Cultura
EL RINCON DEL HISTORIADOR

Los 200 años de la colonia escocesa de Santa Catalina

Cruzar el Atlántico era una experiencia, con suerte 70 días, de acuerdo a los vientos del Ecuador, que no eran abundantes 10 días a veces apenas moviéndose la nave; ni que hablar de la comida, la galleta con hongos, las infaltables ratas, y el agua potable estrictamente racionada. El hacinamiento, foco propicio para las enfermedades. Y el destino final.

Después de dejar Río de Janeiro la ciudad imperial, quedaba el Apostadero Naval de Montevideo, la vista del cerro y la fortaleza; eran además tiempos difíciles por ser las semanas previas a la Guerra con el Brasil. 

Finalmente Buenos Aires, de la nave desembarcar a los grandes carretones que dejaban a los pasajeros en la costa, y una ciudad en la que sobresalían como cuentas de un rosario, los campanarios de San Telmo, Santo Domingo, San Francisco, San Ignacio, La Merced y las Catalinas, más lejos La Concepción, San Juan, Monserrat, San Miguel, San Nicolás de Bari y bien al final las de La Piedad, El Socorro y el Pilar. La muralla del Fuerte, la Recova que dividía la Plaza, el Cabildo, la maciza Catedral sin frontis y calles de barro y pozos, sólo adoquinada Florida que ya llevaba ese nombre.

Y de allí viajar cinco leguas, cruzar ríos y arroyos, para llegar a la “tierra prometida”. Y esos hombres y mujeres lo lograron.

Tres años después, un 16 de agosto de 1828 el British Packet anunciaba: “Interesante como lo es para nosotros todo lo relacionado con la prosperidad y progreso del país, sentimos la mayor satisfacción cuando parte de esa prosperidad es obra del esfuerzo y del trabajo de nuestros compatriotas. Creemos que es admitido por todos, que en ninguna parte de Sudamérica han tenido los británicos tan cálido y directo interés por un país, ni tales términos de cordial intimidad con los nativos como en Buenos Aires…”

Tan cierto es esto que muchos viajeros, especialmente británicos hablan de lo que se acriollaban los británicos en sus costumbres, en los oficios de campo; incluyendo los que los criollos no practicaban demasiado. Uno de ellos, en su viaje por nuestras pampas, se sorprendía el trabajo que hacían sus compatriotas abriendo zanjas, ya que el alambrado no se conocía; trabajo duro por el que buena paga recibían. Al poco tiempo guardando peso sobre peso, tenían su majada de ovejas, conchabados en una estancia, y después accedían a una chacra y no hace falta decir que muchos fueron los grandes estancieros. La cultura del trabajo y del esfuerzo.

El articulista afirmaba que Buenos Aires se “ha beneficiado no en pequeño grado por la influencia moral, comercial y. de empresa personal de nuestros compatriotas. Esta observación está directamente relacionada con una empresa que se ha hecho merecidamente popular y que, tal vez, ha pasado inadvertida para nosotros durante mucho tiempo. Nos referimos al establecimiento de la Colonia Escocesa en Monte Grande. Como sus propietarios se proponen ahora favorecer una campaña para el desarrollo no sólo de la colonia, sino también de un sistema bien organizado de emigración hacia este país…”

Prosigue que por el acuerdo especial que en 1824 hicieron los señores Robertson con el gobierno, que les garantizó “asistencia, cooperación y protección. Introdujeron en 1825, cerca de 300 personas, hombres y mujeres, como base de una colonización que se pretendía realizar en gran escala más adelante”.

Aquel grupo formado por un director general, ocho agricultores principales, un jardinero jefe, jornaleros, labradores, tamberos, jardineros, artesanos, un médico y un clérigo. Más de 40 estaban casados, jóvenes fuertes y saludables. Compraron tres chacras que eran 6475 ha de tierra arable y pastura, aquella media docena de ranchos miserables en los que vivieron sin murmurar, después de un año cada uno contaba con una cómoda casa. Trigo, leche, carne, aves, pan, lácteos, forrajes, el suelo les fue regalando sus frutos, los frutos de su trabajo. 

Todo ello fue conmemorado el 11 de agosto por iniciativa de la diputada Patricia Gleizer, el Salón Dorado de la Legislatura porteña donde como anfitriona pronunció unas cálidas pero a la vez sentidas palabras de bienvenida. Acto seguido hicieron uso de la palabra Adolfo Storni y el autor de estas líneas, algunos de cuyos párrafos de reproducen en esta nota. El pastor Jorge Lumdsen hizo una invocación religiosa y un grupo de gaitas y baile cerraron el acto con no poca cantidad de público. Asistieron al acto además de autoridades de la ciudad, la Vice Embajadora del Reino Unido Bhavna Sharma, el embajador de Serbia Veljko Lazic.

La nieta de uno de los fundadores de la Colonia fue la reconocida médica Cecilia Grierson, que escribió la historia de Monte Grande, la Municipalidad de Esteban Echeverría adhirió a la celebración con la reedición del libro que viene a llenar una necesidad para el conocimiento de los orígenes fundacionales. El intendente Fernando Grey en la celebración realizada en el Museo “La Campana” manifestó su gratitud a aquella comunidad escocesa y a sus descendientes que eligieron “Esteban Echeverría para radicarse y echar raíces” y destacó “los valores de esta querida colectividad que fue pionera en la fundación de nuestro distrito y agradecer su compromiso en el desarrollo de Esteban Echeverría”. 

Todo esto fue posible porque Moira Morley activa y entusiasta, fue la organizadora en ambos encuentros; la diputada Gleizer le entregó en la oportunidad un diploma de reconocimiento por la labor que ha desarrollado en estos años para hacer del 11 de agosto una fecha importante en el calendario que muestra el aporte de una de las colectividades que contribuyeron con su esfuerzo y trabajo en desarrollo de nuestro país.