La alfombra roja
Por Marta Lynch
Paripé Books. 317 páginas
La alfombra roja fue la primera novela de Marta Lynch, la escritora que junto a Beatriz Guido y Silvina Bullrich integró el trío más popular y discutido de la literatura argentina entre los años ‘60 y ‘80 del siglo pasado.
En ella Lynch manifestó una primera aproximación al tema del poder y la política, interés que ocuparía buena parte de su obra pero también de su vida personal, como se indica en el prólogo de esta nueva edición que firma Martín Kohan.
A tal punto se verificó esta simbiosis que luego de la publicación inicial de la novela, en 1962, se quiso ver en sus páginas una traducción en clave de la experiencia que la propia autora había vivido junto al presidente Arturo Frondizi, a cuyo círculo se integró a la par de otros intelectuales de nota de aquellos años, como los hermanos Viñas, Félix Luna o Noé Jitrik.
Lynch, cuyo nombre verdadero era Marta Lía Frigerio, estructuró el libro en capítulos que reproducen monólogos o narraciones en primera persona de los personajes.
El protagonista es “El doctor”, Aníbal Rey, quien va contando su vida desde sus primeros años hasta el momento en que accede a la presidencia de la Nación.
Otras voces se intercalan sin respetar el orden cronológico para contrastar o completar este relato central. Son algunos aliados políticos, su cuñado y colaborador, un arribista convertido en guardaespaldas, la amante joven y efímera, otras mujeres del entorno del candidato al que alguien llama “pastor de voluntades”.
UNA OBSESION
Rey es un hombre de provincia, que muy joven ha descubierto su capacidad de imponerse a sus semejantes a fuerza de estudio y oratoria. (“Cuanto menos comprendían, más convencidos quedaban de mi superioridad”, ironiza). Lo trabaja la obsesión de alcanzar el poder, la meta que justificará renuncias, sacrificios y traiciones.
“Había que singularizarse desde un principio y para eso era menester privarse de lo que se apetecía, de lo bello, de lo fácil -medita Rey con cierta petulancia-. Yo renuncio por eso y asumo el dolor de reconocer que no participaré de lo bello, de lo fácil. Las yemas de mis dedos arden en una inquietud de realizaciones. Todo mi ser íntimo se vuelve hacia el interior para cumplir la obra que debo realizar”.
En ese camino hacia la cima este político se comportará como manda el tópico; esto es, prodigando un trato utilitario a sus ayudantes y un vínculo desalmado, cínico, con las mujeres. Sofía, la amante, encarna ese amor fallido, al final subordinado a la obtención de la presa mayor, como también pide el lugar común.
Pese a transitar por una ruta trillada, Lynch dotó al libro de misterio y sorpresa al conceder la narración de la historia a las voces de sus personajes. Un recurso que, sin ser experimental ni mucho menos, mejora un argumento previsible al punto de que, como señala Martín Kohan, La alfombra roja es una primera novela que “no parece una primera novela: tiene la solidez y la madurez de los textos más avanzados”.
¿Cuánto de su experiencia personal volcó la autora en este retrato agrio de la vida de un político argentino? Mucho se debatió ese punto seis decenios atrás sin que se llegara a una conclusión terminante. También el carácter del vínculo que unió a Lynch con Frondizi ha sido discutido: se ha buscado determinar el grado de intimidad que hubo entre ellos, y la real cercanía de la autora con el proceso que desembocó en el triunfo electoral de 1958 y la gestión del gobierno derrocado en 1962.
Lo cierto es que la fascinación de Lynch con el poder no se agotó en aquella experiencia. Años más tarde se acercó al peronismo; luego coqueteó con la izquierda revolucionaria de ese movimiento. Después de 1976 defendió al régimen militar y justificó en público y por escrito muchas de sus acciones. En esa época se la vinculó incluso con el almirante Emilio Massera, acaso el más “político” de los jerarcas del Proceso.
Ninguna de esas aventuras terminó bien, algo de lo que dieron cuenta varios de sus libros posteriores, testimonios más o menos virtuosos de una decadencia íntima que corría a la par de la tragedia nacional. Asediada por la depresión y la angustia ante el inevitable declive físico, ese drama tuvo su peor desenlace cuatro décadas atrás, cuando Lynch resolvió quitarse la vida.