Es frecuente -sobre todo en el lenguaje coloquial- que al referirse a una persona mayor, se lo haga con el rótulo “abuelo”.
Claramente, dicha designación, en la actualidad, no está asociada a la idea de “persona sabia que alcanzó una edad longeva” sino, más bien, a la de quien ya se encuentra descontinuado de la vida, ignora cómo manejarse en este Tercer Milenio y lo mejor que le puede pasar es quedar -hasta que desencarne- recluido en algún hogar para ancianos, más conocido como geriátrico.
Abuelo se ha convertido en sinónimo de algo desagradable, que debe evitarse. Tanto es así que se han hecho frecuentes en las redes sociales agresiones con textos como los siguientes:
“Vaya a la cama, abuelo.”
“Abuelo, ¡se olvidó de tomar la pastilla hoy?, que escribe estas tonterías.”
“¿Hoy lo dejaron salir del geriátrico, abuelo? Vuelva y abríguese.”
Abuelo parece ser una terrible condena. Y esto se así por que –previamente– fue descalificado lo que a nivel común se entiende por vejez. Tal condición es, hoy por hoy, sinónimo de inutilidad. Viejo es la manera de llamar a alguien que ya no entiende cómo funciona el mundo, expresa desatinos y si bien no ha muerto es como si ya lo estuviera. Se ha convertido en una molestia, un estorbo para los demás.
La pandemia/cuarentena incrementó esta idea ya que al comienzo de la misma machaconamente se insistió en el peligro en el que estaban los mayores de 65 años.
Recordemos que, en la Argentina, hasta hubo algún gobernante que pensó en obligar a tales adultos mayores a pedir un permiso de salida so pena de ser regresado al hogar por las fuerzas de seguridad.
Claro está que tal consideración de la persona, realizada sólo a través de su edad cronológica, es un desatino que no resiste ningún análisis científico, ni racional. La persona no se define por su edad cronológica, sino que es resultado de un entramado biopsicosocial. Es por eso que hay gente cronológicamente joven mucho más deteriorada que otros que ya son adultos mayores.
Y como frente a las opiniones y las ideas popularizadas sin fundamento nada mejor que los hechos. A ellos vamos.
* Vladimir Putin tiene 73 años.
* Donald Trump ya cumplió 79 años. Su principal contrincante en las elecciones presidenciales fue Joe Biden, quien tiene 82 años.
* Xi Jinping, Presidente de la República Popular China, tiene 72 años.
Ejemplos de cómo las habilidades humanas no están en relación directa con la edad cronológica sino con la intervención de otros factores esenciales y fundantes, bien pueden ser los siguientes:
* Golda Meir fue Primer Ministro de Israel entre sus 71 y 75 años de edad.
* La reina Isabel II contando ya con 94 años, durante 2019 participó en unas 300 actividades oficiales. Ángela Merkel era Canciller de Alemania a los 66 años.
* Los pájaros y Psicosis, dos obras cumbre de la cinematografía mundial, fueron dirigidas por Alfred Hitchcock a los 61 y 64 años respectivamente.
* Giuseppe Verdi tenía 74 años cuando compuso la notable ópera Otello.
* Entre sus 80 y 81 años Pablo Picasso realizó las obras La femme aux bras écartés, La silla, la mujer y los niños, Los futbolistas y El Rapto de las Sabinas.
* Pasados sus 80 años, Jorge Luis Borges publicó La cifra, Los conjurados, La memoria de Shakespeare y Nueve ensayos dantescos.
* Ernesto Sábato tenía 72 años cuando asumió la presidencia de la Comisión Nacional Sobre la Desaparición de Personas (Conadep).
Por todo esto es fundamental dejar de confundir edad cronológica con edad psíquica. Podemos decir que hay viejos con 25 años de edad cronológica y jóvenes de 80 años de edad cronológica.
Por lo que es conveniente disolver todo prejuicio sobre la idea de asociar años de existencia con incapacidad para manejarse adecuadamente en el ámbito cotidiano.
La vitalidad, la creatividad, lo productivo, la lucidez, la curiosidad tanto como la exploración de nuevas vivencias no tienen edad cronológica, ni son atributo exclusivo de alguna etapa de la vida humana.