Opinión
Páginas de la historia

Manuel Blanco Encalada

Hoy protagonizará nuestra columna, un personaje con muchas facetas no comunes. Nació en Buenos Aires en 1790, veinte años antes de nuestra Revolución de Mayo. Y ya la primera y curiosa circunstancia que le tocó vivir.
Llegó a ser, con sólo 36 años –aunque por sólo dos meses- Presidente de la Nación. Pero no de su propia patria, sino de la República de Chile.
Cuatro años antes, en 1822 –teniendo 32 años- fue también el único y por siempre “mudo testigo” de la decisiva entrevista entre los dos libertadores de América: San Martín y Bolívar.
Fue simultáneamente General -de artillería en su caso- y Almirante del ejército chileno, caso prácticamente único. Y brindó a Chile importantes servicios, que el pueblo trasandino le reconoció.
Cuando Blanco Encalada tenía solamente 12 años, fue enviado a España por su padre, que era oidor de la audiencia de la Colonia, –un cargo importante-, para cursar allí la carrera Naval. A los 16 años ya egresa como Guardiamarina.
España estaba, era casi la época de la Revolución de Mayo, en guerra con la Francia de Bonaparte. Blanco Encalada participa y es ascendido a alférez de fragata.
Entonces, el Gobierno Español lo envía a América como ayudante del jefe de la Escuadra española, apostada en el puerto de “El Callao”, Perú.
Corre ya el año 1810 y los hechos revolucionarios en su patria de nacimiento lo conmueven. Y él no puede ocultar sus sentimientos.
Las autoridades españolas enteradas, desconfían de Blanco Encalada y lo embarcan de regreso a la península. Pero él baja en Montevideo y decide quedarse a defender la causa patriota.
Pasa a Chile y se integra como artillero enfrentando a los españoles. Preso en la batalla de Rancagua es desterrado a la isla Juan Fernández, de donde logra huir para alistarse en el ejército de San Martín. Este le encarga la creación de una flota. Logra apresar un importante buque realista y varios transportes.
Ha creado una flota propia y lo nombran entonces contralmirante.
Participa en la derrota patriota de Cancha Rayada, pero con una inteligente estrategia consigue salvar toda la artillería, hecho que posibilitará posteriormente la victoria de San Martín en Maipú.
Además, y con sus triunfos en pequeñas batallas navales, consigue armar una escuadra medianamente importante y dominar el Océano Pacífico. Ello permite al Ejercito Libertador realizar la campaña para conquistar el Perú con previo dominio marítimo.
Van pasando los años y con la fragilidad que nota en su físico deteriorado, descubre la fragilidad de la vida.
Siente una especie de fatiga, que su mente, todavía lúcida, le indica que es uno de esos cansancios... definitivos. Blanco Encalada, que ya tiene 86 años y que ha luchado toda su existencia por avanzar, está luchando por no retroceder. Quiere aferrarse a la vida. Por irreemplazable. Y una anécdota final, de sus últimos momentos.

ULTIMOS DIAS
Es el día 5 de septiembre de 1876. Está postrado hace más de un mes. Pide a sus familiares que lo levanten del lecho y lo vistan con su mejor traje. Estos se niegan inicialmente, pero luego acceden.
Se sienta en un amplio sillón y dice a sus hijos: -“No me lloren. He alcanzado metas con las que no había soñado. También he amado. Y les dejo a Uds. la más valiosa de las herencias. Un apellido que llevarán para siempre y que nadie podrá señalar como indigno. Por eso muero feliz”. En ese momento pareció dormirse. Pero ya no despertaría.
Y cierro esta nota con un aforismo para Manuel Blanco Encalada: “Los grandes espíritus no siempre encontraron el camino. Pero siempre supieron cual era”.