Opinión
UNA MIRADA DIFERENTE

Rataplán plan plan

El solo intento de elaborar un proyecto orgánico común muestra una realidad que no parece tener solución y una profunda división insalvable.

La Fundación Mediterránea sorprendió a mitad de semana con dos anuncios relacionados de fuerte contenido político, aunque tuvieran ambos un componente económico importante. El primero fue la designación de Carlos Melconian como presidente del IERAL, el think tank de la asociación cordobesa fundada por Pedro Astori. Sin duda que el prestigioso economista, el equipo existente y los profesionales que convoque estarán sobradamente en condiciones de continuar y potenciar una destacada tarea en el diagnóstico, análisis y estudio de la problemática socioeconómica nacional. 

El segundo es el encargo que se le ha confiado de la elaboración de un plan comprehensivo que eventualmente serviría de base o guía al gobierno que se elegirá en 2023, que, casi unánimemente, se acepta que tendrá la hercúlea tarea de salvar al país (de sí mismo) por vigésima vez. 

El primer anuncio es sin duda lo que se ha llamado el pase del año en la materia, usando la terminología futbolística que suele emplear el flamante designado, y muestra una vocación de la Fundación en volver a ocupar los primeros planos activos en la vida y el futuro nacional, como ocurrió durante la vigencia de Domingo Cavallo. La habilidad, influencia y vocación comunicacional del elegido así lo indican.  El segundo anuncio, el plan que se aspira a preparar y ofrendar como un vademécum mágico al futuro gobierno merece consideraciones adicionales. 

Seguramente sin proponérselo, esta segunda decisión es una contundente opinión sobre las expectativas del resultado del plan plurianual que en secreto y en las horas libres está preparando Alberto Fernández, ahora apoderado por Cristina Kirchner. No es que esa percepción sea diferente a la que tiene una gran parte del país productivo y de muchos observadores, sino que en este caso se ha explicitado.

Ecos de la Convertibilidad

De modo automático, esta designación, y la vuelta a los primeros planos de la Mediterránea - tras una larga etapa de prudente silencio y concentración académica -trajeron a la memoria el proceso de la Convertibilidad de Domingo Cavallo, por muchos años el niño mimado de Astori y de su entidad, que tanto aportara en profesionales como en ideas en esa etapa de la nación. Importa recordar que Cavallo había también formulado un plan integral para sacar adelante a Argentina, pero no al instituir el ancla cambiaria-inflacionaria de 1991, sino un lustro antes, en su gran libro Volver a Crecer, cuyas propuestas lamentablemente nunca aplicó, más bien todo lo contrario, seguramente apretado por las urgencias inflacionarias explosivas y de gasto en exceso endémicos. También habrá que recordar que algunos funcionarios anteriores a su gestión, junto a unos pocos economistas, habían ya sembrado el concepto de Convertibilidad con antelación a la propuesta del factótum menemista, pero sin contar con el suficiente respaldo y fortaleza política para poder llevarla a la práctica. Un germen (¿o virus?)  conceptual que había estado presente en el propio ideario de Martínez de Hoz, si se analiza su propio plan salvador, que terminó con controles de precios y muchos billonarios multipartidarios disfrazados de banqueros, corridas y endeudamientos de apuro.  

A treinta años de aquél momento, y a 40 años del Proceso, en una empecinada, ensañada y cruel constante del destino, el país sigue a la espera de un plan salvífico, que no es para nada el mismo plan meramente formal que espera el FMI, esa hipócrita construcción burocrática, de fatal arrogancia socialista y de planificación central, que no tiene ninguna utilidad ni credibilidad ni importancia, salvo la de salvar alguna ropa ideológica dejada tirada en el apuro rumbo a la cama de alguna ideología o alguna conveniencia política supranacional circunstancial y delirante. 

Lo que parece esperar la Fundación Mediterránea de Melconian, el IERAL y su equipo, es un plan que ponga de acuerdo a la gran mayoría de los argentinos sobre lo que no se debe hacer, más que sobre lo que se debe hacer. Un manual de buenas costumbres. Un catecismo de seriedad no ya política o institucional, sino de ética de la supervivencia cavernaria, unas tablas de la ley que excluyan a todos los becerros de oro que se vienen adorando. Unos mandamientos impartidos por un Dios implacable y furioso. 

Es interesante leer los lineamientos trascendidos de lo que debe contener, o simplemente de los objetivos a que debe propender el plan, para saber que nunca, bajo ningún gobierno o sistema, ese plan tendrá alguna oportunidad. Mucho más si está predeterminado, a libro cerrado, a ser un pacto imposible entre todos los estamentos de una sociedad corporativa corrupta, que además ha sido crecientemente estimulada, especialmente en este último cuarto de siglo, al populismo de ida y vuelta, a la dádiva, al enfrentamiento alevoso cínico que cree que tiene derecho a que los demás le costeen su bienestar por el solo hecho de pertenecer a lo que llama patria cuando le conviene, a una ideología a la que se apega cuando le sirve, a unos líderes a los que obedece solamente cuando le pagan con efectivo o con alguna prebenda. Y no se trata solamente de las clases “desprotegidas”. Téngase presente, además, que, a diferencia de 1990, el país no tiene crédito ni confianza de ningún tipo. 

También importa destacar que el concepto de federalismo, que está plasmado desde el artículo uno de la Constitución, fue degradado desde el primer día de su aplicación, hasta obligar a Alberdi a escribir su Sistema Rentístico para reafirmar los principios que él había sostenido en sus Bases y que desde 1853 en adelante fueron desvirtuándose hasta llegar al exceso de que la obligatoriedad constitucional de 1994 de darse una ley de Coparticipación – un comienzo de ordenamiento antimafia - es ignorada olímpicamente hace casi 30 años por todos los legisladores, los partidos y los gobiernos. Difícil concebir un plan que barra con esa estructura provincial demoníaca, de gobernadores, intendentes, caudillos y punteros que no sea saboteado.

¿Hay un plan posible mientras los caudillos de ayer, mientras los Quiroga, Ramírez o Paz sean reemplazados por los sátrapas provinciales de hoy? ¿Hay algún plan posible que no se enfrente a los feudos de cada provincia? Habría que preguntarle al propio Domingo Cavallo, que vio estrellarse su Convertibilidad contra el gasto y el déficit provincial, y aún al mismo Martínez de Hoz si viviera, que después de anular todos los impuestos y gabelas provinciales vio cómo poco a poco volvía a recrearse la pesadilla impositiva paralizante, que creció y sigue hasta hoy siendo el enemigo interno de cualquier crecimiento, industria, emprendimiento, propiedad o bienestar.

¿Ese plan mágico que, previo consenso con los caciques de las tribus supone ser entregado en las manos de un Moisés elegido en 2023 será apoyado, votado, cumplido por los propios políticos de todos los partidos? Y peor aún, quien adopte ese plan, ¿será votado por la mayoría de la ciudadanía? Trate la lectora de idear su propio plan, no importa cual fuera. Piénselo con toda crudeza.  Ahora piense si ese plan contaría con la mayoría de los votos y los apoyos en una elección. 

Los que viven del Estado

Piénsese solamente en el problema de la jubilación. En los 20 millones largos que viven del estado. En los piqueteros ahora sindicalizados. (Un contrasentido digno de Olmedo o Bores, sino de Verdaguer). En la justicia corrupta no solamente cuando salva a Cristina Kirchner. En un país donde el ladrón o asesino es protegido y la víctima olvidada. Un país donde se acumulan capas de funcionarios inútiles y caros de cada gobierno que se ningunean e insultan entre ellos pero que siguen aumentando con cada elección. Un país donde un gobernador es más que un rey. Donde cada provincia paga con apoyo político su piedra libre para poner impuestos y exacciones. Donde se proyecta poner más impuestos a la herencia, al patrimonio, a la producción, a cualquier cosa. Donde la educación ha desaparecido arrojada desde el helicóptero de la conveniencia de los políticos. Un medio en el que los sindicalistas son billonarios, donde los empresarios que prosperan son los que se entongan con el estado, donde nadie ha intentado siquiera cerrar Aerolíneas, borrar su déficit y eliminar los contrabandistas. Un país donde Máximo Kirchner es diputado de la Nación, en resumen. 

Luego piense en la inflación y en las formas de evitarla o bajarla. Y piense en resolver el problema de los precios relativos, concepto que ha sido asesinado en los últimos años. Piense en la Hidrovía que está a un paso de desparecer en manos de los drug dealers y con ella nuestro comercio fluvial y hasta marítimo. Piense en los entongues de la pesca y la minería. Piense en Tierra del Fuego, y en Santa Cruz, o en Tucumán. 

Ahora escriba su plan. En 10 renglones. O en cien folios. Y cuando lo complete, piense primero en quien lo votará. En si pasará el filtro de la democracia, que ya no es la república, sino el escudo de esos tipos que gobiernan. Y suponiendo que en un ataque de optimismo suponga que la masa votará cualquier cosa sensata, piense en la aplicación de ese plan. En cada área, en cada ministerio, en cada secretaría, en cada gobernación provincial, en cada intendencia. En cada paro salvaje. 

Es por supuesto, posible, crear una serie de lineamientos, de pautas, de mecanismos para llegar a ellas a lo largo de determinado período. No es un misterio. No es ciencia oculta lo que se debe hacer. Por supuesto que es importante la transición entre el caos de hoy y el orden. Si efectivamente se quisiera hacer. Si los argentinos mayoritariamente lo quisieran hacer. 

Un plan per se no garantiza el éxito. A veces es todo lo opuesto. Un plan de “platita” está destinado a fracasar inexorablemente, como un plan de emisión o deuda eterna. Pero asumiendo que hay planes adecuados, responsables, serios, ¿está la sociedad dispuesta a apoyarlos? Por la ida y vuelta de la demagogia del populismo, ya es imposible saber si es la sociedad que presiona a los gobernantes para que les repartan coimas en formatos diversos o los gobernantes los que reparten las coimas para conseguir el apoyo de los votantes. O reparten ignorancia. 

Los mejores 10 mandamientos pasarían a ser una farsa ridícula si la sociedad decididiera no cumplirlos. Ni aún los más crueles y amenazantes generales y coroneles del Proceso lograron imponer aquellos temas en que las soluciones eran acertadas o lógicas. Cualquier plan genial se cumple de entrada y a las pocas semanas comienza el retroceso, la involución perseverante y sostenida, hasta que se vuelve a llegar un statu quo de intrascendencia y banalidad. De arrebatiña y muerte. De delitos de los pobres y de los ricos. 

Para resumirlo en las palabras de un experto, Carlos Menen lo plasmó en una de sus frases célebres: “si les decía lo que iba a hacer no me votaban”. Guste o no, esa parece ser la condena de la democracia moderna. El político debe mentir y ocultar sus intenciones para tener algún grado de éxito. A la sociedad parece enamorarla la mentira, el acomodo, la dádiva, la corrupción y el enriquecimiento ilícito. Un plan de bienestar y crecimiento debería ser todo lo contrario, no una triquiñuela de feria.

Gradualismo miedoso

En algún momento en la campaña de Macri en 2015 Carlos Melconian, ahora a cargo del nuevo milagro, se perfiló como el referente económico del entonces futuro presidente. Cuando los amigos “del entorno” comenzaron a arrimar las encuestas que mostraban que los votantes no querían ese modelo de seriedad, rápidamente el economista fue archivado, escondido, motejado de neoliberal, reemplazado por un ministro de compromiso y con el gradualismo miedoso como bandera, que costó lo que costó. Se creó hasta el ministerio de piqueteros. Mauricio fue sincero: se apresuró a asegurar que nunca cerraría Aerolíneas, ni otras empresas del estado, la TV estatal creció en cantidad de gente y costos más que nunca, y el Estado siguió llenándose de capas geológicas. 

¿Hará Melconian la gran Cavallo y girará 180 grados en sus teorías, en aras de que el plan sea potable para los votantes? ¿Se mantendrá firme en sus planteos de libertad a riesgo de que los votantes y aún los políticos rechacen sus Tablas de la Ley? ¿O preferirá un camino híbrido que tarde o temprano se desviará por la senda del default mendicante, como todos los que se han seguido hasta ahora?  Habría que quitarle semejante carga de sobre sus hombros. Esta nota, más que simplemente recordar una realidad que no le gusta a nadie, pero que a la hora de los hechos pocos quieren cambiar, va en esa línea. 

Argentina está, en cierto sentido profundo, donde estaba en 1853. La Constitución, que se insiste hoy en llamar liberal, es un caos ideológico y jurídico. Y ni aún así se cumple. El derecho está destruído, junto con la Justicia. El Poder Ejecutivo está cuasivacante y el Legislativo es un mercado persa dirigido beduínamente. La soberanía está empeñada entre le extranjerización regalada (o vendida) a los orginarios con nombres ingleses y los tratados con las orgas internacionales que anulan la jurisdicción local y hasta a la Corte Suprema.  El mejor plan sería empezar de nuevo. De un lado, los que quieran seguir navegando por el camino de la chantada, la corrupción, la piolada, las satrapías, el estatismo, el entongue, el robo, los bolsos, el gasto limosnero y la confiscación impositiva. Del otro los que necesitan un proyecto de país al que aferrarse y sobre él crecer, trabajar y progresar. 

Sí, el lector tiene razón: eso es imposible. Tan imposible como hacer un plan que una a los argentinos.