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2020, AÑO BELGRANIANO

Los carruajes en la vida del General Belgrano

La lectura de los documentos del general Manuel Belgrano suelen ofrecernos algunas novedades de todo tipo en cuanto a su vida, muchas de ellas han pasado inadvertidas para el lector y también para los historiadores, incluyendo a algunos dedicados especialmente al tema como Cristian Werkenthien y Luis María Loza entre otros. 

Uno de esos temas no abordados es el de los carruajes que utilizó en distintos momentos, conociéndose hasta ahora la famosa sopanda que se conserva en el Complejo Museográfico Enrique Udaondo de la ciudad de Luján, tema bastante conocido y abordado. Sin embargo encontramos otros antecedentes de vehículos utilizados por el prócer.

Su padre don Domingo hombre de gran fortuna, fue propietario de una quinta en San Isidro, lo mismo que su pariente político el boticario italiano Ángel Castelli Salomón. Ninguno de ellos figura entre los propietarios de carruajes que cita José Torre Revello, que en 1800 alcanzaron 73 los propietarios, aunque ambos muertos por entonces no figura como dueño ninguno de ese apellido.

Coches que podemos llamar oficiales sólo poseía el virrey, el regente de la Real Audiencia, el Contador Mayor, el Comandante de Tabacos y el Administrador de Aduanas. Si los tenían entre otros Antonio Olagüer Feliú, Martín Boneio, Gaspar de Santa Coloma, Casimiro Necochea, Martín de Sarratea, Pedro Picasarri, Melchor Albín, Martín de Álzaga, Miguel de Azcuénaga, Miguel Gorman, Antonio Dorna, Pastor Lezica. Y también algunas señoras como las opulentas viudas María Josefa de Lezica viuda de Francisco Segurola, María Gabriela Basavilbaso viuda de don Pascual Ibañez. Poco después la viuda del virrey del Pino tenía un carruaje que ataba con mulas blancas para salir de su casa en la esquina de las actuales calles Belgrano y Perú para salir a su quinta en la Recoleta ubicada en el solar donde se encuentra una reconocida confitería frente a la plaza.

Seguramente don Domingo recurría a algunos de los pocos propietarios de coches para el traslado de la dueña de casa, que además vivía con su madre y las hijas mujeres e hijos pequeños. Una carreta que bien temprano debía rumbear para aquellos lados, era el transporte de algunas de las mujeres del servicio y vituallas; mientras que los muchachos seguían a caballo a ésta y luego a la caravana, que se detenía en el rancho de las Morales, rodeado de ombúes donde descansaban, se refrescaban y seguían al norte todos los viajeros. Uno de estos árboles centenarios se encontraba en Vicente López y hace pocos años sufrió como tantos otros la tala indiscriminada como tantos otros ejemplares. 

No sería raro que alguna vez lo hayan hecho en el carruaje oficial de don Francisco Ximénez de Mesa, el administrador de la Aduana al que don Domingo le había salido de fiador y que  tantos disgustos le dio cuando debió responder por el desfalco del funcionario. Lo cierto es que entre los particulares no tenemos noticia de don Domingo como propietario de una carruaje, queda por ver el expediente sucesorio, pero en este momento imposible hacerlo en el Archivo General de la Nación, cosa que seguramente el doctor Guillermo Pesaresi habrá realizado en la interesante investigación que está preparando sobre el fundador de la familia.

Atento la nómina que dimos de funcionarios, el secretario del Real Consulado de Buenos Aires, cargo para el que Belgrano había sido nombrado a perpetuidad no disponía de coche oficial. 

La primer referencia al respecto la encontramos en una carta que el prócer le escribe a Jorge Pacheco, un ex capitán de blandengues radicado en Entre Ríos a quien era uno de sus colaboradores en la difusión de las ideas de la Revolución de Mayo. El 10 de abril de 1811 le escribe desde Concepción del Uruguay:

“Gracias por el coche: debe Ud. hacer quitar lana de los asientos porque están muy altos, y todavía tengo un chichón en la frente de esas resultas”.

Seguramente en algún salto del camino la cabeza de Belgrano se pegó unos golpes sin consecuencia, salvo este con el consiguiente moretón.

La segunda referencia la encontramos en marzo de 1812 cuando el Triunvirato le ordena que viaje con urgencia a hacerse cargo del Ejército en el norte, por la enfermedad de Juan Martín de Pueyrredon. Le facilitaron en la oportunidad un carruaje bastante “destartalado” que en esa marcha quedó inutilizado a poco de llegar a Tucumán, después de tres semanas de una marcha que con el traqueteo no le habrá resultado demasiado cómoda.

El general José María Paz, testigo presencial, recuerda que el estado de salud del general no era el mejor en febrero de 1813, el 20 por la mañana tuvo vómitos de sangre y ante la imposibilidad que pudiera montar resuelto a dar batalla “se proponía mandarla desde una carreta, pero afortunadamente mejoró” y pudo hacerlo. Así obtuvo el triunfo en Salta ante el ejército realista comandado por el general Pío Tristán. 

Balbin, amigo fiel

La tercera noticia la tenemos del comerciante José Celedonio Balbín que se encontraba en Tucumán por negocios, donde trató a Belgrano de quien fue desde entonces un leal y consecuente amigo. Al respecto apuntó:

“No es cierto que de los usos europeos hiciese demasiada ostentación hasta el grado de chocar las costumbres nacionales (como lo dice Paz), como no es cierto que se presentase en público con lujo ni con el esmero de un elegante refinado. Se presentaba aseado como lo había cocido yo siempre, con una levita de paño azul con alamares de seda negra que se usaba entonces, su espada y gorra militar de paño. Su caballo no tenía más lujo que un gran mandil de paño azul sin galón alguno, que cubría la silla, y que estaba yo cansado de verlo usar en Buenos Aires a todos los jefes de caballería. Todo el lujo que llevó al ejército fue una volanta inglesa de dos ruedas que él manejaba con un caballo y en la que paseaba algunas mañanas acompañado de su segundo el general Cruz; esto llamaba la atención porque era la primera vez que se veía en Tucumán”.

Este dato tan interesante nos permite suponer que un tilbury de fabricación británica vino con él a su regreso de la misión diplomática en Londres.

Es el mismo Balbín quien recordó que cuando llegó a una posta en la provincia de Córdoba en la famosa sopanda que lo trasladaba de Tucumán a Buenos Aires, acompañado por el doctor José Redhead, su capellán el padre Villegas y dos ayudantes Jerónimo Helguera y Emilio Salvigny. “Cuando llegaban a una posta lo bajaban cargado y lo conducían a la cama; en el camino sufrió varios desaires… llegó al anochecer luego que lo colocaron en la cama dijo a su ayudante Helguera: llame Ud, al maestro de postas, quiero prevenirle de lo que necesito para mañana. El ayudante fue con el recado y el maestro con la mayor altanería le contesta: "Dígale Ud. al general Belgrano que si quiere hablar conmigo venga a mi cuarto que hay igual distancia”. De esta respuesta jamás se enteró para evitarle un nuevo disgusto. 

Sin embargo son muchos los breves documentos que dan cuenta del auxilio que aquellos maestros dispensaron al general en sus campañas y en sus viajes. 

Vale destacar que la famosa sopanda ha sido objeto hace poco de una reproducción por el artesano don Pablo Rapisarda, quien junto a su mujer Marianne Dik difunden estas tradiciones en el Museo del Carruaje en Villa Ciudad del Parque, en el valle de Calamuchita.