Opinión
El latido de la cultura

'Okupas', veinte años después

Octubre de 2000. "¿Viste `Okupas'?'', me preguntó Juan Pablo, un compañero de curso que se sentaba cerca de mi banco. Transitábamos los últimos días del Secundario, ese lapso que se asemeja a la cuenta regresiva que supone salir al mundo y tomar conciencia de que en lugar de ser los dueños del pabellón eramos todos cabezas de ratón. Cuando dialoga con la realidad, la ficción tiene el poder de revelar una dimensión desatendida. De alguna manera, eso hizo `Okupas' al enfrentarnos a una Argentina que ignorábamos por estar flotando en el limbo tibio de la adolescencia. Una Argentina impactante, carne de relato, con su marginalidad, sus ocupaciones ilegales, un consumismo trepidante y un desempleo que no paraba de crecer. Los restos de una ilusoria y opulenta fiesta que había comenzado hace una década y que comenzaba a llegar a su fin.

Por entonces, el llamado Nuevo Cine Argentino era un género recién nacido del que se destacaban dos títulos: `Historias breves', de 1995 -realizada por estudiantes de la Escuela de Experimentación y Realización Cinematográfica entre los que podríamos enumerar a Israel Adrián Caetano, Bruno Stagnaro, Daniel Burman, Lucrecia Martel y Ulises Rosell- y `Pizza, birra, faso', de 1998, dirigida por la dupla Stagnaro-Caetano.­

Del Neorrealismo italiano la nueva corriente argentina tomó rasgos como el trabajo con actores no profesionales, la búsqueda a través de la improvisación y el retrato social a través de elementos como el realismo.­

Todo eso reúne `Okupas', que a más de veinte años de su estreno en Canal 7 se convirtió en una de las más series más vistas de nuestro país. La imagen de la serie, disponible en Netflix, ha sido maquillada al punto de que pareciera recién filmada. Debido a restricciones legales que impidieron que los temas musicales de la serie original formaran parte del reestreno, la banda de sonido fue reemplazada por una nueva que no incluye canciones en inglés. La misma serie, pero distinta.­

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REALISMO­

"La serie tiene una propuesta ambiciosa al hibridar el registro del realismo con el grotesco. Si bien en ciertas escenas ambos registros están bien diferenciados, en otras, como la famosa emboscada a Ricardo en el Doque, está acentuada por el grotesco siniestro. Un ejemplo de ello es el personaje tenebroso de la anciana que fuma y ríe desde un rincón. También hay lugar para pasajes en los que la serie recuerda a la comedia italiana, como esa escena en la que Ricardo es perseguido por unos malandras por las calles de Congreso, y pareciera que estamos frente a un dibujo animado. Más allá de que esta clase de hibridaciones pueda sacar al espectador del clima serio de lo que se está contando, es un recurso arriesgado y rico el de mezclar recursos y tonos muy disímiles''. Quien afirma estas apreciaciones no es otro que mi amigo Juan Pablo, quien veinte años después (y luego de haber pasado por la facultad y de haber terminado su primer libro de poemas), volvió a la serie con otros ojos.

Y en esta tarde fría en el barrio del barrio Barracas, mientras compartimos un café en su casa, pienso que nosotros también hemos envejecido veinte años como espectadores. La canción, sin embargo, sigue siendo la misma.­