La columna ha discurrido varias veces sobre este tema, pero la repetición global del fenómeno obliga a volver una y otra vez sobre el tema. No es este espacio el que se repite: es la realidad la que lo hace.
Djilas era un intelectual yugoeslavo marxista que un día reaccionó contra el comportamiento de los dirigentes del comunismo con un libro que golpeó bajo la línea de flotación al comunismo mundial: La nueva clase. En esa obra exhibió el negocio en que habían transformado el idealismo y la política los dirigentes de esa línea, que como advirtiera Orwell en Animal’s Farm estaban imitando (y empeorando) el comportamiento de las dirigencias que previamente habían denunciado y que supuestamente venían a corregir.
Los años fueron acentuando esos rasgos, incluyendo, además del enriquecimiento, todo tipo de delitos, además de la ineficiencia y la tendencia dictatorial que tan bien había descripto Hayek en su Camino de Servidumbre, de 1944, que le valiera el premio Nobel de Economía.
Eso fue intelectualmente cómodo para quienes defendían las teorías de libertad en sentido amplio, la acción humana, la economía como ciencia social organizada en torno al individuo, al consumidor, al contribuyente.
La superioridad del sistema capitalista-liberal debió servir para crear una nueva clase dirigente realmente superadora, como pareció ocurrir en muchos casos con políticos y mandatarios que llevaron a sus países por una senda de progreso, bienestar, crecimiento y respeto por los derechos y las libertades.
Duró lo que un sueño. Poco a poco los estadistas fueron desapareciendo. Quedó su lenguaje, la pose, la declamación, la hipocresía, las promesas vacías, las mentiras. Lo mismo ocurrió con sus políticas, sus acciones, sus egoísmos, sus conductas. Los intelectuales, aún los más ortodoxos y liberales, ayudaron. Defendieron a Machiavello y su obra como un manual de conducción política, cuando en realidad es un vademécum sobre cómo tomar y perpetuarse en el poder. El poder por el poder mismo. O sea, para entenderlo mejor, el poder para acceder al dinero.
Los líderes políticos modernos en cualquier posición de conducción presentan ciertas características comunes a todos más allá de la ideología, los rótulos, la escuela económica a la que decidan convertirse en determinado momento, el tamaño o la importancia de un país o su nivel de desarrollo, el grado de educación o culturización de su sociedad, las leyes y las constituciones o el formato institucional.
Pueden darse en cualquier orden, casi siempre gradualmente, y esgrimiendo motivos distintos, pero estos rasgos o buena parte de ellos están siempre presentes, aunque no lo estén siempre todos juntos o en el mismo momento:
* Intentos sistemáticos de reducir, neutralizar o interferir con el accionar de la justicia.
* Intentos constantes de modificar de algún modo la constitución o las reglas para conseguir su reelección o permanencia en el poder más allá de las leyes.
* Férreo y arbitrario control de su partido político.
* Decisiones intempestivas sobre sus funcionarios. Cambios. Desautorizaciones.
* Denuncias o firmes sospechas de delitos en los que suelen estar involucrados sus familiares que actúan como pantallas, traficantes de influencias o intermediarios.
* Intentos sistemáticos de reducir, neutralizar o interferir con el accionar de la justicia.
* Descalificación por default de sus opositores o críticos, a veces con lenguaje impropio, burlas o acusaciones sin probar.
* Actitud de superioridad intelectual que lo hace estar en un plano de verdad e infalibilidad que sus opositores no tienen.
* Anuncios, declamaciones y promesas de grandes cambios que no suelen verificarse en su plenitud.
* Afirmaciones repetitivas de estar en el camino salvador para el país, que no se puede completar por la negativa del Congreso, la oposición, la prensa o los enemigos de la patria.
* También insistentes intentos de anular o reemplazar al Poder Legislativo o equivalente o minimizar su accionar. (Antirepublicanismo).
* Algún grado de disfuncionalidad o exceso sexual, relaciones matrimoniales controvertidas o poco habituales, acciones al borde de lo legal o ilegales. Conductas privadas reprobables.
* Descalificación sistemática de la prensa, incluyendo insultos y groserías.
* Designaciones de personal o funcionarios con poca capacidad y formación en cargos técnicos o específicos. Nepotismo o amiguismo.
* Alianzas o roturas políticas según las necesidades de permanencia en el poder, muchas veces contrarias a los objetivos nacionales.
* Alianzas con organizaciones de tendencia supranacional, sin correlación con las conveniencias del país.
* Desprecio por las reglas de diplomacia internacional, cuando no desconocimiento de geopolítica, al igual que los funcionarios designados para conducirla.
* Búsqueda de apoyo de la prensa y las comunicaciones de redes sociales no siempre por medios aceptados.
* Tendencia a mecanismos de control social por medios diversos, disfrazados de conveniencias para la sociedad o de seguridad general.
* Propensión irrenunciable a obtener ventajas económicas personales.
* Manejos presupuestarios arbitrarios y no equitativos ni explicables.
* Descuido o deterioro de la educación y la salud pública.
* A veces, limitaciones a la propiedad privada y tendencia a gravar patrimonios personales con políticas redistribucionistas y populistas, sobre todo en la etapa del fracaso.
* Surgimiento de outsiders que aparecen como salvadores del accionar de los políticos tradicionales que al poco tiempo se comportan del mismo modo que ellos. (Animal’s Farm)
* Estos outsiders aparecen casi siempre en escenarios de polarización, que terminan rompiendo con su presencia y acción, pero que para finalmente sólo crean una nueva polarización de la que son protagonistas ganadores.
Este formato se ve favorecido por los expertos y politólogos que tienen la necesidad de ser exégetas de la política, o sea el mandato de justificar estos comportamientos explicándolos como necesarios o entendibles desde la lógica de esos personajes, como ocurre con las historias de la mafia, donde se explican y justifican muchas aberraciones desde la lógica de la famiglia, haciendo aparecer a Tony Soprano o a Don Corleone como tiernos padres de familia.
Difícil encontrar en ellos la generosidad, la grandeza y el espíritu de sacrificio de un gran estadista, aunque los declamen. Difícil confiar en que cumplan lo que prometen. Manifestar esta posibilidad, sin embargo, molesta a buena parte de las sociedades, acostumbradas a esperar siempre algún milagrero que les concedan los que creen sus derechos y que les resuelvan rápidamente sus problemas.
Tienen además una característica que lo abarca todo y que es mucho más grave: la capacidad de enfrentar a unos contra otros, a crear o explotar una especie de hinchismo futbolístico fanático, que, como todo fanatismo, impide pensar, transforma a todos en enemigos de todos y entonces justifica cualquier accionar en nombre de ese encono. Un mecanismo dictatorial también presente reiteradamente en la literatura distópica.
La ceguera del fanatismo es la mejor herramienta de las dictaturas de todo signo. Y el odio termina siendo el mejor instrumento de control, como ha ocurrido siempre, a la vez que tiene la virtud de hacer pasar desapercibidos los errores o mentiras del príncipe, como diría el para algunos amado Machiavello.
Cualquier parecido con tu país es pura coincidencia.