El 2 de julio de 2018, La Prensa publicó otro artículo de mi autoría titulado: "No sabemos aún lidiar con el error policial”. Casi seis años después, lo allí expresado sigue vigente.
Afirmaba entonces y sostengo al día de hoy: "Una de las cuestiones más delicadas que debe contemplar toda política de seguridad, desde su gestión como responsabilidad de los funcionarios políticos en la conducción de fuerzas policiales, es asumir que ocurrirán muertes de civiles inocentes y saber lidiar con ello. Las bajas por error son una posibilidad latente en cualquier escenario de intervención policial. La razón es muy simple: los policías son seres humanos. Y los humanos cometemos errores de distinta magnitud todos los días. Algunos errores cuestan vidas".
Y agrego que algunos de esos errores, excepcionalmente, tienen más de fatalidad que de error. Una fatalidad que, en general, surge a partir de acciones delictivas cuando determinan la necesidad de respuesta inmediata.
El tristísimo caso de Thiago Correa, el niño de 7 años que estando junto a su padre recibió un balazo en la cabeza a 180 metros del lugar donde un policía repelía el intento de robo del que era víctima junto a su madre en Ciudad Evita, La Matanza, más allá del dolor por lo irreparable nos viene a recordar que sigue siendo necesario asumir que ocurrirán muertes de civiles inocentes y es preciso saber lidiar con ello.
MIRADA SESGADA
Nuestra sociedad, garantismo zaffaronista mediante con la prédica y práctica de subversión cultural del régimen kirchnerista, ha sido llevada a creer que en este tipo de situaciones toda la responsabilidad recae exclusivamente sobre los agentes del Estado. En su afán de victimizar a terroristas y delincuentes los organismos de derechos humanos con políticos tanto de izquierda como progres, han impuesto una mirada sesgada de los enfrentamientos armados que supone a los policías siempre ávidos de sangre y a los delincuentes como pobres desplazados que no encuentran su lugar en la sociedad capitalista.
Podría ser risible tal entendimiento si no fuera que realmente piensan así. En consecuencia omiten por definición toda la responsabilidad de los delincuentes exigiendo que cualquier agente del Estado que intente cumplir con su deber realice, en fracción de segundo (y con un grado de precisión absoluto), el estudio socioambiental del escenario y a sus oponentes pericias balísticas sobre las armas, examen toxicológico, evaluación psiquiátrica, estudio sociológico que contemple necesidades básicas insatisfechas y, por supuesto, informarlos sobre su derecho a denunciar ante distintos organismos gubernamentales y no gubernamentales todo maltrato por parte de la policía.
Pero no termina ahí lo ridículo de la cosa, también se le exige al agente del orden tener una puntería infalible, estar naturalmente dotado con visión telescópica con sensor de temperatura para distinguir cuerpos en la oscuridad de la noche y dotes de adivinación para anticipar todo movimiento en el radio de alcance efectivo de sus disparos.
No reconocen que los policías son humanos y pretenden que sean Robocop. Aunque si lo fueran clamarían por desconectarlos...
SUFRIMIENTO INENARRABLE
Nadie puede ponerse en los zapatos de los padres de Thiago Correa. Ese sufrimiento no es susceptible de ser dimensionado por terceros. Tampoco lo es el reproche de conciencia que por el resto de sus días experimentará el policía por esa muerte que indudablemente no quiso. Ese sufrimiento tampoco puede ser dimensionado por terceros.
Lo que cabe añadir es que los delincuentes sobrevivientes de seguro no experimentarán ninguna culpa, porque no les importan las vidas de los demás. Salen a la calle en plan de caza, para servirse de la gente como si de ganado se tratara. Nos roban y nos matan porque encarnan una contracultura donde la violencia gratifica rápido y la culpa es inexistente.
Posiblemente sea yo uno de los críticos más severos de Patricia Bullrich como ministra de Seguridad (del ahora pomposa y erróneamente llamado Ministerio de Seguridad Nacional), ello no me impide reconocer sus aciertos o buenas intenciones. Aplaudo pues que la ministro Bullrich se haya manifestado claramente en defensa del policía anunciando: “Vamos a ir con todos los cuerpos legales a defender al policía que no fue a matar a Thiago”.
Comparto con ella la indignación por la acusación del fiscal ya que, tal como declara Bullrich: “El que sale a robar en banda es el responsable del homicidio de Thiago. El policía no salió a robar, salió con su madre camino a la Policía Montada”.
Desde que escribí la nota citada al inicio, año tras año la percepción social sobre fuerzas del orden y delincuencia ha evolucionado por obra de las diversas sensaciones de inseguridad y por el hartazgo frente a la pasividad surgida de políticas que demonizan a los uniformados. No son las mejores razones, porque la necesidad con su cara de hereje facilita la irracionalidad de la demagogia y debería ser por principios de civismo que la sociedad respalde la acción de sus policías.
Ahora bien, es imperioso diseñar y ejecutar una estrategia de concientización cívica partiendo de tener claro que el objetivo de la Seguridad Interior es alcanzar y sostener la irrestricta supremacía de la Constitución Nacional; para garantizar el estilo de vida que ella promueve. Con tal entendimiento cobran su mayor significación las palabras del Dr. Manuel Belgrano enseñando que "el modo de contener los delitos y fomentar las virtudes es castigar al delincuente y proteger al inocente". En ese sentido, es preciso un plan para imponer escalonadamente desde la doctrina, la legislación y la jurisprudencia que quien inicia una acción delictiva es responsable por todas sus consecuencias, incluyendo su propia muerte.
Establecer este punto como una directiva de la política de Seguridad Interior, que requiere un trabajo constante y de largo plazo para no caer en las mágicas suposiciones del voluntarismo que se estampan contra la realidad, es el camino a la racionalidad republicana que a más de mejorar la seguridad permitirá empezar a saber contextualizar el error policial.