Opinión

¿Qué papa necesitan la Iglesia y el mundo?

En la Iglesia existe el deber-derecho de opinión. El Código de Derecho Canónico establece, en el canon 212, inciso 3 que los fieles cristianos tienen “el derecho, y a veces incluso el deber, en razón de su propio conocimiento, competencia y prestigio, de manifestar a los Pastores sagrados su opinión sobre aquello que pertenece al bien de la Iglesia y de manifestar a los demás fieles, salvando siempre la integridad de la fe y de las costumbres, la reverencia hacia los Pastores y habida cuenta de la utilidad común y de la dignidad de las personas”. En este marco, apunto las siguientes consideraciones.
El Papa que necesitan la Iglesia y el mundo debe ser Pedro y olvidarse de Simón Barjoná. De ese “ser Pedro”, a su vez, se seguirá el aparecer como tal.
Los católicos contemporáneos, con frecuencia superficiales en cuanto a los motivos de nuestra adhesión a la Fe y al papado, estamos mal acostumbrados a una serie de prácticas ligadas a la publicidad o marketing con la finalidad de instalar determinada imagen.
Es cierto que esta instalación de una determinada imagen tiene, en algún sentido, alguna razonabilidad. Pero, en lo que se refiere a un papa, el problema surge cuando lo que se pretende instalar no es la imagen de Pedro y su oficio esencial como pastor que confirma en la Fe a los miembros de la Iglesia y como factor de unidad sino las singularidades de Simón Barjoná.
Es decir, se busca que los fieles cristianos y los hombres de buena voluntad se detengan más en “la humanidad” del papa que en su carácter vicario de Cristo.
A veces no se advierte el riesgo que implica instalar esa imagen demasiado humana de un papa. Porque, así como la humanidad tiene sus virtudes, también tiene sus defectos. Un papa, guste o no a la sensibilidad contemporánea, tan dulzona como despiadada a la vez, debe ser alter Christus o su Vicario. En él buscamos o deberíamos buscar y encontrar A Dios, no al hombre.
La Iglesia, conviene recordarlo, sin necesidad de marketing tiene sus propios medios para “instalar” la imagen de Pedro y olvidarse de Simón Barjoná. Sin perder de vista que el fin primario de la liturgia es la glorificación de Dios mediante el culto, ella enseña quién es Pedro mediante las ceremonias pontificias.
Además, cuenta con usos y costumbres que, claro está, son humanos pero que buscan “reglamentar” el actuar y la imagen del sucesor de San Pedro. Estos usos y costumbres perfilan quién es el papa con independencia de la singularidad del Simón Barjoná ocasional. El ejemplo del uso del blanco para las vestimentas pontificias es por demás elocuente. ¡Un detalle! Si y no, depende en qué se quiera posar la mirada: si en la renuncia a sí mismo incluso en el color del hábito talar o en resultar singular diferenciándose de otros pontífices.

¿VARA MUY ALTA?
La Iglesia y también el mundo que necesita ser redimido por Cristo reclaman un papa que se olvide de poner la investidura pontificia al servicio de sus gustos y preferencias y, por el contrario, negándose a sí mismo, tome su cruz y siga a Jesucristo (Lc 9, 23).
¿Se plantea una vara muy alta? ¡Se trata de un papa! No se puede aspirar a menos.