Actualidad
Umbrales del tiempo

Roberto Themis Speroni

Roberto Themis Speroni, gran poeta argentino, nació en La Plata en 1922 y falleció en City Bell en 1967. Hoy en día, Institutos de Enseñanza Superior llevan su nombre en su honor. Dio conferencias en el Círculo de Periodistas, en La Prensa e instituciones culturales.

Fue Speroni un gran solitario que en los espacios de la alucinación y el delirio poético fue creando a través de un turbador peregrinaje existencial, y en convivencia con el dios de las cosas y los dones rurales, un universo extraño de belleza y de pasión que refleja en su propia imagen la angustia cósmica del hombre.

Obras publicadas en vida (libros de poemas) fueron: ‘Habitante único’, ‘Gavilla de tiempo’, ‘Tentativa en la luz’, ‘Tatuaje en el viento’, ‘El poeta en el hueso del invierno’, ‘Paciencia por la muerte’, ‘Padre final’. Libros póstumos incluidos en antologías son: ‘Cantos del solitario’, ‘Sólo canto de hierro’, ‘Elegías alfabéticas’, ‘Aquella vez de la madera’, ‘Le digo al aviador’, ‘La piedra más rota’, ‘Sonetos’ y ‘Otros poemas’.

Y aunque también Roberto Themis Speroni escribió obras en prosa (novelas, ensayos, cuentos), lo que más trascendió de su producción fue la poesía, por su creatividad e intimidad monumental. Es muy difícil en un breve espacio exponer su obra completa, solo algunos trazos leves.

VERSOS Y FRASES

En ‘Un poeta en el hueso del invierno’ (1963) hay poemas como ‘Hay un niño’ donde dice: “Hay en el norte un hombre que está triste, delicado y celeste como un junco, sumergido en un sitio de sulfuro. Es un hombre que ha visto por el ojo de las hachas el paso de la muerte, y que tiene debajo de la lengua una alondra. Y un dulce escalofrío. Es mi hermano también. Y en el quebracho ha descubierto a Dios y a las hormigas, que beben sangre y son como palomas. No sé si guarda un lecho donde un día, pueda dormir mi hueso y mi garganta; no sé si tiene harina y sal, y menos tabaco en luto y piedra de ginebra. Pero sé, bien lo sé, que entre sus manos, hay un niño que canta y está ciego”.

En ‘Paciencia por la muerte’ (1963) incluye una corta poesía que se titula ‘El ha dormido allí’. Y escribe: “El ha dormido allí, en la cocina, junto a la hornalla cálida y al gusto, que dejara la sopa en las cucharas. El ha dormido allí, junto a la leña, y a los repasadores y al aceite, y a tanta cosa simple. Porque afuera el granizo mataba a los viajeros, a las gotas de lluvia y a los niños, escapados del sueño. Sí, ha dormido como un buen campesino. Y es muy cierto, porque acabo de hallar entre las brasas un fulgor singular, casi celeste, y en la ceniza tres enormes clavos, de negra y primitiva forjadura”.

En ‘Padre final’ (1964) vuelve al su tema obsesivo de la muerte en ‘Los Cerrojos’: “Me alojarán en una veta fina. Harán conmigo una estación yaciente, y me pondrán al lado de las manos, un hombre de tres clavos, un antiguo perseguido de luz. Ciertas personas, habitantes del uso y la costumbre, repararán, al fin, que fui una especie de cometa infernal, un constelado errabundo filial, un hongo triste, un insecto de tórax luminoso. Ese será el comienzo. Y los cerrojos se cerrarán de nuevo, como siempre”.

En ‘Elegías alfabéticas’ (1966) crea la ‘Elegía T’ en la que expresa: “Le debes avisar a las estrellas; tienes que estar de acuerdo con los astros, aunque te cueste tiempo. Por los hijos, no te preocupes ya. Ellos han vuelto, conocen, no son ciegos. Y es factible que entiendas estas cosas. Solamente, te pido que te pongas en contacto con las estrellas, y les discrimines esta forma de amor, esta empeñosa forma de amor no muy común ni clara, pero veraz en sus tribulaciones. Los familiares, el arroz y el vino, son dignos e importantes. Pero quiero que avises a los astros. Diles solo que mis huesos ya van, ya están de viaje. No los quise vender. No vendí nada que no fuera de tierra. Corre. Avisa. Los astros son los astros. Tú recuerdas cómo mira una estrella estando solos”.

Luego, en ‘Sonetos’ (1951/1966)’ le dedica unos versos a un caudillo en ‘Dice Facundo Quiroga’: “Reinafé me cubrió con su granizo, y a Reinafé lo espero todavía. No hay un guía que se atreva a pisar donde yo piso. Tuve en La Rioja infierno y paraíso, con sangre, piedra y sol de profecía. En Yaco no murió mi travesía. Y sí así fue, será porque Dios quiso. De Rosas nada sé. Poco me importa. ‘Para una espera larga, vida corta’, me han dicho en oro limpio mis paisanos. Aquí estoy y de aquí no me muevo. No necesito potro ni relevo: lo espero a Reinafé y a sus hermanos”.

Finalmente, si no sabías quién era Speroni ahora podés investigar más. Un algo, profundo e ininterrumpido ejercicio de la poesía ha dado en quince libros la voz de este profundo poeta platense que un día de septiembre apagó su joven vida en City Bell.