Aunque la película de José Martínez Suarez afirme lo contrario en su película de 1976, los muchachos de antes sí usaba arsénico… y los de ahora también.
El arsénico no solo se utilizaba como medicamento, sino también como un veneno ideal para eliminar alimañas, cónyuges indeseables, peligrosos, herederos al trono y todo tipo de enemigos que uno cosecha a lo largo de la vida por las razones más diversas.
Desde la época grecorromana, las virtudes terapéuticas del arsénico se vieron eclipsadas por su capacidad letal. En realidad, toda sustancia utilizada en forma inadecuada es toxica, pero en el caso del arsénico, la “dosis letal 50” está muy cercana a la dosis terapéutica, dejando un margen muy estrecho entre sus beneficios y sus perjuicios.
Los chinos lo usaban para tratar la psoriasis, la sífilis, el asma, el reumatismo, y como tónico y analgésico general. Un uso tan extenso hace pensar que los médicos chinos deben haber dejado un tendal.
Este metaloide, ampliamente disperso en la naturaleza, en su forma de trióxido de arsénico es incoloro, insípido y soluble en agua, vinos y otros brebajes. Su ingesta no produce síntomas inmediatos, virtud que lo convierte en el rey de los venenos frente a sus otros competidores como el cianuro o la estricnina, que dan cuadros floridos, fáciles de reconocer, y una muerte prolongada.
En cambio, el arsénico produce vómitos, diarrea y calambres: signos y síntomas propios de cualquier infección intestinal. Un hecho de innegable beneficio para el asesino en tiempos en que el agua potable y corriente era un lujo, y el cólera o la salmonelosis estaban ampliamente dispersas en la naturaleza.
Gracias a estas “virtudes”, muchos envenenadores de la antigüedad pasaron desapercibidos y olvidados por la historia. Pero otros dejaron su impronta.
Agripina, la hermana de Calígula, usó arsénico para deshacerse de su cónyuge y poder casarse con su tío Claudio, emperador romano en ese entonces. Esta bisnieta de Marco Antonio convenció a su marido de nombrar sucesor a su hijo Nerón… y después se deshizo del pobre Claudio, pero sin usar arsénico sino setas venenosas. No era cuestión de repetirse ni dejar rastros.
El arsénico se volvió en el rey de los venenos, y merecía perfeccionarse a medida que los intereses políticos eran más complejos, los enemigos se multiplicaban y los maridos se ponían más pesados.
El trióxido de arsénico usado por Agripina se perfeccionó en forma llamada “La Cantarella”, así llamada por contener Cantaridina, un compuesto químico extraído del escarabajo “mosca española”, que se usaba sobre la piel para el tratamiento de las verrugas. Consumida por vía oral, tenía un efecto afrodisiaco en los hombres, estimulando su órgano viril.
La Cantarella fue profusamente utilizada en el Renacimiento, especialmente por los Borgia, una familia de origen valenciano que sentó a dos de sus miembros en el trono de San Pedro: Calixto III y Alejandro VI.
Quien, al parecer, era una maestra en el uso de la Cantarella era la joven Lucrecia –aunque no todo lo que se afirma sobre la hija del Papa podría decirse que sea verdad–.
Casada a los 13 años con Giovanna Sforza para reforzar los vínculos con las poderosas familias italianas, las cosas no salieron como quería Alejandro VI. Pronto la relación con su yerno se tensó, al punto de querer anular el casamiento por fallas en la virilidad del marido (léase: impotencia). Sforza no se quedó atrás y acusó al Papa de incesto.
Uno de los recursos para “silenciar a personajes incómodos” era justamente esta Cantarella, también conocida como Acquetta di Perugia, producto con el cual eliminaron a Giovanni Mocenigo –dux de Venecia– y al actor Pietro Rossi –amante de Lucrecia–
También la Cantarella tenía la capacidad de inducir un sueño muy profundo que disminuía los signos vitales del individuo. Sería esta la droga administrada por Fray Lorenzo a Julieta para simular su muerte y evitar el inminente casamiento de la joven con el conde de París y así lograr que pueda escaparse con su amado Romeo.
Esta historia de amantes desafortunados no era una creación original de Shakespeare, ya que existía una versión anterior de Mateo Bandello, traducida al inglés por Arthur Brooke y finalmente adaptada por William Painter. Shakespeare, muy probablemente, leyó esta versión del Place of Pleasure.
“El amor verdadero es más rico en obras que en palabras, más en la esencia que en la forma” y, recurriendo al arsénico (algunos opinan que se trata de la Atropa belladona, pero el que suscribe se inclina más para la Cantarella ya que ha visto en varias oportunidades el delirio atropínico que te deja “rojo, seco y loco”), termina con estos desaventurados amantes, víctimas de las pasiones propias y los odios ajenos.
No termina aquí las andanzas del rey de los venenos, pues su uso por Giulia Tofana (quien le dio su nombre al Acqua Tofana) llegó a extremos que lindaban con el genocidio.
Doña Giulia (Palermo, siglo XVII-Roma-1659) se ganaba su sustento produciendo el veneno con el que esposas sicilianas se deshacían de sus esposos. Su formación junto a boticarios le permitió desarrollar su propia formula que vendía a clientes (mujeres, en su mayoría) interesados en enviudar.
Bajo tortura, Giulia confesó haber asistido a la muerte de ¡600! maridos indeseados. (Un número escalofriante, sin duda). Junto con su colaborador, fue ejecutada en julio de 1659.
Cabe preguntarse: si Giulia viviese este siglo XXl, ¿a cuántos cónyuges habría ayudado a eliminar?
Hasta comienzos del siglo XIX, el arsénico y sus variables no dejaban rastros, lo que lo convertía en el veneno ideal. Pero en 1836, John Marsh desarrolló pruebas muy eficaces para detectar arsénico en los tejidos de las víctimas, circunstancia que echó a perder la oportunidad de eliminar cónyuges fastidiosos sin soportar el peso de la ley.
Igualmente, el ingenio humano ha logrado superar este escollo y existen otras formas, pero eso queda para otra oportunidad.