Cultura
"LOS DIARIOS DE EMILIO RENZI" Y SU AFIRMACION COMO AUTOR

Piglia en sus años felices

El segundo tomo de Los diarios de Emilio Renzi, los años felices, encuentra a Ricardo Piglia afirmado por completo en su oficio de escritor, convertido casi en un porteño más que transita las calles de Buenos Aires, que abreva en su bohemia junto con otros artistas que pujan también por ver madurar su obra.

Ha dejado atrás aquella Mar del Plata adolescente y logró cuajar el ideal de esos años turbulentos: dedicarse a la literatura por completo, "a todo o nada". Es ahora, en el final de la década del "60 y el inicio de los "70, una pluma reconocida aunque aún no consagrada. Escribe cada día en su diario el derrotero de una vida incierta que sólo tiene una premisa: triunfar en las letras.

Mantiene el autor una relación singular con esos cuadernos de tapas negras que va acumulando con el correr de los años. Sabe que todo lo que allí registra tendrá algún día destino de imprenta. Por eso lo hace, por eso los relee con frecuencia y los pasa en limpio. ¿Filtra o pule lo que ha escrito antes emocionalmente para darle más tarde un rigor literario? ¿Le quita esto autenticidad al diario? Tal vez. Nunca lo sabremos.

Por ese entonces trabaja arduamente y con perseverancia en las novelas que, aunque él lo ignora, terminarán por laurearlo. Como un orfebre va tallando Plata quemada -será editada recién en 1997-, llevándola de un lugar a otro, amenazando con destruirla, preservándola hasta el final. Mientras, dirige colecciones de relatos policiales y revistas varias, escribe artículos por encargo y brinda conferencias, medios con los que se gana la vida.

Es un tiempo en el cual se cocina a fuego lento la violencia política de los "70. Piglia, aunque simpatiza con las ideas de izquierda y se suma a actos y manifestaciones, no se siente comprometido con el movimiento. "Por suerte no pertenezco a mi generación", esboza en una de las páginas del diario. La política parece pasarle por un costado. Llega a encerrarse cuatro días en su departamento para trabajar, sin contacto alguno, y cuando sale a la calle se entera que un general ha depuesto a otro.

Mantenerse al margen de los movimientos ideológicos no le impedía tener claridad en sus conceptos. Ante la victoria de Salvador Allende en las elecciones de Chile, anota: "Ellos (la derecha) lo van a atacar y tratar de liquidar sin jugar limpio y usando -ellos sí- la vía armada". Y, más tarde, sobre el justicialismo: "Pensar que el peronismo tiene tendencias revolucionarias es ilusorio".

Las páginas de un diario personal sirven para reflotar el tiempo vivido, tal como era visto entonces, sin conclusiones postreras. Por eso resulta interesante también observar cómo Piglia catalogaba a sus colegas: Rodolfo Walsh era populista, antiintelectual y esquivo; Manuel Puig, el más profesional de todos; David Viñas, un artista atribulado por la sombra de Cortázar; Cortázar, casi una vedette literaria; Andrés Rivera, atormentado, militante, pertinaz; Haroldo Conti, taciturno, empecinado en narrar la derrota.
Vislumbra también el rol de los medios masivos de comunicación. En la literatura ya no predominarán, advierte, revistas como Sur, hechas por escritores: "Los periodistas son los nuevos intelectuales", afirma disgustado, y enfatiza que el periodismo especializado "es un nido de resentidos".

Su nombre gana estatura, es leído y citado, pero otros asuntos lo perturban: termina 1975, la Fuerza Aérea jaquea al Gobierno constitucional de Isabel Perón. "Los aviadores hacen conocer sus programas fascistas. Videla mantiene al ejército como árbitro de la situación", culmina. El tercer tomo será ya el de la consagración definitiva.