Días atrás, “El Eternauta”, la adaptación cinematográfica de la icónica historieta creada por Héctor Germán Oesterheld (1919-1978), con dibujos de Francisco Solano López, llegó a Netflix. En su primera semana en la plataforma la serie argentina, protagonizada por Ricardo Darín, se posicionó como una de las series más vistas de habla no inglesa en el mundo.
La historia recuerda a Oesterheld como el creador de “El Eternauta”, considerado como el relato de ciencia ficción más poderoso que se ha escrito en el país. Sin embargo, durante sus casi 60 años de vida, Oesterheld creó numerosos personajes como Bull Rocket y el Sargento Kirk; Ernie Pike, un corresponsal de guerra que relata batallas de la Segunda Guerra Mundial. Ticonderoga; Randall the Killer; Sherlock Time; Joe Zonda y Rolo, el marciano adoptivo.
También creó su propia editorial: Frontera, que funcionó durante cinco años y por donde pasaron los mejores historietistas del momento. Luego del cierre de Frontera, Oesterheld siguió creando: publicó Misterix, Rayo Rojo, Mort Cinder, y siguen los nombres.
EN LA PRENSA
Vale recordar que su primer cuento, “Truila y Miltar”, se publicó el 3 de enero de 1943 en la Segunda Sección del diario La Prensa, donde también trabajó como corrector.
A continuación la reproducción de aquel cuento que narra la historia de dos gnomos, uno que colecciona reflejos y otro que colecciona sombras:
“Esta es la historia de Truila y Miltar, tal como me la contó Karyl, el más viejo entre los gnomos, en un atarceder de verano, mientras los árboles estaban serenos y apacibles, como si pensaran en recuerdo lejanos. Un atardecer de verano en que la luz y la sombra parecían confundirse.
Truila, el gnomo que se quedó niño, y por eso no lleva barba y por eso sus ojos están llenos de simpleza y de luz; Truila, el gnomo niño, tenía allá entre las retorcidas raíces de la encina una maravillosa colección de reflejos. Así como hay gnomos que cuidan el sueño invernal de los árboles, para que no despierten antes de tiempo, y gnomos que enseñan a las luciérnagas recién nacidas a encender y a apagar sus lámparas, y gnomos que guían a sus hormigueros a las hormigas extraviadas, y gnómos que tejen a la luz de la luna los sueños de los niños, Truila, el gnomo niño, reunía en su casita todos los reflejos que encontraba, para que los demás gnomos se recreasen mirándolos.
En su resplandeciente museo, al lado de la luna mirándose en una charca, estaba el blanco destello de los colmillos del gato montés; y junto a un rayo de sol que resbalaba sobre una hoja brillaba el mirar dulce y profundo de las gacelas. Y también las estrellas, recogidas todas en una gota de rocío, y el arco iris producido por el sol al herir una aguja de hielo, y también...Muchas veces el pájaro de la aurora alzaría su vuelo, si nos pusiéramos a detallar todo lo que había en aquel museo.
Por ese su tesoro, Truila, el gnomo que se quedó niño, era considerado como de los gnomos más ricos en el país de los gnomos. Pero no faltaban los envidiosos, que le decía que su colección nada valía al lado de la de Miltar, el gnomo triste, el de los ojos siempre en sombra, el gnomo que reunía penumbras allá en su casita oculta en lo hondo del barranco.
Sería tan difícil enumerar todo lo que había en el tesoro de Miltar, el gnomo triste... Sería tan difícil como pretender nombrar una por una todas las piedrecitas de color que día a día va lavando el arroyuelo de la montaña. Dicen los que aún recuerdan, que allí estaba la paz oscura del nido del hornero, la sombra melancólica de un sauce sobre el río, la penumbra llena de lejanos rumores de un caracol vacío. Y el pesado misterio de una noche sin luna ni estrellas, y la tiniebla circular que parece abrigar los pies de los hongos sombrerudos... Sería tan difícil enumerar todo el tesoro de Miltar, el gnomo triste...
Si. No quedaban dudas de que Miltar era uno de los gnomos mas afortunados. Pero los envidiosos ponderaban ante él el tesoro de Truila, el gnomo niño, y hasta agregaban que éste se burlaba de la colección de penumbras.
Y tanto hicieron los envidiosos, que Miltar consideró insuficiente su riqueza de sombras, y se dedicó con afán a conseguir alguna nueva penumbra, algo que hiciese exclamar a todos: “Cosa que iguale en valor a ésta no hay en el tesoro de Truila”.
Y Truila a su vez quiso humillar para siempre a Miltar encontrando algún resplandor nuevo, tan extraordinario que de él todos dijesen: “¿De qué vale todo el tesoro de Miltar ante semejante hallazgo?”
Caviló y caviló Truila, el gnomo niño, allá en su casita oculta entre las raíces de la encina, ¿Cómo conseguir ese resplandor extraordinario? Caviló y caviló, hasta que por fin imaginó atrapar todos los rayos de luna que plateaban las hojas del bosque. Y decidió construir una trampa para cazarlos y llevárselos a su casita, reunidos en un haz maravilloso.
En una de sus tantas correrías hasta las casas de los hombres, había visto cómo al salir la luna, todos sus rayos asomaban de pronto por sobre un viejo muro que rodeaba un jardín. Y tras mucho pensar en la manera de atraparlos en el preciso instante en que empezaran a asomar, encontró la solución: pondría en lo alto del muro muchos trozos de vidrio, y en ellos se enredarían los rayos de luna cuando viniesen a alumbrar el jardín.
Sin decir nada a nadie, se fué a las casas de los hombres, y durante todo un día en el jardín preparando la trampa cuando llegó la noche, quedándose al acecho aguardando la aparición de la luna.
Estaba Truila escondido, vigilando su trampa, cuando del otro lado del jardín llegó Miltar, el gnomo triste. Venía a recoger la sombra llena de recuerdos que anidaba entre las grietas del viejo muro. Sobre éste quiso trepar Miltar, para iniciar su búsqueda de sombras. Y no vio los trozos de vidrio, y su mano se desgarró al apoyarse en ellos.
Roja y cálida brotó la sangre, y destellos de sol poniente tuvo la luna al herir los vidrios ensangrentados. Corrió Truila hacia el muro, maravillado ante el nuevo reflejo. Y vió entonces a Miltar, el gnomo triste, con su mano des- garrada, que le miraba con sus ojos llenos de sombra.
Todos los reflejos se borraron entonces para Truila, y una pena muy grande anidó en su corazón y ensombreció su frente. Miltar, un pobre gnomo triste, tenía su mano desgarrada, y él, Truila, era el culpable, todo por querer ser el primero, el gnomo más rico entre los gnomos. Baja la cabeza, dejó manar el tibio arroyo de las lágrimas.
Vió Miltar la sombra que ensombrecía la frente de Truila, el gnomo niño. ¿Qué sombra entre todas sus sombras podría igualarse a la que oscurecía la frente de Truila, que le estaba revelando que éste podía ser su amigo?
En sus ojos llenos de sombra brilló entonces un límpido destello... ¡El, Miltar, el gnomo triste, tenía un amigo!
Y vió Truila el destello alegre que iluminaba los ojos de Miltar, y comprendió que este reflejo tan pequeñito y nuevo sobrepasaba a todos los reflejos que guardaba en su casita, allí entre las retorcidas raíces de la encina... El puro destello de un par de ojos que descubren un amigo…
Nunca mas rivalizaron Truila, el gnomo niño, y Miltar, el gnomo triste. Reunieron sus dos tesoros y anduvieron desde entonces siempre juntos.
Y son los envidiosos, los que quieren hacer recordar a Miltar que Truila le desgarró una vez la mano, los que si- guen poniendo trozos de vidrio sobre los muros.
Y los pobres rayos de luna, que nada tienen que ver en esto, siguen enredándose en ellos...
Esto me lo contó Karyl, el mas viejo entre los gnomos, en un lento atardecer de verano en que Ia luz y Ia sombra parecían confundirse, coma si fueran muy amigos”.