Opinión
Páginas de la historia

La muerte de la viruela

La viruela, terrible enfermedad, ya era conocida en vastas regiones de Asia antes de la era cristiana, es decir, desde hace muchos siglos.
La erupción pustulosa y la fiebre elevada, anunciaban su aparición y el casi siempre fatal desenlace para los enfermos afectados. Sus primeros rastros históricos documentados, los dejó esta enfermedad en la India, mil años antes de nuestra era.
De aquella época y lugar, provienen las primeras descripciones precisas sobre los estragos de la enfermedad. Con los años –y por medio de las caravanas de comerciantes- la viruela viajó y se instaló en toda Europa.
Según los cálculos de algunos historiadores, entre los siglos XVII y XVIII, 400.000 personas morían cada año a consecuencia del virus.
En el viejo continente, la viruela dejó una huella aterradora, sólo superada por la legendaria epidemia de peste bubónica, que se desató en el año 1346 y que pasó a la historia como “la Peste Negra”.

LLEGADA A AMERICA
A partir de 1492, el año de la llegada del Imperio Español a América, la viruela viajó en barco a la conquista –llamémosla así, de este continente-. Desde su llegada a América, contribuyó decididamente a la conquista española. Hacia 1533 había acabado con unos 200.000 incas, hecho que le facilitó a Francisco Pizarro, dominar el Perú, por las circunstancias que había contagiado a una enorme cantidad de aborígenes que morían masivamente.
Esta enfermedad, se contagia por el contacto directo de la secreción de las pústulas de un ser enfermo con otra persona sana. Y también, por el ambiente muy próximo que lo rodea y que puede tener virus en suspensión. El ciclo de incubación oscila entre 10 y 12 días tras lo cual sobrevienen vómitos, dolores lumbares y fiebre. Aparecen entonces, las úlceras pustulosas que derivan en las conocidas marcas cutáneas, que le quedan como cicatrices al paciente, una vez curado.
Esta dolencia, parecía no encontrar quien pudiera hacerle frente y, mucho menos, derrotarla.
Cobraba sus víctimas por centenares de miles. Pero en 1749 nacía en Berkeley, Edward Jenner, quien estaba destinado a vencer ese flagelo y también abrir el camino para derrrotar a otros peligrosos males.
Cuando solo contaba 13 años de edad, el futuro científico ingresó como ayudante en el consultorio de unos cirujanos establecidos en una ciudad relativamente cercana de su hogar natal, donde aprendió los primeros pasos de la medicina.
Ya recibido regresó a su ciudad para ejercer su profesión de médico. Para entonces, la viruela estaba considerada como la más letal de las enfermedades.
Jenner, analizó la generalizada convicción, -que era real- sobre que quien había enfermado de viruela, logrando curarse de ella, no volvía a contraerla.
El científico decidió entonces, profundizar sus investigaciones al respecto y comprobó que el virus, -atenuado por cierto- una vez inoculado en un ser humano sano, podía preservarlo de contagiarse de viruela. Prosiguió sus experiencias ya en Londres y trató, sin lograrlo, de hacérselas comprender a otros facultativos.
Chocó con la resistencia de aquellos que consideraban demasiado peligroso ese método preventivo. Hasta que, Jenner resolvió arriesgar una prueba definitiva. Escogió una porción mínima de materia de una pústula infectada, pero atenuada, de una vaca lechera y la restregó sobre un rasguño provocado en la epidermis de un niño.
Dos meses después se le inoculó al mismo niño pus de un enfermo de viruela, ¡y la criatura no desarrolló la enfermedad!.
El éxito de este arriesgado experimento se difundió en poco tiempo y logró que se aplicara –con el nombre de vacuna- en el mundo entero.
Sus libros, que aludieron al descubrimiento de la vacuna antivariólica merecieron ser traducidos a varios idiomas. Con la vacuna, que no tardó en popularizarse, la viruela empezó a retroceder.
Desapareció totalmente de Inglaterra hacia 1940; luego en los Estados Unidos hacia 1950 y en China diez años después.
La Argentina terminó con sus casos endémicos en 1966 (aunque siguió reportando algunos pocos casos provenientes de países limítrofes hasta 1970) y el resto de América Latina se liberó del mal tres o cuatro años más tarde. Hoy puede decirse que la Variola, nombre del virus causante de la viruela, ha sido vencida.
El doctor Jenner, fue un hombre desaliñado, desprolijo en el vestir. Sin duda, distraído como todo sabio. Pero lo relevante fue que ayudó a que la historia de la raza humana fuese menos penosa. Y para ese laberinto que son las enfermedades buscó y encontró una salida.
La vida de este benefactor de la Humanidad se extinguió el 26 de enero de 1823 en la misma ciudad que lo vio nacer, 73 años antes.
Y un aforismo para Eduardo Jenner y para esa desprolijidad personal a que aludimos: “La nobleza está en la madera, nunca en el lustre”.