universidades, el avance de los ideólogos de izquierda que estaban logrando convertir a las cátedras en fábricas de combatientes por el socialismo.

Al primer mal Sacheri dedicó una solicitada dirigida a los obispos argentinos ("A nuestros padres en la fe") que apareció con su nombre y apellido en mayo de 1969 en dos de los principales diarios del país. Y que fue la semilla de lo que al año siguiente se convertiría en La Iglesia Clandestina, su libro más famoso, y la expresión más cabal de eso que su biógrafo, Héctor H. Hernández, llama la "vida pública" de Sacheri, el inicio de "una locura de reuniones, de conferencias, de proyectos, de viajes".

LA DENUNCIA

"Sacheri comprendió que en la Iglesia se jugaba en gran parte el destino de la Argentina y de Occidente -opina Hernández, autor del completísimo Sacheri, predicar y morir por la Argentina (Vórtice, 2007)-. Por eso hizo una denuncia totalmente bondadosa, pero firme y sin pelos en la lengua, con una tenacidad que le llevó a hablar en todo el país, en todos los auditorios, por todos los medios incluso televisivos y radiofónicos, disertando varias veces por semana y hasta por día, contra esos curas al revés que querían la conversión de la Iglesia al mundo en una especie de laicismo con palabrería clerical, y no la del mundo a la Iglesia. Y se puede decir que en la época venció a los tercermundistas, consiguiendo que los dirigentes argentinos de aquélla pusieran alguna firmeza en el asunto".

Al otro mal, la manipulación marxista de las universidades, Sacheri destinó su vida misma como profesor de Filosofía, carrera que había perfeccionado en Canadá bajo la guía del belga Charles de Koninck, un tomista de relevancia internacional, y que a partir de 1967, pese a las posibilidades que se le ofrecían en el extranjero, eligió continuar en el país. Aquí enseñó en la UCA y en la UBA (donde llegó a ser coordinador del área de ingreso a la universidad), con clases que merecieron el elogio de académicos como el Premio Nobel Bernardo Houssay, José Luis de Imaz (decía que en sus lecciones "se producía una ósmosis tremendamente curiosa" entre tema y expositor) o Carlos Escudé, de quien Sacheri fue director de tesis.

Ese apostolado personal también se manifestó en incontables charlas, conferencias y cátedras privadas para las que siempre encontraba tiempo pese a una ocupada vida profesional y familiar. (El doctor Jorge Ferro ha recordado, en una reciente entrevista filmada con Sebastián Randle, los cursos de lectura de la Suma Teológica que Sacheri aceptó darles durante un año a él y a un pequeño grupo de jóvenes que hacia 1972 se reunían una vez por semana, a la noche). No rechazaba ningún auditorio, ya fueran académico u obrero, militar o eclesiástico, propio o ajeno. Evitaba encerrarse en círculos y no le temía a la competencia de sus adversarios ideológicos, que justamente por eso veían en él a un enemigo peligroso, "porque sabía mucho y nunca se enojaba ni insultaba", según un testimonio recogido por Hernández. Tampoco le importaba el número de oyentes ("aunque haya dos personas, yo igual voy", solía repetir) ni la geografía donde demandaran su presencia.

TODO PARA TODOS

"Mi experiencia de los testimonios que he recogido es que los que hablaban de Sacheri se superaban a sí mismos en su capacidad de describir a una persona -recuerda Hernández-. Lo entendían todos, convencía a todos, y nadie podía correrlo ni por derecha ni por izquierda.. Todos lo reconocían como un intelectual valioso y como un tipazo. Alguien ha dicho de él que "hacía amable la verdad".

Su segundo libro, El orden natural (publicado inicialmente en 1972 con otro título), es una recopilación de artículos que habían aparecido a lo largo de 50 domingos en el diario La Nueva Provincia de Bahía Blanca. En ellos Sacheri hizo un acertado compendio de la Doctrina Social de la Iglesia en momentos de confusión y fuga a los extremos ideológicos. "Creyó que había una tercera solución, ni liberal capitalista ni socialista sino de justicia social y patriotismo, para los problemas políticos -observa Hernández-. Vio la practicidad salvadora y justiciera de la verdad y la justicia. El Orden natural y cristiano. Y reivindicó la misión del laico contra el clericalismo, cada vez mayor en la Iglesia, en "la instauración en Cristo de la sociedad".

Promediada la década de 1970, Sacheri era ya mucho más que un profesor universitario. La política nacional lo convocaba. Se había convertido en un "estratega" intelectual, en un "hombre nexo" entre sectores diversos y hasta enfrentados que buscaban salidas para un país que marchaba hacia un abismo de violencia y destrucción. Algunos pedían para él el Ministerio de Educación; otros lo consideraban el único "presidenciable" que podía ofrecer el catolicismo tradicional y nacionalista en una eventual etapa de recambio.

"En Sacheri confluían fuerzas de relativa importancia y él era muy convocante -completa Hernández-. No dejaba los flancos que deja la llamada "derecha" y la llamada "izquierda". Si el político Sacheri hubiera sobrevivido y tomado posiciones en un nuevo gobierno, no necesariamente militar...porque podía darse tranquilamente otra salida, hubiera habido justicia social y política, sin desaparecidos seguramente, sin la deuda externa que fabricó (José Alfredo) Martínez de Hoz".

Las balas asesinas frustraron esa posibilidad. Sacheri murió, pero quedaron sus libros, sus artículos y el ejemplo que marcó a innumerables alumnos y discípulos. Lo atestigua un documento que Hernández encontró entre los papeles que atesoraba con devoción el padre de Sacheri. Era una nota firmada por un "Alumno anónimo de la UCA" que había salido en el número 3 de la revista Claustro. Algunas líneas que decían poco y lo decían todo. Decían esto: "Profesor Sacheri, lo quiero mucho. Le debo casi toda mi formación intelectual y una buena parte de mi visión del mundo. Lo quería, más que como un amigo, como a un padre que me había dado vida espiritual...".