Opinión

La redención de Cristina

El gobierno de berrinches de la dueña del Senado, además de ser actuado y aburrido, es otro acto de hipocresía que lastima a la república.

El show montado por Cristina Kirchner para echarle la culpa de todos los errores de su gobierno al presidente apoderado, puede tener muchas razones, entre las que no debe excluirse el cinismo y la psicopatía que caracterizan las conductas de la viuda heroica, pero también ocultan la necesidad de lavarse las manos y disimular el enorme fracaso de todas las políticas de su autoría e inspiración que han caracterizado esta gestión y todo lo que la certera crueldad popular ha dado en llamar el kirchnerato, en esta etapa y en todas las anteriores.

¿Acusa quizás a Alberto Fernández de uno de los aspectos más desagradables de esta franquicia peronista que es la acrisolada corrupción en todos sus actos? Sin querer excluir al presidente de ninguna manera, es indudable que ese aspecto de su gestión, y la búsqueda de impunidad que la hizo atacar a la sociedad y a las instituciones, no se pueden considerar “fallas o errores de Alberto”, ni mucho menos. Cómo seguramente no se puede encuadrar dentro de sus errores el asesinato del fiscal Nisman, ni los tratados por la base china o la usina rusa o la vacuna Sputnik y los permisos de pesca, ni los acuerdos secretos con la minera, ni la causa de los cuadernos. Tal vez el enojo de la señora es porque considera muy poco proactiva la acción del presidente en su defensa-lavado.  Lo mismo con el pacto con Irán. 

Profundizando más en este tema, seguramente la presidente del Senado no puede desconocer que su delfín incompetente Máximo es el creador y factótum de La Cámpora, que ocupó y ocupa todos los cargos clave en las que se llaman las cajas, o sea los centros de corrupción más importantes de su gobierno, que agregan, además de su asalto a la cosa pública, el corazón de la ineficiencia de la actual gestión, en la que – por pactos preexistentes – el presidente Fernández no tiene injerencia alguna.

Otra angustia argentina

Descartada al menos la centralidad de la culpa en ese tema crucial, se podría pasar a los temas económicos, el otro punto que angustia a los argentinos. El sistema de cepo cambiario del dólar, las retenciones, la utilización del tipo de cambio como ancla cambiaria, el cierre sistemático de las exportaciones, fueron, desde mucho antes de Alberto, patrimonio intelectual de la señora de Kirchner - que además acompañó a sus supuestas aliadas del Fondo Monetario y de la Unión Europea, y aún de EEUU, en su política de emisión desaforada,  licuación vía inflación del patrimonio y la capacidad de compra - son esenciales al pensamiento precario cristinista, de modo que mal podría acusarse al presidente, al menos como autor exclusivo, de semejantes barbaridades.

El odio de adláteres de la señora como su hijo Máximo y Carlos Heller, desató la persecución de empresarios y emprendedores, que fueron atacados impositivamente y que le costó al país, no solamente el exilio de Marcos Galperín, sino de una miríada de emprendedores que no quisieron ser atacados fiscalmente, además de ser considerados como culpables de la pobreza y el atraso de los argentinos. La perversa demora -sabotaje- en el arreglo con el Fondo, que ahora se intenta disfrazar de “el desastre que se viene, no es nada más que el desastre que ha legado a su pueblo la Señora Cristina Fernández de Kirchner, que ahora intenta descargar en los hombros de su Atlas contratado. 

Valga acá un paréntesis para mostrar la similitud de comportamiento de la madre del kirchnerismo con la oposición del Frente Amplio uruguayo, ahora desembozadamente trotskista: la oposición neomarxista está amenazando con aplicar un impuesto a los patrimonios de residentes uruguayos en el exterior, basado, supuestamente, en que ese tipo de impuestos no tiene efecto alguno ni genera reacción alguna, o sea, la ignorancia sobre la acción humana y las reglas económicas. Creer que un impuesto se puede cobrar porque no genera efectos, en como robarle plata a un ciego. Todos son Cristina. 

El sistema que paga al productor la mitad del valor del dólar y además le cobra 35% de retención, y también lo somete a los caprichos sindicales, y además lo chantajea, y de paso lo hace padecer por talta de insumos no es culpa del presidente designado. Se trata de un añejo pergeño kirchnerista y aún peronista, igual que toda la mentira del control de precios, un mecanismo cínico sin ninguna utilidad, pero que sirve para echarle la culpa a alguien de una supuesta inflación multicausal otro invento del distribucionismo de la izquierda populista y complaciente. 

Inútiles e incompetentes

Si bien se puede acusar al presidente de haber condenado al país a un gobierno de inútiles e incompetentes, y además a un gasto creciente para albergar a un número casi infinito de estos incompetentes, tampoco hay derecho a culpar de eso al mandatario, que sólo ha cumplido los mandatos no sólo del kirchnerismo sino del peronismo en general, con pocas excepciones. 

La terrible licuación de los haberes jubilatorios fue precedida por un brutal regalo de casi 3 millones de jubilaciones, otro negocio-beneficio de la señora de Kirchner. Con lo que, aún con la conveniente ayuda e incentivo a Alberto de parte del FMI, termina constituyendo una licuación generalizada que es contabilizada como un mérito, probablemente por alguna funcionaria sin formación de algún ente multinacional, que merecería ser kirchnerista. 

Los problemas de gas, energía y combustible que están paralizando a la Argentina, paradójicamente un país de enorme riqueza en esos rubros, son el correlato de la política de Cristina cuando fue gobierno, cuando criticó las políticas tarifarias de Cambiemos y cuando impuso su política de expulsión empresaria en los últimos dos años, como hizo con todos quienes le advirtieron que se estaba suicidando y estaba suicidando al país, en nombre de una energía barata a la que todo buen socialista tenía derecho. 

Entonces, ¿en qué consiste la acusación de la viuda de Kirchner a su presidente favorito? ¿Qué le reprocha? Curioso que tantos analistas y periodistas no hayan profundizado en este punto, que indudablemente ofrecería muchos elementos de esclarecimiento para entender la realidad, el protagonismo y aún la culpa. Al acusar globalmente y sin precisiones a su empleado por lo que hizo mal o dejó de hacer en los dos años de su gestión, la señora se autoexculpa de todos sus daños anteriores, que incluyen dejar una situación de gasto público, subsidios y descontrol que Macri no supo manejar y Alberto ni siquiera pudo intentar hacerlo. 

La kafkiana situación no será resuelta, entre otras razones, porque, como siempre ocurre en este tipo de gobiernos mezcla de burocracia fatal, de populismo, de coimear al votante, de ignorancia y de llenar de discursos de promesas de merecida felicidad y bienestar a la sociedad, se va aumentando la apuesta hasta el ridículo. O hasta que choca con los imposibles y estalla. 

Por eso no puede dejar de admirarse a la señora de Kirchner. Es probable que de este proceso mezcla de despecho con desilusión actuada avance a la famosa Asamblea Legislativa que no existe en la Constitución, y coloque un nuevo empleado en la presidencia, o una alianza salvadora, o capitanee un pacto de la Moncloa a la criolla. Incluyendo la impunidad. Al fin y al cabo, así nacieron los Duhalde y los Néstor que han guiado al país hasta el actual atolladero, flautistas de Hammelin incompetentes. 

Pero al culpar a Alberto de quién sabe qué faltas que son las suyas propias, en realidad está buscando redimirse. Alberto pasaría así a cumplir una nueva tarea fundamental: la de chivo expiatorio. Y ella se miraría al espejo y se admiraría como la consumada política que sus endulzadores de oídos le hacen creer que es.