El castillo de arena
Por Seicho Matsumoto
Libros del Asteroide. 415 páginas
Seicho Matsumoto (1909-1992) fue uno de los máximos novelistas policiales de Japón en el siglo XX, un autor popular y elogiado en su época, y bendecido por una sólida reputación que no ha dejado de acumular admiradores.
El castillo de arena es uno de los títulos principales de quien ha sido llamado “el Simenon japonés”. Se trata de un policial clásico (se publicó originalmente en 1961), que combina lo mejor de la tradición detectivesca de origen británica con pinceladas de la novela negra estadounidense, bien que en pudorosos tonos grises.
Lo protagoniza el inspector Eitaro Imanishi, de 45 años, eficiente miembro de la Policía Metropolitana de Tokio, además de correcto esposo, padre de familia y aficionado a la composición de haikus y a la compra de bonsáis.
La aparición de un cadáver en la playa de maniobras cercana a una estación de tren de la capital nipona pone en marcha la pesquisa que llevará a Imanishi a recorrer el país de punta a punta con abnegada dedicación. Hará esos viajes en tren, un medio de transporte que desempeña un papel destacado en toda la historia.
Imanishi se ocupa del caso junto con el agente Yoshimura hasta que las pistas se van enfriando. Luego proseguirá investigando por su cuenta, apoyado en su capacidad deductiva, en súbitos raptos de inspiración, en la notable memoria de los testigos y en una oportuna sucesión de casualidades y coincidencias que al correr de los capítulos lo rescatarán de variados callejones sin salida.
Con diálogos dinámicos y un estilo directo y ágil, Matsumoto construyó una novela entretenida y de lectura adictiva en la traducción de Marina Bornas. Lo consiguió a pesar de las licencias que se toma en el desarrollo del argumento y a las marcas de la época en la que fue escrita, no tan lejana en el tiempo pero remotísima debido a los cambios sociales, culturales y tecnológicos ocurridos desde entonces.
De las pautas típicas del género policial, El castillo de arena cumple sin dudas con aquella que prescribe que la revelación del asesino debe llegar como una sorpresa, después de que la atención se hubiera desviado siguiendo a otro sospechoso.
Más allá del hecho de sangre y la persecución posterior, el tema de fondo de la novela alude a los contrastes en el Japón de la posguerra. La sociedad tradicional y agrícola, arrasada durante el conflicto, ha cedido paso a las ambiciones modernizadoras de una nueva clase de arribistas, ávidos de emular a sus antiguos enemigos occidentales.
Es uno de los méritos de Matsumoto el que haya rozado esa dicotomía sin tentarse por el panfleto ni por la proclama incendiaria.