Opinión
Cajón de sastre

Prohibido estar triste

Si una prima llorando te cuenta que perdió su embarazo tan deseado debido a un accidente o enfermedad,  ya la estás queriendo animar incitándola a que, a la brevedad, pruebe con su esposo concebir un nuevo bebé. 

Si un flaco le confiesa a sus amigos varones (con disimulada y estúpida vergüenza) que está bajoneado porque esa novia tan amada con la que vivía se mandó a mudar… primero le toman el pelo, y luego lo palmean en la espalda y lo invitan a ir esa misma noche de levante por los boliches de onda.
No se te cumplen los proyectos soñados, presentás una idea y ni acusan recibo, o en el peor de los casos te la plagian, y cuando tus seres queridos te ven pinchado te recomiendan que vayas al psiquiatra para que te recete un antidepresivo o a ver a un cura para que te aconseje.

Enciendes el televisor y ya te están gritando que empieces la mañana bien arriba con tal magazine de misceláneas y termines el día “hip hop” con el programa de re despiertos. Prendés la radio y notás que los programas políticos incorporan humoristas y que las noticias vienen con chistes, imitaciones, chimentos de la farándula y sketches cómicos.

Si el portero te ve con mala cara se lo cuenta a todo el mundo, y comienzan a conjeturar diversas desgracias que te podrían estar pasando,  que van desde un simple ataque al hígado hasta un aneurisma incurable. En la oficina te quieren trasladar a la sucursal Cosquín para que respires aire puro, y el ascensorista (que está estudiando Psicología Social) te informa, sin preámbulos, que según afirma Pichón, debes adaptarte activamente a la realidad.

FILOSOFÍA ‘LIGHT’

Uno quiere estar a la sombra y le suben la persiana para que lo encandile el sol, y lo llenan de preguntas que suenan como un reclamo: “¿Cómo no vas a festejar tu cumpleaños?”, “¿te volviste loco, vas a pasar sólo la Navidad?” y de pronto recordamos cuando a la edad de siete años nos caímos de una escalera y en premio recibimos un: “¡No llores, maricón!”

Y hoy,  de pronto, te pase lo que te pase, una cruzada de familiares, conocidos y desconocidos te aconsejan que te tomes todo con filosofía light, por cuatro días locos que vamos a vivir. Y ni hablemos de tu pareja, que se cree dueña de la queja y no le podés quitar su lugar.  
Gente más científica nos pregunta si no tendremos bajo el nivel de litio, y los fanáticos del yoga y el naturismo nos revelan un mantra para que hagamos meditación trascendental.

Las penas son de nosotros y las vaquitas son ajenas, cantaba una antigua zamba, pero ahora ni las penas se nos permiten conservar,  porque hemos perdido el derecho a estar tristes, a reconocer que las piedras con las que tropezamos también son parte el camino. A reflexionar y madurar sobre las experiencias dolorosas. Menos aún viviendo en este supuesto paraíso de consumo y entretenimiento, del todo bien, de la sonrisa permanente, como personajes entrampados en alguna novela futurista de  Aldous Huxley.

 Porque no es sólo generosidad la que impulsa a los “animadores de oficio” a intentar sacarnos a empujones de la cueva, si no también cierta renuencia natural de hoy a encarar al otro, un egocentrismo infantil cuya preocupación inicial está centrada en si mismo, en conservar la propia alegría ficticia a toda costa, ese estado evanescente que el triste hace peligrar.