Opinión

Los ferrocarriles y el progreso

Un ingeniero norteamericano, Guillermo Wheelwright, jugó un papel decisivo en la construcción del ferrocarril de Rosario a Córdoba. Se inauguró en 1870. Presidía la República Domingo Faustino Sarmiento.
Ya 13 años antes de este hecho, nuestro país había vivido un acontecimiento trascendental. Efectivamente, un 29 de agosto de 1857, se inauguraba el primer ramal ferroviario argentino. Se llamó Ferrocarril del Oeste.
Se había vencido la primera valla. Y la primera valla suele ser la más alta.
Ese primer ramal tenía sólo 10 Km de extensión. La estación de partida, estaba en la manzana donde hoy se encuentra el Teatro Colón, aquí en Buenos Aires. Abarcaba también parte de la actual plaza Lavalle, frente a Tribunales. Las vías llegaban hasta Flores.
Unas 3.000 personas presenciaron la partida. A la cabeza del largo convoy de relucientes vagones, la locomotora “La Porteña”, como orgullosa de la hazaña que estaba cristalizando, emitió un poderoso silbato.
Había emoción, silencio, lágrimas. Se había intentado lo imposible. Y se lo había descubierto... posible.
Un leve chirrido y las poderosas ruedas de hierro se pusieron en movimiento. Pero era el país que se estaba poniendo en movimiento. La incorporación del ferrocarril significaría vida, progreso, avance de la civilización.
Y dado ya el primer paso vinieron otros, el que antes mencioné, la línea Rosario-Córdoba y dos años después, un día 31 de Diciembre de 1872 la que uniría Buenos Aires con Ensenada.
En 1912, ya en el siglo XX, se inaugura una estación de ferrocarril que se consideraba -en ese momento- la más grande y lujosa de América del Sur: se denominará Constitución.
Tres años después otro récord, pero ya no sudamericano, sino mundial. Se lleva a cabo una construcción metálica, que se considera la de mayor envergadura del mundo en ese momento. En agosto de 1915 se inauguraba la denominada Estación Retiro.
Gran cantidad de ingenieros extranjeros participaron en la primera etapa de expansión de nuestros ferrocarriles. Ingleses, norteamericanos, italianos.
Entre los italianos quedaron grabados sus nombres para siempre en la historia de los ferrocarriles argentinos el del Ingeniero Luiggi por las construcciones en Puerto Belgrano, cerca de Bahía Blanca. Hoy una ciudad de la Pampa lleva su nombre.
También el Ingeniero Cipolletti, muy conocido por sus obras de irrigación y embalse de Río Negro, que luego se conectarían con vías ferroviarias, tiene una ciudad de Río Negro que lleva su apellido.
Claro que se fueron incorporando posteriormente, aportando su talento al progreso del ferrocarril, ingenieros argentinos. Algunos apellidos: Guillermo Villanueva, para las provincias cuyanas, el Ingeniero Huergo, el Ingeniero White, etc..
Todos estos hombres -y muchos más- fueron cimentando el progreso argentino. Ellos estuvieron imbuídos de ideales y de fe. Porque creyeron. Y para crear hay que creer.
Y fueran argentinos o extranjeros, aportaron con los ferrocarriles atravesando raudamente tierras vírgenes a nuestra civilización, a nuestro progreso, a nuestra cultura. Sabían estos pioneros de la construcción, que cuando se lucha por un ideal siempre se gana. Aunque se pierda. Y lucharon argentinos, ingleses o italianos, hombro a hombro. Porque la nacionalidad agrupa hombres. Pero sólo la comprensión los une. Y su tarea se realizó siempre lejos de los centros urbanos, casi diría lejos de la civilización, en lugares realmente desérticos. Fueron hombres que realizaron esa tarea no solamente por razones laborales; les importó más la satisfacción del deber cumplido que los aplausos.
Ellos con su fervor, prefirieron pasar casi desapercibidos y con su modestia “auténtica” inspiraron en mi mente este aforismo final: “Algunos hombres buscan el escenario. Otros, en cambio, prefieren la última fila”.