Espectáculos

¿Qué hacía y pensaba Susana Giménez a los 30?

A cuento de su reciente retorno a la TV, en coincidencia con el 50° aniversario del inicio de su tórrido romance con Carlos Monzón y la filmación de la película ‘La Mary’, y de que ella misma haya cumplido los ochenta de edad, es interesante recordar lo que decía Susana Giménez a los treinta años, en una entrevista que le hice para la revista Siete Días.
Mi amiga de la infancia, la actriz Elena Sedova, me había comentado: “El éxito de Susana es flor de un día, o a lo sumo de una temporada. No tiene con qué sostenerlo”. Sin embargo, ya en 1974 no faltaban señales de que su triunfo apuntaba a ser duradero. Me daba curiosidad por averiguar cuál era su fórmula.
-Todo el mundo habla de vos, ¿cuál fue la palanca de Arquímedes para lograrlo? ¿Tu carisma, tu belleza felina, tu perseverancia?
-Si llegué a ser lo que soy, pienso que se debe exclusivamente por mi profesionalismo. Fui distinta a muchas de las modelos que recién empiezan. La diferencia es que para mí esto era un trabajo y no un hobby: yo necesitaba la plata para comer y para mantener a mi hija. Por eso nunca me permití llegar tarde a una producción gráfica, ni presentarme desarreglada o con huellas de cansancio en la cara por haberme acostado tarde, ni negarme a cualquier requerimiento profesional de un fotógrafo. Lo que pasa es que nuestra mentalidad es muy diferente de los europeos, por ejemplo. Aquí si una sale en la tapa de una revista no va a faltar quien insinúe que hubo algún “arreglito” con el director de la publicación. Sin embargo, yo hice varias tomas con el torso desnudo y quienes más me han cuidado han sido los mismos fotógrafos, que no permitían la entrada al estudio de ningún curioso. En todos los años de mi carrera hasta ahora sólo una vez tuve dificultades con uno de ellos. Sólo una, y he trabajado con casi todos los chasiretes conocidos del país. Pero soy consciente de que hay que estar muy compenetrada de lo que es el ambiente para poder comprender lo que sucede en él.

SUSANA Y MONZON
-¿Cuán distintos son vos y Monzón?

-Hace muy poco, a Carlos y a mí nos ofrecieron hacer una secuencia de cinco fotos de desnudos en pareja para la revista francesa Lui. Nos pagaban 60 mil dólares por realizarlas, pero Carlos se negó escandalizado. Sin embargo, para mí no significaba otra cosa que un trabajo -con sus lógicos límites morales- donde uno se olvida de todo lo que pasa alrededor para estar pendiente del sentido estético de las tomas y de las luces. Artísticamente, una llega a despojarse de sí misma para crear la imagen que necesita mostrar.
Su novio boxeador no coincidía para nada con Susana en eso. Por aquel entonces aún no había trascendido demasiado que las grandes gafas oscuras que gastaba la diva en algunos casos servían para ocultar las huellas de los golpes que le propinaba el campeón del mundo, un celoso mayúsculo. Susana sólo admite un caso: cuando le dejó el ojo morado en Nápoles, mientras filmaba una película con el actor francés Luc Merenda.
-Se rumorea que te cela mucho.¿Y vos a él?
-Días atrás Carlos filmó un comercial para Francia. Vino todo el equipo incluyendo camarógrafos italianos y una modelo norteamericana, a quien se le había dicho que, además del trabajo, había un arreglo para promocionar un romance suyo con Monzón: algo que, por supuesto, a ella le interesaba para cimentar su carrera. Yo estuve con ellos mientras filmaban en una playa frente al mar. Carlos llegaba en un carro tirado por caballos y la modelo -que medía un metro noventa, flaquísima, con el pelo rubio hasta la cintura, envuelta en un deshabillé transparente- debía correr a su encuentro, abrazarlo y besarlo. Pero cuando llegó ese momento, Carlos dijo que no, que escenas de amor no admitía. Lo hizo por respeto hacia mí, ya que pensó que la escena podía molestarme. Yo me quise morir, me pareció un papelón. Sin embargo, ninguno de los integrantes del equipo de filmación se ofendió. Esa es otra de las grandes diferencias que tenemos con los de afuera: el respeto por las figuras como personas. Una vez que se trepa al pináculo ya es suficiente: no hay que estar dando examen permanentemente. En Buenos Aires, por el contrario, da la sensación de que todos están más a la expectativa de la caída, que de los éxitos.
-¿El público de otras latitudes es muy distinto al argentino?
-Recientemente estuve en Estados Unidos y vi en Broadway una comedia musical con Debbie Reynolds como protagonista. Su actuación no me pareció muy brillante, pero al caer el telón el teatro en pleno aplaudía de pie. Es que se ovacionaba a una estrella. Se aplaudía no sólo esa presentación sino todas sus brillantes actuaciones anteriores, el público agradecía así todos los buenos momentos que la artista le brindó a lo largo de su carrera. Allí, cuando se nace estrella, se muere estrella. Relaciono esto con recientes titulares de la prensa porteña referidos a la llegada de la actriz Ivonne de Carlo. Se la trataba de “anciana dama” y otros comentarios antipáticos referidos a su edad y físico. Me pregunto: ¿con qué derecho? Sólo los mediocres pueden escribir así. Volviendo a mi visita a Estados Unidos: estuve en el estreno de ‘Todos los hombres del presidente’. Cuando llega al cine Dustin Hoffman se le acerca una de las comentaristas más famosas de la televisión norteamericana para hacerle un reportaje en vivo. Sin embargo, Dustin pide que lo disculpen pero que no tiene ganas de hablar. Entonces la cronista, dirigiéndose a los televidentes, reconoce que bien se puede comprender al señor Hoffman, quien no se encuentra con ánimos para hablar. Si pasa una cosa así entre nosotros, ¡te lapidan!
-Estás algo resentida con la prensa local…
-Quizá hablo así porque todavía me siento un poco dolorida por los enredos que tuve al principio de mi relación con Monzón. Si bien comprendo que mi imagen es bastante sexy, la verdad es que he sido una mujer de pocos y duraderos amores. Disto mucho de asemejarme a Brigitte Bardot quien, supongo, debe ser bastante infeliz al estar embarcada en una constante búsqueda. Yo creo que, más arduo que iniciar una nueva relación, es terminar con la anterior. En esa situación nos hallábamos Carlos y yo cuando decidimos hacer un viaje, porque no nos dejaban tranquilos en Buenos Aires. Nadie sabía de nuestra partida, a excepción del amigo que había sacado los pasajes. No pueden imaginarse la sensación que fue llegar a Ezeiza y encontrarse con que uno fue traicionado por su mejor amigo. Estábamos rodeados de fotógrafos y cronistas. Yo me sentía desesperada y acorralada. A lo único que atiné fue a taparme la cabeza con el abrigo que tenía. Entre la gente de prensa había muchos amigos de notas anteriores. Hace unos días me encontré con uno de ellos. Ya había sido superado todo el problema -es evidente que el paso del tiempo lo cicatriza todo- y dejando de lado resentimientos anteriores me acerqué a saludarlo. Cuál no sería mi sorpresa al enterarme que el ofendido era él. Se quejaba de que había ido a cumplir con su trabajo y yo no le dejé hacer sus fotos. Traté de hacerle comprender en qué estado me encontraba en esos momentos, pero fue imposible: seguía sin entender.

LA CRITICA
Susana hace un gesto mezcla de impaciencia e incredulidad. De posturas rotundas, -partidaria de la pena capital: “el que mata debe morir”, afirmó en varias oportunidades-, confesa admiradora de San Martín y enemiga del populismo, así como es querida por la mayoría, la estrella también se ha ganado el odio de algunos sectores, particularmente de la izquierda vernácula.
Una de sus referentes, Valeria Delgado, sostiene que las manifestaciones de la diva son “el manual de estigmatización de la izquierda”, y que cuando ella habla “instala una ideología de derecha”. Pero lo que más le molesta a Delgado es que “tiene una profunda penetración en los sectores populares, que la consideran una referente”. -¿Cuánto te afecta la crítica?
-En verdad, no soy nada competitiva en el teatro, y muy humilde en mi trato con la gente, ya que me siento muy obligada hacia ella. Pienso que mienten aquellos que afirman no preocuparse por la opinión de los demás. A mí me interesa muchísimo. Sé que todo es terriblemente efímero. La fama y la belleza se esfumarán y lo único que va a quedarme es el verdadero afecto.
-Pero trabajás denodadamente para mantener el éxito…
-Reconozco que a veces me siento agotada, por el hecho de ser reconocida en todas partes y tener que aceptar reportajes constantemente, porque si no los concedo se ofenden. Siempre pienso que soy muy sacrificada, pero me resigno: este trabajo es así. Vivo en esta casa desde hace dos años y por mis horarios de teatro todavía nunca pude invitar a comer a nadie. En el teatro de revistas hay que maquillarse hasta el dedo gordo del pie y hay que bailar y sonreír, así le duela a una la cabeza o se le muera un amigo. Ahora tengo un mes de vacaciones debido al yeso de mi pierna. Tengo un dolorosísimo problema de ligamentos y lo único que me alivia es la inmovilidad. Otra solución sería operarme, pero me quedaría una cicatriz de medio metro. En este estado, mi diversión es leer hasta altas horas de la noche o distraerme mirando a través de las ventanas.
-Además de tu carrera y de Monzón, ¿tenés otras pasiones?
-Otra de mis pasiones es mi hija Mercedes. Ella es muy especial: no permite que le saquen fotos ni quiere aparecer en las revistas. Por supuesto que, siendo una decisión personal, se la respeto a rajatabla, pero lamento mucho no poder sacarme fotos con ella. Ahora bien, todo lo liberal que soy para conmigo misma no lo soy para con ella: creo que a todas las madres nos pasa siempre eso. Me inhibe mucho que me reporteen estando presente Mercedes. Pienso que ciertas cosas no se pueden compartir ni con los hijos: pertenecen sólo a uno mismo. Por otra parte, Mercedes le da muy poca bolilla a mi trabajo, casi nunca lee las notas que me hacen y tampoco le agrada mucho mi profesión. La llevé al teatro de revistas, pero sólo por el ratito en que aparecía yo, para que se divirtiera con las ropas y las plumas. La cuido mucho y no me gusta que vea los sketches que son inconvenientes para sus trece años. A Mercedes todavía le gusta hacerle ropa a sus muñecas y a mí me encanta que así sea. Yo no creo que sea positivo que los padres sean demasiado jóvenes. Lo mío de ser madre a los 17 años fue un disparate. Pero las cosas han cambiado mucho. A una chica de ahora ya no le pasaría lo mismo que a mí. Por supuesto que no me quejo para nada de mi caso: estoy orgullosísima de Mercedes.

CANSADA DE GANAR
-¿Qué prima en vos, la prudencia o la audacia?
-Siento que soy muy jugadora con mi trabajo: siempre estoy apostando a ganar. Y en este momento estoy cansada de ganar, ya no le encuentro tantos atractivos. Todavía no entiendo bien lo que pasó conmigo. Yo no había hecho nada especial, tan solo unas cuantas tapas de revistas. Me acuerdo de mi primer trabajo publicitario para unas mallas de baño. Hacia un frío de pelarse y nosotras desfilábamos junto a un trampolín en el Náutico de Olivos. Después fui unas cincuenta veces al cine a verme. Luego siguió otra publicidad que hice para unos jeans; también fue un éxito. Y el más impresionante de todos lo logré con el “shock” del jabón Cadum en 1971. Fue un fenómeno tan especial que hasta un grupo de sociólogos se dedicó a estudiarlo. Y no sólo en Buenos Aires, sino en toda América Latina, donde ese corto publicitario se proyectó. Sin embargo, veo que no he aprovechado en absoluto la repercusión que tuvieron mis trabajos, porque en Venezuela, Brasil y otros países soy tan conocida como en el mío y, sin embargo, no tengo contratos allí. -Y en materia de proyectos, ¿qué tenés en carpeta?
-Siempre estoy buscando hacer cosas nuevas, a pesar de que en la Argentina ya hice de todo: modelo, actriz de cine, teatro, televisión y vedete. Por eso fue que viajé a Estados Unidos: tenía interés en comprar una comedia musical para montarla aquí. Pero el fisco me exige el 45 por ciento del valor de la obra, y hacer de entrada una inversión de 10 mil dólares me llena de miedo. Así que desistí. Ahora estoy desesperada por irme a Europa a filmar con Monzón, Lino Ventura y Charles Aznavour. Me doy perfecta cuenta que allí la luminaria es Carlos y que obtuve mi papel por ser la mujer del campeón mundial, pero de todas maneras me parece una buena oportunidad y no veo la hora de aprovecharla. Hay sólo dos papeles femeninos en la película. El mío es brevísimo: más interesante era el otro, pero como en una de las escenas había un beso con otro tipo, Carlos me negó.
-¿Qué es lo que más te llama la atención de Carlos Monzón?
-De repente Carlos se encuentra asediado por personalidades de todo el mundo. Por ejemplo, mientras se encontraba entrenando en París, Nathalie Delon no se perdió una sola sesión, ni se despegó de al lado. Y él, nada. O Christian Dior hace un cóctel en su honor y Carlos no va. O lo invita a almorzar un ministro. Realmente, Carlos no se da cuenta de lo que le está pasando.

EL EXITO
Susana tenía toda la razón. A tal punto Monzón no se daba cuenta de que era su hora y podía aprovechar al máximo su estrellato que, al contrario, saboteaba las oportunidades de lujo que se le presentaban. La película con Aznavour y Lino Ventura nunca se llegó a realizar porque Monzón prefirió quedarse hacienda dolce far niente en la Costa Azul, en vez de concurrir a la reunión con los productores.
-¿En qué te cambió el éxito que alcanzaste?
-Confieso que, en ocasiones, yo me asusto cuando tomo consciencia de todo lo que conseguí por mis propios medios y por eso siempre trato de mantenerme fiel a mí misma, de no cambiar. En lugar de solazarme con mi condición de estrella, me esfuerzo por seguir siendo la misma persona.
Medio siglo después no cabe duda de que Susana Giménez pudo sostener ese propósito.