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CINE

La sofisticación del cine francés con la estética del nipón

'Un amor incompleto', del belga Guillaume Senez.


‘Un amor incompleto’ (‘Une part manquante’, Francia, 2024). Dirección: Guillaume Senez. Guion: G. Senez, Jean Denizot. Actores: Romain Duris, Judith Chemla, Mei Cirne-Masuki. Duración: 98 minutos. Clasificación: apta para mayores de 13 años.


 

En ‘Un amor incompleto’, el director Guillaume Senez utiliza el recurso de Hansel y Gretel para, con un caminito de migas de pan, llevarnos a conocer la historia de Jay (Romain Duris), un francés inmerso en la cultura japonesa, pero sin tener la certeza ni la definición de quién es en realidad. E indicio tras indicio descubrimos qué trabajo tiene y cuál es su propósito en la multitudinaria pero ordenada ciudad de Tokio, donde, según él, más de cuarenta millones de personas hacen su vida diaria.

Al pasar los minutos intuimos que es chofer de aplicación, que alterna -no se sabe por qué- su horario laboral con un colega y que no tiene una vida apremiante sino que tiene su propia casa, y que en sus momentos de relax acude a un spa termal donde se le visualiza un tatuaje que le da motor a la trama.

A su vez, Jay asiste a un grupo de coterráneos con su misma complicación: el estado japonés, a los padres separados que son extranjeros no les permite ver a sus hijos japoneses hasta la mayoría de edad, sean indistintamente padres o madres. Entonces, amparado por una abogada que poca decisión tiene frente a las inquebrantables leyes niponas, los intentos por encontrar a una hija que no ve desde hace diez años cuando se separó, actúan como el ecualizador del filme.

 

PUNTO DE INFLEXION

Inspirado en un caso real que conoció el director y coguionista Senez, ‘Un amor incompleto’ se centra en esa indefinición del protagonista que llega al punto de desistir y querer volverse a Francia, hasta que se abre un tajo en su búsqueda que lo vuelve a encender.

Senez no nos cuenta su pasado y hasta ignoramos los motivos reales de tan duras leyes, pero asistimos a la angustia y desesperación de un hombre que por momentos nos recuerda al Bob Harris (Bill Murray) de ‘Perdidos en Tokio’, de querer quedarse y a la vez irse para siempre odiado por tan arcaica y cerrada idiosincrasia. Claro, Duris (‘Rompecorazones’, ‘Sin dejar huellas’) en el rol de protagonista, un ícono del cine que refleja toda la imposibilidad de acción solo con el rostro, nos llena los 98 minutos de película.

Con un reparto ignoto para nuestra cultura cinéfila, la amalgama del diseño de arte con la fotografía y los diálogos minimalistas con escenas tipológicas, es lo que ensancha la historia. De esta forma, el filme del creador belga es una pieza sofisticada de cine francés con la estética del japonés, con un héroe que nos pasea por la indefinición, angustia, ansiedad, ilusión y enojo. Que es lo bello del cine, sentir por demás, con una historia que mientras dura se vuelve universal y eterna.

 

Calificación: Buena