Sobre el filo del cierre de las sesiones extraordinarias del Congreso, el gobierno cristinista logró convertir en ley, con la ayuda de sus aliados subordinados y de su aliada impúdica, Graciela Camaño, el nuevo sabotaje al sistema jubilatorio nacional, no conforme con todo lo que ha hecho durante tantos años para ordeñarlo, desangrarlo y destruirlo.
Esta vez, con la aprobación de una nueva moratoria que tendrá múltiples efectos:
a. dejar al próximo gobierno más de tres millones de jubilados con aportes legítimos y completos que estarán de entrada bajo el nivel de pobreza, licuados por la inflación y la limosna obligatoria a que son forzados.
b. crear un nuevo déficit que caerá en las cabezas de quien gane las próximas elecciones.
c. contribuir a que más de cuatro millones de argentinos y avivados extranjeros se transformen en gasto público y en piquetes en el futuro cercano, por suma de moratorias.
d. estafar a los jubilados legítimos, ya burlados por el pito catalán de las jubilaciones de todos los políticos y por el pito catalán de la condenada vicepresidente, que ha logrado sin ningún juicio ni apelaciones de 5 años de duración, (saludos, Cavallo) conseguir un estipendio mensual equivalente al ingreso de más de un centenar de estafados, perdón, de jubilados.
e. ratificar el disolvente mensaje de que es mucho mejor vivir de planes y moratorias que con un trabajo y un sueldo, propósito central del wokismo marxista al que se suscriben todos los burócratas populistas modernos.
f. queda abierto para que el lector agregue sus consecuencias favoritas.
Está claro que esta ley va en línea con la delirante e irresponsable decisión política del kirchnerismo de repartir “platita” y de dejar no sólo tierra arrasada para el futuro gobierno, sino sembrar de sal esa tierra, como diría Machado, para que ni por casualidad se pueda cultivar allí ningún sueño positivo. No confundir esta frase con una exégesis política: la columna tiene claro que la perjudicada irreversiblemente es la sociedad argentina, no los eventuales continuadores de la burocracia cristinista, del signo que fueren.
Ese dispendio, una futura inflación disfrazada de generosidad política, se agravó con los carteles escrachadores colocados contra los diputados que no dieron quorum para evitar el robo a los jubilados legítimos y al país, que se presentaron a la opinión pública poco menos que como traidores a la patria. Nada nuevo. Todo sistema vuelve a sus raíces, en algún momento. Con ningún derecho, pero con gran hipocresía, la diputada Camaño fingió enojarse contra quienes habían ordenado el libelo en solidaridad con la oposición, enojo con el que quiso disimular la gravedad de lo que acababa de permitir con su voto, si bien nadie le creyó. El sistema jubilatorio argentino terminó de morir ya del todo, diría Discépolo, a manos peronistas. QEPD.
Sólo fue el comienzo. A continuación, y ahora con el apoyo de la oposición en pleno (dos votos liberales en contra), se aprobó la llamada ley de informatización y digitalización de la historia clínica de las personas, que estará a cargo del Estado. A primera vista, parecería lógico que cualquier médico pudiera tener acceso a la historia clínica de un paciente, algo que defendía Favaloro en su momento. (Pero Favaloro se mató porque lo que a él le parecía correcto no era lo que el país creía que era correcto, como se rememorará).
Habrá que recordar que se está en manos de tramposos para poder entender el punto. Hay que ver quién manejará esos datos. ¿Alguna Telam del Estado, llena de burócratas marxistas o kirchneristas? ¿O una nueva SIDE, o SI, al mejor postor? ¿O un nuevo ente de dos mil personas al estilo Ministerio de la Igualdad, o de la mujer o similar donde recalarán un montón de inútiles e incapaces ideologizados? ¿Quiere usted que sus datos médicos, sus miedos y debilidades más profundas, estén en esas manos, como en el trágico final de 1984? Nadie debería apoderarse de datos personales sin mediar el consentimiento expreso de cada uno. Ni tampoco es aceptable que el interesado deba expresar su disconformidad con ese hecho. Un viejo truco indio para evitar ejercer derechos, como ocurre con las ventas telefónicas invasivas. Debe existir el requerimiento del consentimiento expreso, no suponerse de oficio la aprobación.
Ya desde 2009 el peronismo, con el apoyo de los sensibles opositores, viene bregando por manejar las historias clínicas, si se analizan las leyes, e invadir y hasta fundir y eliminar el sistema de salud privado (tipo AFJPs), cosa que logra cada vez más eficazmente con la inflación, el permiso negociado para aumentar tarifas, las coberturas obligatorias y otros intervencionismos, además del negocio que aprovechan para hacer los sempiternos amigos del poder del lado de las prepagas. Imposible leer esta medida como un intento de “cuidarnos”, como suelen decir los propulsores del estatismo controlador.
Deberían tratar más bien de cuidar a los que mueren porque se postergan sus operaciones, o a los que deben esperar horas a la madrugada para conseguir un turno en los hospitales y que a los dos o tres meses, cuando se consigue el turno, se encuentran con que “el doctor se fue de vacaciones, tiene que sacar turno de nuevo”. O dicho en buen criollo: no nos cuiden más, por favor.
De paso, debe recordarse que hay muchas entidades privadas que no ponen a disposición de sus socios la historia clínica, ni digitalmente ni de ninguna otra forma. Se empieza ahora a transitar el camino al caos, al negociado, a los acomodos de amigos, similar a la producción de vacunas rusas, a la arbitrariedad, al control, a la discrecionalidad y a la dictadura médica del Estado. Si a alguien le parece que este vaticinio es exagerado, con gusto la columna está dispuesta a recordar estos conceptos dentro de un año, de dos, de cinco, de diez, si el sistema no se hace cargo antes del autor.
Ni al mismísimo Doctor House, que sostenía que los pacientes mentían siempre, se le habría ocurrido hurgar de prepotencia en la intimidad de este modo. Para quienes no le reconocen ninguna clase de derechos al Estado en meter sus narices en sus vidas privadas, para los que creen como los primeros liberales que “un hombre puede ser muy pobre, no tener qué comer ni con qué vestirse, su casa puede ser precaria, el frío, el viento y la lluvia pueden entrar en ella, pero el Rey no”, pero el Estado no. El martes se cruzó el Rubicón de la privacidad del individuo para siempre. Día de duelo para la libertad.
O seguramente una repartición tan eficaz como la del Censo se encargará de la informatización y digitalización de las historias clínicas, o en su defecto, se licitará para que gane la tarea algún amigo privado de algún burócrata, igualmente ineficiente y corrupto.
Pero esto sólo abarcó el martes. Faltaba el colofón del discurso de apertura de sesiones del Congreso del presidente fake. Esa triste performance ha sido ya ampliamente comentada, incluyendo la sumisión implícita a su jefa con la intercalación repetitiva de sus términos fetiches, que le fueron indicados, y el tono declamatorio, exagerado y de barricada con que trató de dar credibilidad y fuerza a sus palabras, tan bien reflejado en su nivel de ridículo por ese gran analista político que resultó el Kun Agüero.
Como si hubiera hecho falta algún cartabón, algún ancla, alguna referencia para comprender la falta de respeto a la sociedad y a la institucionalidad que tanto esgrime su movimiento, y hasta la cobardía albertiana para atacar a la Corte estoicamente representada, el discurso simplemente normal con que el presidente uruguayo Lacalle Pou se dirigió a la ciudadanía en similares circunstancias puso más en evidencia el desprecio por las formas, por los ciudadanos y por la verdad que tiene Alberto Fernández. Tampoco aquí hay que equivocarse. Las críticas que se le endilgaron parecen creer o hacer creer que hay una propuesta diferente o una conducta o estilo diferentes al suyo en el cristinismo o el camporismo o aun en el peronismo. Sería un favor inmerecido el permitir que se usara al presidente fake como chivo expiatorio para mostrar a Cristina o al resto de sus correligionarios como distintos o mejores. Se trata de la misma idea, el mismo criterio, las mismas medidas, los mismos funcionarios, la misma falta de respeto por la sociedad y hasta por sus votantes. El presidente y su partido toman por idiotas a toda la ciudadanía, incluyendo a sus votantes. Ese es el mensaje. Ese es el resumen.
Como si el destino se ensañara sobre los argentinos, la tragedia de Rosario se potenció y se proyectó cruelmente sobre todo el país. El ataque a la familia Messi llena de vergüenza, aunque el intento fuese llenar de miedo. Pero también tiene una fuerte cuota de mentira. No es tan fácil creer que la mafia narco fue la que atacó, sorpresiva y arbitrariamente, al crack. Más fácil y creíble es suponer que el resentimiento conventillesco de la jefa del peronismo, que se plasma en cada gesto suyo físico y moral fue lo que llevó a una de tres alternativas:
* El ataque cobarde se hizo imitando el procedimiento de la mafia como venganza por la foto con Mauricio Macri, el enemigo elegido por Cristina.
* El ataque fue de la mafia complaciendo gentiles pedidos en la misma línea del punto anterior.
* La mafia narco tiene alguna clase de alianza con el gobierno y entonces satisface sus pedidos. O son la misma cosa. No sería la primera vez.
Esa lectura, que a tantos cuesta tanto trabajo incorporar, se acerca probablemente mucho más a la verdad que la explicación barata y simplista de que “el narco nos ganó”, como dice también irresponsablemente Aníbal Fernández, y también dando por sentada la estupidez de los argentinos.
Además de estos puntos, y más allá de las conjeturas y el ataque alevoso inaceptable para cualquier Estado, se ha refirmado el creciente poder del narco y la creciente ineptitud y complacencia para con él de los burócratas gobernantes, tanto del peronismo como de la UCR, como de buena parte del PRO no radical, como de los gobiernos provinciales, como de las policías y buena parte de la justicia y la Inteligencia del Estado. Una tragedia disolvente que, pese a las payasadas de ayer de pactos, mesas a las que todos se sientan y comisiones que se formen, no tiene a la vista ningún atisbo de solución. Ni el Gobierno hará nada en serio para ponerse al frente de la lucha. Si esta no fue una semana trágica, habría que redefinir los adjetivos, no sólo los pronombres.