Opinión

Los muchachos abortistas­

El peronismo de Alberto y Cristina se dispone a aprobar el aborto. Hará el intento de manera expeditiva, y con menos sutilezas que las que tuvieron en 2018 sus presuntos adversarios macristas, que no aprendieron de aquella derrota que fracturó a su electorado. Pero debemos ser comprensivos con ellos: órdenes son órdenes.

Es curioso este peronismo del aborto. Si a algo no le teme es a la contradicción. Este año, por ejemplo, encerraron a todo un país durante ocho meses con la excusa apremiante de proteger la vida a cualquier costo. Ahora, sin ponerse colorados, movilizan a su gente para imponer un proyecto de muerte, y de muerte de los más débiles. Todo muy lógico.

La retórica de estos peronistas del siglo XXI es nacionalista, como lo era la de su fundador y líder máximo, y la de todos sus grandes dirigentes históricos. Eso pregonan. Al momento de actuar, en cambio, no tienen ningún problema en seguir al pie de la letra las enseñanzas de Henry Kissinger para disminuir la población de los países pobres. Una rara forma de marchar hacia la Patria Grande.

Vagamente, es cierto, este peronismo dice admirar la figura de Eva Perón. Reivindica el discurso clasista de la abanderada de los humildes, sus exabruptos que incitaban al rencor y a la división, incluso a la violencia. Pero de la otra Evita, la que defendía la maternidad, la familia y la sumisión de la mujer al varón (atención feministas), de esa no hablan ni quieren que se la recuerden. Hoy no es Evita la que marca la agenda sino la ex comunista Vilma Ibarra.

Las contradicciones abundan. Este peronismo maldice al FMI y al Banco Mundial, pero acepta sus planes globalistas, uno de los cuales es el aborto. Homenajea a Ramón Carrillo y se entrega a Planned Parenthood. Se declara fervorosamente anti-imperialista, y sin molestarse permite que una entidad extranjera de origen británico (Amnesty International) exija imponer el filicidio y dicte cómo encarar el debate legislativo para evitar reveses indeseados. Sus discursos de barricada sueñan con la burguesía nacional y la utopía de una pujante industria argentina, pero el que manda de verdad es el especulador George Soros.

Este peronismo gobierna un país cada vez más empobrecido y despoblado. Y aun así no duda en ahondar esa despoblación, ignorando todas las advertencias sobre las consecuencias económicas, territoriales y geopolíticas que tendría ese camino. Que no es el que siguió el último gobierno del general Perón, ni el de su viuda, líderes en el rechazo mundial al malthusianismo que las elites internacionales buscaban imponer de manera frontal en la década de 1970, antes de que eligieran una estrategia más indirecta y, por lo tanto, más eficaz.

Los jefes de este peronismo abortero insisten en proclamarse católicos, pese a que no vacilan en contradecir el magisterio de la Iglesia cada vez que pueden. Antes habilitaron el matrimonio entre homosexuales y agilizaron el divorcio exprés. Ahora se apuran para legalizar la muerte del niño por nacer, en una deriva que más temprano que tarde desembocará en la eutanasia para todos y todas.

A estos mismos gobernantes se los vio llorar días atrás ante el féretro del máximo ídolo popular argentino de nuestro tiempo. Un ídolo que, dicho sea de paso, había nacido en las condiciones de pobreza extrema que, según el discurso actual, habrían justificado su aborto sin miramientos. Delante de ese féretro estos peronistas del siglo XXI repitieron una vez más el gesto hipócrita y blasfemo de santiguarse y elevar la mirada al cielo, fingiendo una consternación que sus corazones helados ya no pueden sentir. Pero seamos comprensivos con ellos: órdenes son órdenes.