POR BERNARDINO MONTEJANO
El 9 de junio, en El manifiesto, leímos un artículo de Diego Chiaramoni titulado “La dialéctica de la ausencia: nuestros muertos, siempre presentes, siempre amados”, que nos mueve a escribir estas reflexiones.
En el mismo aparecen dos figuras para destacar: nuestro Padre Leonardo Castellani y el filósofo danés Sören Kierkegaard.
Respecto del primero, gozamos de su amistad y fuimos designados para escribir el estudio preliminar de Notas a caballo de un país en crisis (Dictio, Buenos Aires, 1974).
Lo que escribimos entonces, hace más de medio siglo, lo podemos repetir hoy.
Comenzamos con el recuerdo de cuando conocimos a Castellani en casa de nuestro padrino, el inolvidable Enrique von Grolman, y continuamos con varios pequeños capítulos: El hombre como heredero; La ruptura con la tradición; La religión de la democracia y la libertad liberal; Libertad, función del Estado y subsidiariedad; La tecnolatría contra los hombres; Moral cristiana y justicia social y La Argentina destartalada.
ENSEÑANZAS
En el primero, Castellani nos enseña que “el varón no depravado, siente que él es una continuación, la cual debe ser a la vez continuada, porque en el seno de un pueblo, los individuos no somos sino eslabones o mallas de red. Roto el nexo con los eslabones anteriores, también se rompe el nexo recíproco con los coetáneos; y todo el conjunto comienza como a deshilacharse”.
En el segundo, nos recuerda que “echar por la borda la tradición de un pueblo es acto antirreligioso, porque el alma de la tradición nacional es de naturaleza religiosa”.
En el tercero, afirma que “la religión liberal creó su moral propia, trastornando profundamente la moral cristiana. Esta nueva moral ha traído un profundo aflojamiento del derecho que de ella depende”.
En el cuarto, sostiene que “la herejía de hacer del Estado actual sapiente, infalible, incorruptible, sabio, materno, matemático, físico, químico, filósofo, teólogo, administrador, cobrador y… sacadineros, todo junto, no ha dado buen resultado para el país”.
En el quinto, señala que las dos grandes parcelas en que se divide la humanidad que enarbolan como estandartes el “Progreso técnico” y la “Justicia social” concuerdan en su odio a la tradición y buscan llegar al gran cambio que haga de este valle de abrojos un edén, con las solas fuerzas del hombre y el medio para llegar a ese fin es la tecnolatría, “la materialización de lo vital, lo viviente sometido a la máquina; y la máquina al servicio del Dinero… el Ídolo que Moisés hizo pedazos y mandó pasar a cuchillo a sus adoradores”.
En el último, Castellani denuncia a la “ilustración” argentina por pretender “crear” un país de la nada; el resultado de esta “desmesura” fue un país “descoyuntado de su ser moral, cultural y político”.
Respecto al gran filósofo danés, el articulista transcribe un texto maravilloso relativo a los muertos: “El difunto no grita como el niño, no impone su recuerdo como un menesteroso ni implora como el mendigo, no obliga a los otros a atenderlo. No ejerce presión exhibiendo su miseria. No dice una sola palabra. Se calla en el más total silencio”.
Gracias al artículo nos enteramos de la reacción de Castellani ante una conferencia del filósofo italiano Miguel Federico Sciacca y la dura carta que le envió.
“He ido ayer a su conferencia para ver si había progresado usted sobre lo escrito en 1944 en su Historia de la Filosofía. No ha progresado usted… Nunca he visto a un gran hombre caricaturizado y calumniado como lo vi ayer a Kirkegord. Ud. afirmó que en su doctrina ‘estaba ausente el prójimo’, que era por tanto antisocial y de un refinado y completo egoísmo… Kirkegord amó al prójimo de la manera más alta que se puede imaginar, comparable con la de los más grandes santos… Sus obras geniales, producidas en medio de las mayores dificultades y el desprecio de sus contemporáneos, son puros actos de caridad”.
Sacerdote y escritor, el P. Leonardo Castellani fue un lector apasionado del filósofo danés.
UN LIBRO
Pero más allá de la carta, Castellani nos ha regalado un libro titulado De Kirkegord a Tomás de Aquino (Guadalupe, Buenos Aires, 1973), que tenemos a la vista y que, como escribe, podría haberse llamado De Tomás de Aquino a Kirkegord.
En él aparece citado el libro escrito por el filósofo al final de su vida que se llama Liebes Werke (Las obras de amor), y que comienza con una oración:
“¡Como se podría hablar bien del amor si te olvidase, Dios del amor, ¡De donde procede todo amor en el cielo y en la tierra! ¡Cómo se podría hablar de amor, si te olvidara, tú nuestro Redentor, que te entregaste para rescatarnos a todos, revelándonos así lo que es amor! ¡Cómo se podría hablar de amor sin Ti, Espíritu que es amor, que no tomas nada de lo que se te debe, sino envuelto en ese gran sacrificio, según el cual debemos amar al prójimo como a nosotros mismos!”
Castellani en la obra citada transcribe los títulos de los capítulos del libro citado: “La vida escondida del amor- Tú debes amar- Tú debes amar a tu prójimo: a los hombres que vemos- El amor es la consumación de la Ley- Hay que crear mutuas deudas de amor- El amor edifica, conserva, permanece- … El amor cubre la masa de los pecados- La misericordia es un acto de amor- La victoria del amor pacificante- Cómo se puede amar a los difuntos” (Ob. cit., p. 116).
Y volvemos al tema clave, pues como escribe Chiaramoni, siguiendo al filósofo danés, “la obra de amor que consiste en conservar el recuerdo de un muerto es la obra de amor más desinteresada… la que se ejerce con mayor libertad”, porque el muerto no ofrece ninguna reciprocidad, sino solo silencio y presencia.
“Un muerto te da el criterio de ponerte a prueba a ti mismo -agrega-...Acuérdate del muerto; si así lo haces… estarás en posesión de la mejor regla para comprender la vida”.
No olvidemos pues a nuestros muertos, que estén siempre presentes, siempre queridos.