El jueves pasado, el jefe de Gabinete, Guillermo Francos, se retiró de una sesión del Senado tras ser agraviado por una legisladora ultrakirchnerista. Por esas horas, su jefe, el presidente Javier Milei, injuriaba -a su vez- al gobernador Axel Kicillof a quien, tras la condena judicial de Cristina Kirchner, ha elegido como antagonista.
En ambos casos los insultos fueron premeditados y no tenían el atenuante de un ofuscamiento pasajero. Formaban parte de una estrategia de la campaña que empezó a desarrollarse en el corazón electoral del país, la provincia de Buenos Aires, que es el mayor reservorio de votos K y la batalla que Javier Milei necesita ganar para imponer el modelo económico.
Si triunfa en Buenos Aires, su marcha hacia la reelección puede convertirse en un paseo. Por eso alarman a Cristina Kirchner en su prisión domiciliaria los informes que le llegan sobre una situación electoral comprometida en el distrito en el que juega como local tanto para septiembre como para octubre (ver “Hasta a Espert le va bien”).
El exabrupto de la legisladora que derivó en la caída de la sesión del Senado se produjo después de que Francos expusiera con cifras detalladas el mejoramiento de la trágica situación macroeconómica heredada de la “gestión” de CFK y Alberto Fernández. Lo hizo con las estadísticas del Indec en la mano y le respondieron con el calificativo de “mentiroso”.
Sólo de dos respuestas disponen la expresidenta y sus seguidores ante los resultados del plan de estabilidad: negarlos y pronosticar una catástrofe inevitable. Usar ambos argumentos simultáneamente podría parecer contradictorio, pero los políticos no se detienen en esos detalles.
Cristina Kirchner, a esta altura jefa de La Cámpora y de no mucho más, despliega una estrategia electoral de desprestigio institucional. La senadora López, por ejemplo, agravió no sólo a Francos, sino también a todo el cuerpo que integra y a su bloque, impotente para detener la agresión.
En días anteriores, otros senadores ultra K habían denigrado a los jueces federales y a la Corte Suprema que condenó a su jefa a prisión domiciliaria e inhabilitación. Como a la expresidenta se le acabaron las apelaciones, el kirchnerismo busca deslegitimar a todo el sistema. Lleva el “stress” institucional al límite.
En consecuencia, el Senado se ha convertido desde el fallo de la Corte en escenario de un espectáculo de degradación del que el lenguaje afrentoso y ofensivo es sólo un fenómeno de superficie. La política desciende al insulto cuando se radicaliza. Bajo esas circunstancias, hablar de consenso o de moderación suena a broma de mal gusto.
En este marco de antagonismo entre Cristina Kirchner y Javier Milei, el que no encontraba posición era Axel Kicillof, pero el Presidente lo ubicó rápidamente: “Si acá es donde huyeron todas las ratas cuando se hundió el barco, acá también hay que hacer limpieza”, anunció. “La provincia de Buenos Aires es el último bastión de este credo miserable e infeliz, que ha sido el modelo del Estado omnipresente en la Argentina: una promesa de igualdad que nos convirtió a todos en esclavos desposeídos. Kicillof es el último zar de la miseria”, remató.
Si el gobernador quería ser reconocido por el oficialismo como líder de la oposición tras la prisión preventiva de CFK, lo consiguió. Pero al mismo tiempo consiguió que sus esfuerzos por representar alguna forma de renovación peronista fueran aniquilados en el mismo acto. Entre La Cámpora y Milei hay una tierra de nadie en la que es imposible instalar un proyecto alternativo.
Kicillof consiguió quitar centralidad y protagonismo a las dos veces presidenta (el balcón estuvo vacío y la pelea por las visitas pasó a segundo plano), pero de la peor manera.
Más allá de las luchas personales, el peronismo es una máquina electoral con intereses e inercia propios que no se detiene. El viernes avanzó en la construcción de un frente de unidad con los sectores de Kicillof, el kirchnerismo y Sergio Massa. El resultado final, de todas maneras, solo conocerá el 19 de julio, día de cierre de candidaturas.
Con Cristina Kirchner fuera de juego por la inhabilitación legal, un punto a dirimir es la cabeza de la lista de candidatos a legisladores provinciales de la tercera sección electoral. El sector del gobernador se resiste a la candidatura de Máximo Kirchner o de cualquier sustituto camporista como Mayra Mendoza. Sin alguien sentado en la cabecera de la mesa y con la lapicera en la mano que sea obedecido de manera unánime los tironeos se van prolongar, aunque todos los sectores sepan que una ruptura profundizaría el desastre.
Algo parecido ocurre con la coalición que intenta armar el Gobierno, pero con dos diferencias fundamentales: la expectativa de triunfo y el liderazgo están fuera de discusión.