Actualidad

Ricardo Caputo, el asesino de las dos sonrisas

Fue condenado a 25 años de prisión en los Estados Unidos tras asesinar al menos a 4 mujeres. Encabezó la lista de los 10 más buscados durante años y solo fue puesto a disposición de la justicia, cuando decidió entregarse.

"Hay dos tipos de sonrisas que tienen las mujeres y que te dan la pauta de que están muertas con vos. Una, es la sonrisa de la boca, del gesto de la boca. La otra es cuando se ríen con los ojos, cuando te están mirando y escuchando y sus ojos se iluminan. Cuando esas dos sonrisas se juntan, en ese momento único es cuando le tenés que dar el beso. Es el momento de las dos sonrisas: la de la boca y la de los ojos”.

Esa reflexión bien podría ser parte del guión de una película, pero era la explicación del por qué un asesino no tenía inconvenientes para conseguir sus víctimas. En esas 87 palabras, están encerradas la razón y la respuesta a cuatro asesinatos -que bien pueden ser siete- de alguien que sin problemas para conseguir pareja, no toleraba el no saber cómo conservarlas y la respuesta a este dilema, era el homicidio.

Ricardo Silvio Caputo nació en Mendoza en 1949. Era el segundo de tres hermanos en un matrimonio roto en una casa de la calle Salta al 1.400, donde sufrió los abusos de la nueva pareja de su madre.

-Lo abandonaron cuando era chico. Lo violaron, lo golpearon, lo ignoraron aseguró su hermano Alberto, sobre la dura vida de este chico al que sus vecinos describían como “simpático, entrador y buen mozo”.

“Era un pícaro, siempre recuerdo que cuando tenía entre 16 y 17 años, a fines de la década del ’60 ya era amante de una mujer mayor que lo pasaba a buscar en un auto con chofer, se lo llevaba y después lo traía” contaba una vecina que agregó "Caíto era un loco; su hermano, Alberto, un talentoso. De Alicia, su hermana menor, la verdad es que tengo pocos recuerdos”.

Cuando tenía 19 años emigró hacia los Estados Unidos para trabajar de lo que pudiese, pero debió volver un año más tarde para cumplir con el servicio militar obligatorio y no ser considerado un desertor.

Cumplido con este deber que le imponía la patria, volvió al país del norte para radicarse en Nueva York, aunque de manera ilegal ya que había ingresado como turista, sin la intención de volver a su país de origen.

Una vez asentado, consiguió dos trabajos: uno diurno en el Hotel Plaza, ubicado frente al Central Park; otro nocturno en la ‘pensión’ para mujeres Barbizón, algo que resultaría ideal para alguien que como él, sabía leer muy bien las señales del sexo opuesto.

Natalie, la primera

Por ese entonces conoció a Natalie Brown, una joven de 19 años que trabajaba de cajera en un banco y que a la postre sería no solamente su pareja, sino su primera víctima. Natalie era una chica tímida con cierto parecido físico a Linda Blair y tras algunos meses juntos y luego de que Caputo le propusiera matrimomio en reiteradas ocasiones, decidió poner distancia entre ambos, algo que el mendocino no estaba dispuesto a aceptar.

Una noche de julio de 1971, Caputo se quedó adormir en la casa de los padres de su novia y quiso mantener relaciones con ella. La chica se negó y la respuesta del argentino fue un intento de violación. Espantada por la situación, ella lo insultó al grito de “Fucking spic” (una forma despectiva de referirse a los latinos en los Estados Unidos por entonces), por lo que salió del dormitorio y escapó a la cocina. Allí Caputo la alcanzó, y con un cuchillo que había sobre la mesa la apuñaló. Disconforme con el resultado, cuando la mujer cayó ensangrentada al piso, la estranguló “hasta que su cuerpo dejó de temblar”.

Entonces se levantó, caminó hasta una estación de servicios cercana, tomó un teléfono público y marcó el 911 y dijo "Acabo de matar a mi novia", por lo que inmediatamente fue detenido.

Pero la suerte estuvo del lado del asesino, ya que en el juicio fue declarado inimputable y su destino fue un psiquiátrico en la localidad de Beacon, luego de que se le diagnosticaran una grave enfermedad mental, que bien podía ser esquizofrenia. Estuvo allí dos años, donde como laborterapia se dedicó a hacer bocetos y dibujos. Tenía talento y logró ahorrar unos dólares al venderlos.

Sobre su estadía, aseguró que pasó dos años rodeado de “locos peligrosos” e indicó que “en Beacon no la pasé bien; me costaba distinguir cuando estaba fingiendo mi locura o cuando realmente perdía el control”.

Judy y las dos sonrisas

De allí se iría de la mano de Judy Becker, una psicóloga de 26 años que trabajaba en el hospital a la que conoció en setiembre de 1973 y que tras caer bajo su encanto logró que fuera trasladado a un psiquiátrico mucho menos riguroso en Wards Island, una pequeña isla entre Manhattan y Queens.

En el hospital, Caputo pulió su técnica para retratar a sus compañeros, lo que en el futuro le daría un medio de vida y comenzó a tener salidas transitorias bajo la guarda de Judy, quien cuando podía lo llevaba a comer a Manhattan.

Según algunos biógrafos de Caputo, fue en una de esas salidas cuando el notó las dos sonrisas en la psicóloga y enseguida la besó. Tras un año de relación, Caputo percibió que las cosas ya no andaban del todo bien y el 18 de octubre de 1974, el mendocino escapó del hospital hasta el banco, de donde sacó 1.500 dólares producto de la venta de sus dibujos, para luego ir hacia la casa de Judy, molerla a golpes y asesinarla colgándola en una media de nylon que pertenecía a la víctima.

Huyendo de costa a costa

Con el acto consumado, abordó un colectivo en Manhattan con el que cruzó los Estados Unidos de este a oeste para llegar a California. Para ese entonces, la policía estaba tras sus pasos por homicidio calificado. Era un prófugo de la justicia con el FBI a sus espaldas.

Con una nueva identidad (se hacía llamar Ricardo Donoguier) y valiéndose para vivir de la venta de sus retratos en las calles, Ricardo conoció a Bárbara Taylor, una documentalista. A ella tampoco tuvo problemas para conquistarla, pero el año que tenían como límite sus relaciones pasó y la relación comenzó a perder sustento, por lo que decidió marcharse a Hawái.

De allí también debió huir en marzo de 1975 luego de intentar sin éxito matar a una joven, quien se salvó a pesar de recibir una fuerte paliza por parte de Caputo, por lo que volvió a California a buscar a Bárbara.

Taylor, quien sin saberlo había esquivado a su destino cuando Caito (como le decían en sus años en Mendoza) se había ido a Honolulu, lo reencontró de la peor manera. El argentino mostró toda su saña y le destrozó la cabeza con el taco de una bota texana. Los medios ya lo habían bautizado “Lady Killer” y el FBI ya buscaba a un asesino serial, considerado uno de los prófugos más peligrosos de los Estados Unidos.

Con la ley tras él, utilizó el seudónimo de Ricardo Martínez Díaz (uno de los 17 que uso a lo largo de su carrera delictiva) para escapar a México. De lo que no se pudo evadir, fue de su destino de sicario de sus parejas. Esta vez la víctima fue Laura Gómez, una estudiante de 23 años hija de un poderoso empresario del transporte, a quien la quemaría con cigarrillos, la golpearía y le destrozaría el cráneo con un hierro para no confesarle que era un asesino, ante la insistencia de ella para casarse.

La huida esta vez fue en sentido contrario y se radicó en Los Ángeles donde se casó con una cubana llamada Felicia, con quien tuvo dos hijos y vivió hasta 1984, momento en que la mujer desapareció de manera misteriosa. Si bien siempre se sospechó que fue otra víctima, nunca se pudo comprobar la hipótesis.

Con el nombre de Roberto Domínguez emprendió la retirada hacia Guadalajara (México), donde se casó Susana, con la que se mudó a Chicago. Ella le dio cuatro hijos y jamás fue agredida por Caputo.

La vuelta y la confesión

En 1994 regresó a Mendoza y acorralado por la culpa (no por la justicia) le contó a sus familiares lo que había hecho.

-Otra vez estoy escuchando voces que me dicen que mate, mamá – dijo con palabras entrecortadas por los sollozos -. Maté a cuatro chicas en los Estados Unidos y me buscan hace 21 años. Ya no puedo más, las voces volvieron. Me quiero entregar.

Nunca se sabrá si el remordimiento de tantas muertes o la necesidad de obtener el reconocimiento por ellas, hiceron que acordara entregarse en los Estados Unidos.

En marzo de 1994, luego de relatar su historia al canal ABC, el argentino que durante mucho tiempo figuró como #1 de los 10 más buscados por el FBI, se entregó y confesó haber matado a sus cuatro novias, pero negó haber tenido alguna relación con la desaparición de su ex mujer o haber asesinado a otras dos mujeres más.

La entrevista fue grabada y emitida en horario central, allí el periodista Christian Wallace tuvo la oportunidad de obtener su testimonio:

– ¿Mató usted a Natalie Brown? – arrancó el periodista Chris Wallace.

– Sí, señor – contestó Caputo

– ¿Mató a Judith Becker?

– Sí, señor.

– ¿Mató a Bárbara Taylor?

– Sí, señor.

– ¿Mató a Laura Gómez?

– Sí, señor.

– ¿Por qué las mató?

– Creo que fue por mi niñez.

– ¿Recuerda el día que mató a Natalie Brown?

– Sí, me acuerdo que fue un sábado. Agarré un cuchillo, pero no sabía lo que iba a hacer. La oía gritar y la veía borrosamente. Veía líneas blancas, rojas y azules y muchos puntos. Había puntos por todos lados.

– ¿Era consciente de que la estaba acuchillando?

– No. Sabía que estaba haciendo algo malo, pero no sabía qué estaba haciendo.

– ¿Sabe por qué mató a Judith Becker?

– No, estaba mentalmente enfermo.

– Hay mucha gente que piensa que usted es un asesino frío.

– No, señor. ¿Por qué habría de matarlas? ¿Para qué? No tendría sentido. Sólo estando loco podría haber hecho esto.

– ¿Cuál era su nombre cuando estaba con Laura Gómez?

– Ricardo Martínez.

– ¿Sabía que ella estaba embarazada?

– No. ¿Estaba embarazada? No… 

Condenado a 25 años de prisión, Caputo se refirió al tribunal para decir “me entregué a las autoridades, su señoría, para evitar más muertes”, aunque quizás su verdadera razón haya sido obtener el crédito que no le daban por las que había cometido. Luego fue enviado a la cárcel de Attica cerca de la frontera con Canadá, donde en 1997, a sus 48 años, falleció de un ataque cardíaco mientras jugaba un partido de básquet.

La periodista dedicada a noticias policiales Linda Wolfe, autora del libro que retrata la carrera delictiva de Caputo ‘Ámame hasta la muerte’ sospecha que el argentino pudo haber cometido otros dos asesinatos: el de su amiga, la escritora Jacqueline Bernard, y el de Devon Green, una moza de restaurante, algo que el asesino jamás admitió y que quienes lo acusaban nunca pudieron comprobar.

Ricardo Silvio Caputo pudo escapar del FBI durante 21 años, pero por remordimiento o ansias de fama decidió dejar de hacerlo y pasar a la historia, como el primer asesino serial argentino condenado en el país del norte, un título que no muchos ostentan, pero que menos quieren.