En El idioma analítico de John Wilkins, Jorge Luis Borges establece la belleza (y futilidad) de las clasificaciones. ¡Esa fantasía tan humana de organizar el conocimiento para intentar controlarlo! En este capricho, quizás nada supere en encanto a la taxonomía del reino animal que incluye cierta enciclopedia china (apócrifa) que se titula 'Emporio celestial de conocimientos benévolos'. Claro, se trata de otra sublime invención borgeana.
Podríamos seguir el juego y postular una categoría literaria muy interesante: Novelas europeas que se ambientan, total o parcialmente, en la Argentina. El cónsul honorario, claro. También esa singular joya de Colm Tobin llamada La historia de la noche. Además, El faro del fin del mundo de Julio Verne. Y aquí venimos a recomendar otra: Bajo la piel (Adriana Hidalgo, 517 páginas), primera obra de Gunnar Kaiser (Colonia 1976-2023). Fue entregada a la imprenta en 2018 y hoy se consigue en las mesas de saldo de la calle Corrientes.
El profesor Kaiser dedicó casi treinta páginas a la Argentina, la segunda parte del Libro III. Al final de la novela trae a nuestro país la cacería fantasmal de un asesino en serie, pero cae en imprecisiones y folclorismos. Estamos en 1990. El narrador dice que el viaje en ómnibus entre Buenos Aires y Córdoba insume seis horas (!?). Observa por la ventanilla del micro "gauchos que desde su montura y con el cigarrillo prendido en la comisura de la boca nos miran pasar". Define a la próspera llanura pampeana como "tierra de nadie en el fin del mundo, abandonada de Dios". El paisaje le parece "todo falso, como salido de un Western barato...". Finalmente, la trama nos lleva a una improbable colonia alemana -mitad nazi, mitad judía- en Mar Chiquita, provincia de Córdoba.
En rigor, es el segmento más flojo de un libro extrañamente complejo y ambicioso, tratándose -como se dijo- de una ópera prima.
Gunnar Kaiser narra en Bajo la piel las peripecias de un dandy germano, un hombre de gusto y estilo exquisito, afincado en Nueva York. En su tierra natal se las había arreglado para ocultar su origen judío de las bestias nazis. Se llama Josef Eiseinstein.
He aquí un texto dedicado a los bibliófilos. El joven Eiseinstein era en los años treinta un fetichista de la palabra impresa que se convirtió en ladrón de incunables en museos y bibliotecas privadas. Luego, con los mejores maestros de Berlín, aprendió el arte de la encuadernación. A la adultez, ya en Estados Unidos, asesinaba jovencitas para convertir su piel en el cuero que embellece tapas y lomos de obras maestras. Es decir, comercia con libros encuadernados con piel humana. Hay compradores para todo en el submundo de la perversidad.
En la Gran Manzana, este Jay Gatsby hebreo traba relación con un estudiante de literatura de veinte años. Jonathan Rosen es también descendiente de exiliados alemanes. Se hacen amigos. Eiseinstein lo convierte en una suerte de discípulo intelectual y le consigue chicas. Le gusta mirar mientras los jóvenes hacen el amor en su departamento-biblioteca de Brooklyn Heighs. Estamos a fines de los años sesenta. El telón de fondo es la conmoción causada, justamente, por el Desollador de Williamsburg.
Los amigos terminan distanciados por una cuestión de faldas. Einseinstein desaparece de la faz de la tierra después de que la policía lo interrogara tras la desaparición de una chica rica. Saltamos a los noventa, Jonathan, escritor fracasado, vive en Israel. Llega a su kibbutz, una ex agente del FBI, obsesionada con los crímenes de Nueva York, una historia vieja, nunca resuelta, casi olvidada. Sigue la pista de Eiseinstein; se le escapó por un pelo en Alemania oriental. Así llegamos a una Argentina caricaturizada.
Como se ve, Kaiser concibió una historia sofisticada y cautivante que nos lleva a cinco escenarios diferentes, en distintas épocas. Es una buena novela (hoy no es poco), aunque tiene un defecto del diletante: su ejecución es muy despareja, va de la genialidad a lo mediocre y viceversa. El autor, además, tenía el vicio de la enumeración, cansa con sus listas. Ya hablamos de la mirada tonta del turista europeo.
Todos los hombres mueren jóvenes, dijo Stevenson. En el caso del autor de Bajo la piel, la setencia está plenamente justificada. Murió a los 47 años. Un cáncer cortó su promisoria carrera. Kaiser fue un intelectual y bloguero a contracorriente, es decir, alejado del wokismo, el progresismo y esa tontería de la corrección política. Alzó la voz contra los excesos de las cuarentenas y contra la llamada cultura de la cancelación. No se lo perdonaron Fue censurado en YouTube y la Wikipedia lo minimizó. Escribió también ‘Der Kult’, en el que describe como una democracia occidental deriva hacia el totalitarismo. Uno de sus admiradores lo recuerda con una frase de Ernst Jünger: «Hay lobos escondidos en el rebaño gris, es decir, personas que aún saben lo que es la libertad».