Libros

Realismo mágico en clave africana

Los vivos y los otros
Por José Eduardo Agualusa
Edhasa. 215 páginas

En algún punto indeterminado del libro, la aseveración es por completo subjetiva, comienza a sentirse que uno está frente a una manifestación tardía del realismo mágico. Tan simple como eso.

Esa colorida fórmula, ahora en desuso, parece haber renacido en Los vivos y los otros, la última novela del escritor angoleño José Eduardo Agualusa. El género, que echó raíces en América Latina y le presentó al mundo un territorio tropical, caliente, donde hasta lo más inverosímil podía ocurrir, fue languideciendo con el paso del tiempo. La receta se agotó.

¿Qué es lo que ofrece Los vivos... como para recrear aquellas viejas sensaciones? Un fuerte color local en una historia ambientada en la isla de Mozambique, otrora corazón del comercio en el océano Indico, por donde pasaron hombres de razas y culturas diversas, en un tiempo ahora lejano e inaudito.

En ese rincón del mundo se organiza un congreso de escritores africanos, un evento que debería transcurrir como cualquier otro con ribetes culturales, hasta que un huracán deja incomunicada a la isla. De un momento para el otro, en un pestañeo, se desvanecen Internet y las redes sociales. Todo es silencio. Circula el rumor de que se ha acabado el mundo.

Lo que vendrá entonces, a la espera de que la normalidad retorne, es una sucesión de días tallados por la singularidad. La narración ingresa en el terreno de lo onírico. Los autores se cruzan por las calles coloniales con los personajes de sus obras. Todo puede ocurrir. Y a veces ocurre. Lo fantástico late en cada esquina del pueblo.

La quietud le cede espacio a la reflexión. Casi sin quererlo los protagonistas, plumas de diversas naciones africanas, algunos ya europeizados tras larga estancia en el Viejo Continente, comienzan a encontrarse con la esencia de su ser. "Ser poeta no es un oficio, es una condición", reflexionará una poetiza, mientras mira el cielo sin luna en una playa desierta. Otro dirá aquello que por sabido no deja de ser menos cierto: "Nadie lee el mismo libro dos veces".

Hay perdido por allí, como prendido con alfileres, cierta evocación borgeana. Tal vez se trate de un homenaje póstumo escondido entre las páginas. "Sólo vale la pena escribir sobre aquello que desconocemos, lo que nos aterroriza. Yo escribiría sobre los sueños, sobre la muerte, sobre el tiempo", reflexionan.

El relato lleva el ritmo cansino propio de días sin acción. Nada ocurre y lo poco que ocurre se da en las entrañas mismas del ser. Hay una búsqueda permanente de cierta espiritualidad a la que el mundo moderno ha vuelto esquiva.

La novela cobra altura, vuela, pero inicia un descenso hacia el desenlace que se antoja brusco, casi chocante. La realidad irrumpe cuando estamos en pleno trance, como si nos despertaran violentamente de un sueño maravilloso. Un sueño que vale la pena ser soñado, un libro que vale la pena ser leído.