Natalio Botana es un reconocido académico y comentarista político de extensa trayectoria que no requiere presentación. En su último libro, La experiencia democrática (Edhasa, 312 páginas), hace un diagnóstico sobre la marcha de la democracia argentina de las últimas cuatro décadas.
El subtítulo del volumen, “Cuarenta años de luces y sombras. Argentina 1983-2023”, encierra de algún modo una petición de principio: no le fue tan mal al sistema que estuvo clausurado durante más de medio siglo a partir del año 30. Persiste, a pesar de las sombras mencionadas, un ánimo esperanzador en las observaciones de Botana que él describe como de “actualidad histórica”.
Ese optimismo, aunque comedido, resulta de aceptación cada vez más ardua.
Una de las cuestiones en las que Botana pone énfasis al trazar la ruta de los últimos 40 años es la de las grandes transformaciones tecnológicas y culturales del período. Cabe apuntar que esas transformaciones no se vieron reflejadas en la realidad política e institucional en la que se mantuvo incólume (al menos hasta 2023) la tradición populista, apalancada por intereses corporativos cada vez más ostensibles.
INGOBERNABILIDAD
Como las prácticas populistas derivaron en prácticas autoritarias las instituciones sufrieron remezones propios del pasado y ataques desestabilizadores que condujeron a la ingobernabilidad de los gobiernos no populistas. Dos presidentes no peronistas elegidos democráticamente no cumplieron su término constitucional como sucedía en la época de los militares. Un tercero, Mauricio Macri, llegó al final de su mandato poco menos que de milagro.
Los uniformados que en otras épocas sacaban los tanques a la calle fueron reemplazados por golpistas “blandos” de la política, la economía y los medios. Las herramientas de estos “demócratas” fueron el caos provocado, los sangrientos disturbios callejeros y las “roscas” de dirigentes en el Congreso.
Esta pésima performance institucional tiñe de fracaso a la democracia supérstite, fenómeno que los politólogos maquillan bajo eufemismos de democracias “deficientes” o de “baja intensidad”. Las elecciones se siguen realizando cada dos años, pero hay algunos votos que valen más que otros: los que van a parar a dirigentes populistas. O, puesto en otros términos, ustedes voten lo que quieran, que nosotros nos encargamos de corregirlo.
La realidad muestra como atributos de la democracia de las últimas cuatro décadas, un aumento vertical de la pobreza, de la desigualdad y de una corrupción a escala nunca vista. Al mismo tiempo el sistema educativo –fundamento de un sistema basado en la soberanía popular— fue infiltrado y degradado por el sindicalismo de origen populista.
Prueba adicional de este panorama desolador es que la persona que gobernó la Argentina dos veces como presidenta y una como vice hasta hace menos de dos años esté actualmente recluida en prisión domiciliaria y con tobillera por estafar groseramente al Estado. Es la misma que como presidenta del partido peronista acaba de ganar de manera aplastante las elecciones legislativas de la provincia de Buenos Aires que reúne el grueso de los electores del país.
INADECUACION
El volumen de Botana no dice todo eso. Su densa prosa contiene reflexiones de tipo general, conceptuales, sobre las formas de la democracia, los valores en disputa durante la transición, el funcionamiento de los partidos, etcétera. También repasa aspectos centrales de los gobiernos de las últimas cuatro décadas, lo que el autor llama la parte narrativa del texto. Se pregunta si el fracaso de la democracia es consecuencia del sistema o de los gobiernos.
En el caso argentino la respuesta no parece demasiado problemática. Es consecuencia de una inadecuación: se pretende aplicar el régimen democrático a una sociedad que no lo es, que se caracteriza por una mentalidad autoritaria, por el resentimiento, la inescrupulosidad y la discapacidad moral de gran parte de sus integrantes de todas las capas sociales.
Botana no incluye en su “narrativa” al gobierno de Javier Milei que se encuentra en pleno curso. Se refiere en cambio a una corriente política “reaccionaria” mundial. Sus observaciones sobre la presidencia “libertaria” van a resultar de gran interés cuando llegue el momento de su publicación.
Por ahora puede decirse que resultó un gran revulsivo para el sistema corporativo que ha gobernado la Argentina durante décadas. Ese régimen ha flotado inconmovible sobre una sociedad dividida en la que los valores de un sector son incompatibles con los del otro y en la que ambos sectores se niegan legitimidad recíprocamente.
Esa fractura viene de lejos. Yrigoyen la descubrió entre la “causa” y el “régimen”, el peronismo, entre la “oligarquía” y los “trabajadores”, etcétera. El presidente “de facto” Lanusse hablaba de antinomias. Hoy los periodistas la llaman “grieta”. Todo lleva a pensar que perseverará hasta que uno de los sectores se imponga, porque el consenso es una utopía. Por eso la lucha (los especialistas la llaman política agonística) ya lleva más de un siglo.