Opinión
Grandes entrevistas del siglo XX

Lo que Muhammad Ali me dijo de Ringo Bonavena

Días atrás llamó la atención una extraña noticia. Khalila Ali, exesposa del célebre boxeador Muhammad Ali, visitó Kabul para encabezar la construcción de un estadio en nombre de su marido. Activista de los derechos de la mujer, Khalila parece no haber advertido que su iniciativa se produce en un Afganistán donde las mujeres tienen prohibida la práctica de deportes. Pero el hecho gatilló mi memoria.

 

CONTACTO CON ALI

Vi por televisión el match Bonavena-Muhammad Alí el 7 de diciembre de 1970, y presencié en vivo, desde el ringside, la pelea Muhammad Alí-Leon Spinks el 15 de septiembre de 1978. En vísperas de esta última pude entrevistar al legendario campeón mundial en el gimnasio de Nueva Orleans donde se entrenaba. Lo hice para el programa Video Show de Canal 11.

Cuando llegué al lugar con mi camarógrafo Mario Diez, le pregunté al dueño del Luna Park, el famoso promotor Tito Lecture, si yo podría entrevistar a Alí.

“Y, si hablás inglés…”, me contestó con una mueca burlona. “Obviamente, Tito, si no, ¿cómo lo haría?”, le dije.

“Es que acá hay montones de periodistas argentinos que vienen a observar a Ali, no hablan una pepa del idioma y sin embargo después escriben larguísimas crónicas; no sé con qué las llenan”, agregó Lecture.

 

PELIGROSO DESAFIO

En 1970 la pelea Bonavena-Ali había galvanizado al país. El argentino tenía en ese momento 28 años. Era un boxeador muy duro con un record de 46 victorias, contra seis derrotas y un empate. Aunque había perdido dos veces contra Joe Frazier, Bonavena se había jugado valientemente en ambos combates y lastimó mucho a Frazier, tirándolo dos veces en el segundo round de su primera pelea con él.

A pesar de que parecía un boxeador torpe, desmañado, que tiraba golpes desde todos los ángulos, aparentemente sin plan, ni patrón, para Ali representaba un peligroso desafío. Si Bonavena vencía al ex campeón, ya no habría una pelea Ali-Frazier para determinar quién de los dos era el verdadero campeón, no habría un combate entre dos campeones invictos, no habría una bolsa astronómica.

En los primeros tres rounds contra Bonavena, Ali hizo poca danza. Estuvo parado en el medio del ring, a veces en puntas de pie, a veces sobre sus talones, intercambiando golpes, permitiendo a Bonavena que, con los hombros encogidos, arremetiera martillando, haciendo sufrir a Ali. El danzarín había desaparecido.

También había desaparecido el esgrimista que tiraba la cabeza para atrás, dejando que los golpes silbaran sin dar en el blanco. En el cuarto round Alí trató algo inusual: se quedó quieto en el medio del ring, se encorvó, y cubrió su cabeza con sus manos, intencionalmente recibiendo la golpiza, o tomándose un descanso; era imposible discernir cual de los dos propósitos. Finalmente, en el quinto round mostró atisbos de su antiguo juego de piernas, dando vueltas en el ring y tirando puñetazos directos, pero no durante todo el round, y luego volvió a girar pesadamente, intercambiando golpes con Bonavena. Hacia el final del octavo round Bonavena impactó a Ali con un poderoso zurdazo. Ali se fue para atrás, sus piernas trastabillando, los ojos abiertos en alarma. Los rounds seguían arrastrándose, interminables, Howard Cosell, el famoso comentarista que transmitía la pelea, se quejaba por lo aburrido de la acción y por la desaparición del famoso estilo de Ali: “Flota como una mariposa, pica como una abeja”.

En el noveno round, para no recibir un golpazo, ‘el más grande’ da un paso atrás, lo que le cuesta un resbalón, y cae sobre la lona a los pies del argentino. En ese mismo round Bonavena mandó un salvaje gancho de izquierda que se estrelló contra la mandíbula de Ali. Este se fue para atrás, con sus piernas tambaleándose, los ojos desorbitados. Chocó contra las cuerdas, rebotó y aferró a Bonavena, como náufrago a un salvavidas.

La pelea continuó, torpemente. La multitud abucheaba a Ali por haber fallado en mostrar la clase de performance que los fanáticos esperaban. “El mundo te está mirando”, le gritó Drew Bundini, entrenador asistente y hombre de esquina. Hasta el manager Herbert Muhammad estaba tan preocupado, que saltó de su asiento y subió al ring para rogar que Ali reaccione.

En el round final, el decimoquinto, con ambos boxeadores exhaustos, Ali esquivó un zurdazo. Luego él mismo lanzó un zurdazo y tiró a Bonavena contra la lona. Bonavena se levantó y Alí lo volvió a abatir. Bonavena se volvió a parar una vez más y Ali lo planchó de nuevo, ganando por knock out técnico. Después de la pelea, Ali ostentaba un corte en la boca y un moretón en el ojo. Estaba dolorido. Pero, una vez más, había vencido.

 

OCHO AÑOS DESPUES

Alí y Bonavena, en términos estadísticos, habían peleado para un empate. Ali había tirado 191 golpes contra los 186 de Bonavena, mientras que el argentino había tirado más golpes potentes: 152 a 97. En el vestuario, después de la pelea, los periodistas vieron a un Ali modesto y pensativo. Ocho años después yo le preguntaba en Nueva Orleans:

-¿Como definiría a Bonavena?

-Diría que fue mi rival más complicado hasta ese momento.

-¿Porque le costó mucho derrotarlo?

-Porque quizá no me entrené tanto como hubiera debido. Porque quizá mis reflejos se habían ralentizado.

-¿Usted no estuvo conforme con lo que logró dar en ese combate?

-Puede que haya sido mi peor performance, pero con seguridad no fue la mejor. Supongo que subestimé a Bonavena, él era un verdadero gladiador y yo me equivoqué bastante. Eso me hizo pagar un precio. Porque Bonavena era un rival muy incómodo y astuto. Un golpeador impresionante

-Sobre todo en el noveno round…

-Ese golpe del noveno round me hizo sentir todo entumecido. Bang! Shock y vibraciones fue todo lo que sentí, sólo por eso supe que todavía estaba vivo. Quiero decir que estaba sacudido. Sentía las vibraciones hasta en los dedos del pie. La única cosa que podía hacer, era demorar por un rato, hacer tiempo hasta que el aturdimiento se disipara. Un golpe más y Bonavena me habría liquidado. Pero no lo hizo.

 

ENGREIMIENTO

Me asombró escuchar a Ali hablar con tanta humildad. Sin embargo, segundos más tarde me mostró que seguía siendo el campeón mundial del engreimiento. Su pavoneo volvió a escena rápidamente.

-Decían que yo no podía soportar ya un golpe, y aguanté todos los que él me tiró. Y Oscar golpeaba muy duro. Lo puse fuera de combate con un gancho de izquierda, a él, un boxeador que peleó como el mejor y que nunca lo habían noqueado antes en su vida. Demostré que yo seguía siendo el más bonito, el más ingenioso, el más bravo de los hombres que le hayan ensangrentado la nariz a otros, en toda la historia.

-Usted mismo dice que estuvo a un tris de perder…

“Pero igual le gané. Noqueé a Oscar y eso es algo que Joe Frazier no pudo hacer en 25 rounds”, se jactó Ali, quien tres meses más tarde cedería su invicto ante ese mismo Frazier, en su primer intento por reconquistar el título mundial. Yo tenía que preguntarle también sobre su inminente encuentro con el retador Leon Spinks.

-Los periodistas deportivos no entienden una cosa: ¿por qué se deja pegar tanto por sus sparrings en el entrenamiento?

- Yo no me entreno para pegarle a mis sparrings. A veces absorbo golpes tan sólo para hacerme más duro. Soy el mejor peso pesado de la historia para poder absorber golpes. Me condiciono para recibir castigo.

-Si le gana a Spinks y recobra el título mundial, ¿seguirá peleando?

-Creo que son mis últimos días en el gimnasio. No me vi bien en las últimas semanas y probablemente no pueda seguir boxeando mucho más, aunque quisiera.

 

TERCERA VEZ

En el estadio Superdome de Nueva Orleans, el 15 de septiembre de 1978, en la misma noche de Ali-Spinks, Víctor Galíndez, mal entrenado, perdió por nocaut técnico ante Mike Rossman, hacienda gala de guapeza y sangrando profusamente, pero lejos de ser el campeón que otrora fuera. Y otro argentino, Juan Domingo Malvárez, sucumbió ante Danny López. Muhammad Ali, en cambio, frente a Leon Spinks, se consagró como el primer campeón mundial de peso pesado en recuperar su corona por tercera vez.

El Superdome estaba colmado por más de 63 mil espectadores. Sylvester Stallone, Liza Minelli y John Travolta estaban allí. Traté de acercarme a Travolta para entrevistarlo, pero un policía me frenó en seco. Las estrellas hinchaban por Ali, pero el vulgo, los mozos estaban a favor de Spinks. El personal de servicio, en su mayoría de raza negra, podía identificarse con un hombre desdentado que creció en una vivienda pública y fue alguna vez esposado por una falta de tránsito.

El estruendo de la multitud era casi atemorizador. Alí entró danzando y se mantuvo en el centro del ring cuando necesitaba descansar: en vez de holgazanear en las cuerdas, enganchaba su mano izquierda alrededor del cuello de Spinks y lo llevaba a un abrazo. El referí lo dejaba hacer.

En el primer round Ali sólo tiró cuatro trompadas. En el segundo únicamente acomodó nueve. Pero Spinks no andaba mucho mejor. Round tras round, el patrón se repetía. Ali tiraba golpes rectos al mentón y luego abrazaba. Ninguno de los dos fue tumbado o lastimado. Pero por permanecer de pie por espacio de quince rounds, por combatir mucho más enérgicamente que en sus recientes encuentros, por aparentemente haber hecho retroceder las manecillas del reloj en un año o dos, todo eso impresionó a la multitud, a los jueces, e incluso al comentarista Howard Cosell. Este se emocionó tanto que después del round 14 se puso a recitar la letra de una de las canciones más sentimentales de Bob Dylan: “Por siempre joven”.

Cuando los jueces, por decisión unánime, lo declararon ganador, Rahman Ali trató de levantar en el aire a su hermano. Mohammad Ali, campeón mundial una vez más, alzó un brazo y le tiró besos a la multitud. Cosell le preguntó al campeón si anunciaría su retiro. “No lo sé todavía”, contestó Alí suavemente. “Lo voy a pensar”, sumó. Era rey del mundo otra vez.

El escritor Ernest Hemingway dijo cierta vez: “Si combates con un gran zurdo, más tarde o más temprano él te derribará y te eliminará, sacará un zurdazo de donde no lo puedas ver y te va a golpear con un ladrillo. La vida es el zurdo más grande”.

A nuestro Ringo Bonavena, en su paso terrenal, lo derribaron dos grandes zurdos: Ali en 1970 y la vida en 1976.