El gobierno no resuelve los problemas, los reemplaza por nuevos. La semana anterior había conseguido un respiro mediante un acuerdo con los bonistas, pero sin eco en la economía real. El dólar volvió a subir rápidamente, el riesgo país siguió en un nivel que impide endeudarse, la actividad económica continuó en terapia intensiva.
En los últimos días comenzaron a trascender problemas con las reservas. Habrían llegado a un punto crítico a pesar del supercepo que autoriza una compra mínima para atesoramiento. Eran tan notorias las versiones que tuvieron que ser desmentidas de manera oficiosa por el Ministerio de Economía que hasta desmintió de paso hasta al propio presidente.
Los problemas de dólares se arreglan con dólares, pero hay factores extramonetarios que los agravan. El primero es las malas expectativas de las variables macro. Ya nadie pide un plan, pero tampoco nadie puede decidir en invertir o consumir si Alberto Fernández no dice qué va a hacer con la macroeconomía.
A esta incertidumbre se suma la incógnita sobre quién tiene el poder real y cuál es su agenda. La arremetida para sacar a los jueces Bruglia y Bertuzzi del tribunal que interviene en una causa por corrupción que involucra a la vicepresidenta ya empezó a despejar esa incógnita, pero para peor. Generó un conflicto entre una jueza de primera instancia y el Senado que deteriora el marco institucional y pone en evidencia que el doble comando puede crearle al presidente más dificultades que el dólar.
Cristina Kirchner encolumnó a todo el oficialismo en la batida sobre la Justicia. Lo hizo en el Consejo de la Magistratura, donde el peronismo se unió contra los dos magistrados sin distinguir entre cristinistas y “moderados”. La “avenida del medio” de un Massa o un Lavagna lleva al mismo destino que la Cámpora.
Otro frente abierto por CFK fue el de la duplicación del fuero federal porteño, donde se ventilan las causas por corrupción de la “década ganada”. Esa batalla se libra en el Senado, cámara que maneja a voluntad. El presidente envió el proyecto y su ministra de Justicia, Marcela Losardo, lo defendió enfáticamente cuando comenzaron a llover las críticas de jueces, fiscales, abogados y opositores.
Así como la embestida contra Bruglia y Bertuzzi es todo menos sutil, el proyecto de reformar Comodoro Py es impresentable. Propone nombrar el doble de jueces cuando hay en marcha una reforma del procedimiento penal que traslada la investigación a los fiscales. La amplia mayoría de los convocados al Senado señalaron que lo que hará falta serán más fiscales, no más jueces, Esa incongruencia delata que la intención de la reforma es colmar de jueces adictos Comodoro Py e hizo que la ministra perdiera la calma ante las críticas.
Tampoco contribuye a mejorar el panorama institucional el anunciado interés oficial por ampliar la Corte Suprema. Todos los cambios apuntan en una sola dirección: que los nombramientos pasen por el Senado, centro de poder de la vicepresidenta. Los de los nuevos jueces federales, los de los camaristas que la juzgan y, de ser posible, los de los nuevos miembros de la Corte. Es una ofensiva sobre la Justicia en toda la línea a la que Alberto Fernández es funcional.
Esto ocurre en plena pandemia y con el Congreso funcionando por Internet, sistema que, además de excepcional, es precario y le permite desenchufar a la oposición cuando se pone molesta. La mayoría peronista del Senado ha funcionado en las últimas semanas como una división blindada: los proyectos salen cuándo y cómo quiere el oficialismo. El manoseo institucional fogonea la protesta directa, callejera. La clase media carece de estructuras políticas como, por ejemplo, las agrupaciones de ex piqueteros, pero su movilización tiene una fuerte repercusión mediática y augura dificultades electorales en el corto plazo.
Esa percepción parece haber comenzado a modificar algunos hábitos de Fernández. Por ejemplo, respecto de la cuarentena varió de estrategia ante el hartazgo colectivo y el deterioro económico que causa el encierro. Ahora quiere bajarse, pero no sabe cómo.
Trató de aliviar su situación anunciando una vacuna que es en realidad una incógnita y no estará lista hasta el año próximo. Pero terminó con el paternalismo del “estado te cuida” y admitió el fuerte rechazo social al confinamiento récord (ver Visto y Oído).
También terminó de repetir predicciones erróneas sobre cuándo llegará el “pico” de la enfermedad o sobre el aplanamiento de la curva de contagios (cada vez más vertical). Ese homenaje al realismo es producto del fracaso del intento de aprovechar políticamente la pandemia. El pico llegó cuando la gente y la economía están agotadas. Los cálculos de los “científicos” fallaron. Ahora tanto el presidente como Kicillof piden disculpas por el encierro y que sus errores no sean aprovechados electoralmente por la oposición, algo más difícil de conseguir que una vacuna efectiva antes de Navidad.