Opinión

Sabotaje al país

Tratando de culpar a su chivo expiatorio designado de todos los males que el peronismo bajo su propio mando viene infligiendo a los argentinos, Cristina torpedea al país.

Se ha dicho en esta columna repetidas veces, también lo han dicho varios analistas: Cristina, maestra del relato, está tratando de convencer a sus propios partidarios y a todos los que quieran caer en su trampa de que ella no tiene ninguna responsabilidad en lo que hace y no hace el gobierno peronista y que en realidad es una opositora más a esta malísima gestión.

El relato - una versión pedestre del materialismo dialéctico engelsiano que convenientemente aplicara Marx a su reiterada y fracasada propuesta -  consiste en creer y hacer creer que sólo existe lo que se afirma sistemáticamente, aun sin evidencia alguna, y en negar hasta hacer desaparecer las realidades que no convienen por más que ellas estallen en la cara del fallido predicador. El mecanismo funciona bien en las ideologías que se basan en el fanatismo o el embrutecimiento de las masas y el peronismo no ha sido históricamente una excepción a ese criterio, mucho más en las últimas décadas en que la sociedad ha sido deliberadamente deseducada y forzada a actuar como manada, sometida a la droga, a la pobreza y a la esclavitud del subsidio, coyunda humillante que millones lamen como si fuera un derecho y una salvación, cuando en verdad es un grillete.

Solamente alguien muy desprevenido, o muy incentivado, puede caer en semejante celada. La viuda de Kirchner ha aplicado las mismas políticas que se aplican hoy en todas sus gestiones, y las ha sostenido siempre en todos sus discursos, presa de una rara y extraña sumisión a los pactos de Puebla, Sao Paulo y Aparecida, que ponen al peronismo como socio de la izquierda -lo que causaría la repulsa del mismísimo Perón, si pudiera sentir repulsión por algo – hasta la antipatriótica y antisoberana defensa del seudomapuchismo, que esta semana dio un paso más hacia el cumplimiento de los sueños más disgregadores de los terroristas de los 70, progenitores genéticos e ideológicos de quienes son hoy, al amparo de la eminente vecina de Recoleta, o, como la jueza de este caso, conspicuos funcionarios o soldados fieles del kirchnerismo, como lo fueron durante el gobierno de la viuda, y ahora de su gobierno paralelo en las sombras. La Cámpora, nidal de la corrupción nacional, está dirigida por su propio hijo y es culpable no sólo de enormes saqueos a la riqueza nacional, sino del acceso al poder del mayor surtido de inútiles, amantes y vividores de que se tenga memoria. Basta repasar los diarios de los últimos dos años para ver que en el 99% de los casos el presidente dócil sólo reprodujo las mismas políticas internas y externas.

MAS JUBILACIONES DE REGALO

El cepo y las retenciones crecientes que se aplican hoy también han sido las armas normativas de preferencia de la señora Fernández durante ocho años, al igual que la emisión, y las atrocidades recientes en materia de impuestos a los patrimonios y confiscaciones diversas, fueron obra de sus emisarios Máximo Kirchner y Carlos Heller, que colaboraron a ahuyentar al poco capital que aún sobrevivía en Argentina con ganas de enterrarse, o de sepultarse. Como si eso no hubiera sido suficiente para colaborar a la dramática situación de déficit y de deuda externa e interna que sólo pueden terminar en catástrofe, en su gestión, la presidenta vitalicia, (como ella se siente) regaló más de 3 millones de jubilaciones, que coadyuvaron a agravar más la situación de los jubilados legítimos.

No conforme con ello, ayer, mediante otro de sus amanuenses, el senador Recalde, propuso regalar otro millón de jubilaciones del mismo modo, lo que además de lesionar al presupuesto, perjudicará más a los beneficiarios con aportes plenos al sistema, y fomentará la disconformidad todavía más. Para no hablar del fomento a la informalidad que implica. Difícil no considerar esas actitudes como deliberados actos de sabotaje contra el país, no ya contra su chivo expiatorio. Sin que el término implique segundas acepciones.

Ahora, para tratar de descargar sus culpas todavía más en su amanuense-presidente, propone vía sus mandaderos, crear una especie de mesa de conducción para gestionar el gobierno, claramente inconstitucional, totalitaria e inviable, y desliza vía sus voceros amigos que esa mesa podría integrarse con personalidades como las de Kicillof, cuya generosidad y complacencia con los acreedores ses proverbial, mientras ella agita su queja contra el ministro Guzmán, también de lamentable gestión, pero del sector peronista que la vice considera su enemigo y contra su negociación con el FMI, como si tuviera alguna idea superadora para solucionar el problema de la deuda que no fuera el default. Imaginar al cristinista gobernador de Buenos Aires negociando con el fondo es digno de un sketch de Olmedo, además de que sería el sueño de Georgieva. Esa imaginaria mesa, se complementaría con el delfín Máximo Kirchner otro arquetipo del trabajo, el esfuerzo y la honestidad para la capataza del senado. Por supuesto, ella nunca aceptará el desatino de las expropiaciones suyas y de su marido, que le costaron, cuesta y costarán al país más que la deuda con el FMI, incluyendo el vergonzoso affaire con el testamigo de Néstor, Eskenazi, que todavía sigue ordeñando la vaca de la expropiación de YPF.

Estas actitudes, que para algunos son una manifestación de habilidad política, para otros un desesperado intento de rescatarse como una nueva versión de peronismo opositor en alianza con otro empleado-candidato que ya se inventará en su momento, para otros como continuidad de su búsqueda inclaudicable de impunidad, para esta columna como un nuevo acto de sabotaje no contra Alberto Fernández, sino contra las pocas oportunidades que le quedan a Argentina para buscar una salida a la ruina. La suma de berrinches, de imposibles, de incapacidad, de patologías y de odio de la expresidente crean un clima payasesco y al mismo tiempo dramático que condiciona a la política de cualquier signo, la vuelve farandulesca y torna al país inviable para todo proyecto, inversión o sueño de cualquiera, desde la más modesta Pyme o un emprendedor a una empresa multinacional. Un proscenio que quedó plasmado al día siguiente de las PASO de 2019, cuando los datos del odiado mercado dieron un veredicto definitivo y profético.

Deliberadamente, todo el accionar de Cristina Kirchner contra su presidente-víctima, es un accionar contra el país, contra su sociedad, contra su futuro, más allá del contenido de sus discursos y sus tuits, en los que sólo pueden creer quienes han sido sometidos a su tratamiento de avasallamiento, obnubilación y servidumbre. Concretamente, ¿de qué acusa a Alberto Fernández? ¿Qué hizo éste que no haya hecho antes aquella?

Cabe aclarar que nadie puede sostener con verdad que Alberto Fernández es alguien capaz de gobernar nada, ni tiene la altura requerida para su cargo. Pero no es Cristina Fernández la que tiene documentos, pergaminos y estatura para reclamárselo, mucho menos para anularlo, neutralizarlo, patronizarlo, criticarlo o echarlo. El discurso de ayer en Chaco mostró a la capanga del Senado en el esplendor de su relato. Partiendo de que en vez de aceptar que ella y su peronismo en todos sus formatos defraudaron a sus seguidores, los engañaros, los desapoderaron al condenarlos a la deseducación, la droga, el clientelismo y la falta de seguridad y justicia, (recordar al nefasto Zaffaroni, que no era exactamente de “este gobierno”), pone la culpa en Alberto Fernández, que apenas es el enterrador del cristikirchnerismo peronista. La gambeta de su explicación de por qué el Frente de Todos no votó la ley de boleta única, “la gente tiene problemas más importantes” (¿más importantes que evitar el fraude electoral y el negocio en los dos sentidos de muchos partidos?) es una muestra más del concepto del materialismo dialéctico negador que usan los dictadores de cualquier tendencia.

MENTIRAS

Todas las afirmaciones de ayer de la presidenta en no-ejercicio que se refieren a la economía son sencillamente mentiras, tanto en lo fáctico como en lo teórico. No hace falta un análisis demasiado profundo para no advertir que son recursos para tratar de impresionar a sus seguidores, o a sus fanáticos, que por ahora estén dispuestos a creer cualquier cosa. También mintió en cada una de las acusaciones que hizo sobre las razones del desastre nacional o dio una explicación que la exime personalmente de culpa que no es cierta, lo que tampoco requiere de demasiadas fundamentaciones, por lo menos para quienes siguen esta columna, que se ha explayado en detalle sobre su gestión tanto en sus dos mandatos como en el presente. Ayer mismo sus adláteres defendían como si los asistiera la razón la ley que bajo la excusa del observatorio del HIV le regala al INADI más fondos incontrolables para repartirse. Y no se trata de amigos de Alberto.

Cada uno de los proyectos o propuestas que ha hecho la viuda o sus mandaderos en estos dos años han significado una nueva, desmedida, descontrolada y alevosa erogación para un país que está exangüe e indefenso ante la mayoría (cuando le conviene ser mayoría a la segunda-primera mandataria), que le impone más y más gastos y emisión en medio del incendio, cuando se debe hacer todo lo contrario. Un daño intencional.

Su supuesta habilidad política se ha ido transformando en una sucesión de trampas descaradas, triquiñuelas, amenazas, acusaciones, presiones y extorsiones al sistema político y a la justicia, hasta llegar a la falsa división en dos bloques, la sucesión de iniquidades tratando de mantener una mayoría inconstitucional en el Consejo de la Magistratura, o amenazando a la Corte con un proyecto sin pies ni cabeza que a veces, en un exceso de obsecuencia, ha llevado a sus marionetas a proponer un número descomunal de ministros en la cabeza del Poder Judicial. Esto se ha interpretado como una búsqueda de impunidad, y en el caso de su pelea con el presidente como un modo de resucitar políticamente, el “me ha traicionado” con el que Perón solía exonerarse de los errores provocados por sus propias instrucciones.

Pero en esa misión, torpedea al país en un momento crucial, traiciona a sus seguidores a quienes les ha negado derechos elementales durante años, seguridad, educación, justicia, salud, dignidad, pese a su prédica apostólica falsa. E impide y obstruye no solamente al gobierno de Alberto Fernández, sino a la oposición y a todo el sistema socioeconómico de la nación, que presencia con estupor la destrucción sistemática de valores morales, éticos, familiares, educativos, sociales, culturales y económicos. Ni siquiera permite buscar alternativas diferentes, ni concentrarse en su dramático problema de supervivencia elemental como sociedad.

Pese a lo absurdo del pedido de la mandamás peronista, de que sea el pueblo quien la juzgue, algo que es potestad absoluta de los jueces competentes, principio central del republicanismo, tal vez sería bueno, más allá de la acción de la Justicia, que el pueblo la juzgara, Primero, el propio peronismo, luego, la ciudadanía en general. Ya que ha creado de apuro un nuevo bloque, debería obligársela a dejar de aferrarse al peronismo que usa como guante, como escudo o como preservativo, según le convenga, y seguir su camino con una nueva agrupación. Finalmente, el peronismo tiene derecho a elegir otras alternativas, mejores que ella o que Alberto Fernández. Y mejores que las ideas de ambos.

Basta de relatos. El futuro de Argentina es difícil, dudoso y problemático, sin Cristina Fernández, que parece haber contagiado su patología a media sociedad. Con ella saboteando es, además, inviable, imposible, irremontable. Ha llegado la hora de que el pueblo la juzgue en las urnas. Pero fuera del peronismo. Si ese movimiento no la expeliese sin cortapisas ni trucos electorales, no sólo la presidenta en las sombras será culpable, pese a sus berrinches y trampas, sino que el partido de Perón será su cómplice, y quienes la apoyen, fuera o dentro del partido, también.