Ante la proximidad de las elecciones y la falta de nuevas figuras se puso en marcha en el peronismo la reparación y puesta en valor del desgastado liderazgo de Cristina Kirchner.
El simbolismo fue tan obvio como falsa la comparación. En 1972 Perón estaba en el apogeo de su popularidad, hoy ella tiene 65% de imagen negativa. En 1972 había un régimen militar fracasado,
Su segunda actividad ese día consistió en reunirse en la burocracia del PJ y de La Cámpora para mostrar estructura, `músculo'. El epígrafe de la foto que se sacaron era obvio: a quien me desafíe a unas PASO no le va a ir bien. Un aviso para quien ose disputarle la `lapicera' con que se escriben las listas de candidatos.
No parece seguro, sin embargo, que el dispendio de cotillón militante alcance para apaciguar el malestar en el peronismo cuyo caciques y capitanejos se ve venir una derrota el año próximo. Es que ya pasaron por esta misma experiencia en 2019, le entregaron la lapicera y así les fue.
Para 2023 la candidatura presidencial de Cristina Kirchner es menos viable que en 2019; lo lógico es por lo tanto que busque otro prestanombre, aunque se rompa la coalición oficialista. Porque lo que necesita son fueros y la que se los garantiza es la provincia de Buenos Aires. Su única opción razonable consiste en abroquelarse en el conurbano e intentar el control de una parte del Congreso desde una banca.
Pero aun si consigue armar ese complejo rompecabezas, siempre le sobrará una pieza: Sergio Massa. Le da su apoyo, pero si tiene éxito, el ministro será un peligro para ella y, si le va mal, la arrastrará en su fracaso.