Opinión
DESDE MI PUNTO DE VISTA

La loca aventura de Mao en Canadá

 

"Toda cultura, toda literatura y arte pertenecen a una clase determinada y están subordinados a una línea política determinada. No existe en realidad, arte por el arte, ni arte que esté por encima de las clases, ni arte que se desarrolle paralelo a la político o sea independiente de ella (...) son, como decía Lenin, engranajes y tornillos del mecanismo general de la revolución"

Mao Tse-Tung
Intervenciones en el Foro de Yenán sobre Literatura y Arte (mayo de 1942).

Ha ocurrido un hecho pequeñito: el psicólogo, filósofo, académico e influencer canadiense Jordan Peterson ha sido sentenciado, por un colegio profesional de una provincia de Canadá, a hacer un tratamiento de reeducación si es que quiere conservar la licencia que le permite ejercer su profesión en dicha localidad, a saber: Ontario. Jordan Peterson es uno de los personajes de influencia política y social más importantes del mundo, sus libros se han vendido por millones y su visión profesional ha influido sobre una cantidad asombrosa de personas a las que no trató personalmente, sino que es la multitud que lo lee o escucha alrededor del planeta. Peterson goza de una holgada posición económica que no depende de su actividad en el consultorio, y de un predicamento mundial que no está subordinado a las sentencias de un gris expendedor de licencias. Entonces ¿quién es la víctima de esta sentencia?

El 16 de mayo de 1966 el Partido Comunista de China anunció la Gran Revolución Cultural para limpiar a la sociedad, por su bien y seguridad, de las malas influencias. Este plan se tradujo en millones de ejecuciones, purgas, exilio y trabajo forzado en granjas especiales de reeducación. La Revolución Cultural buscaba dar fin a los cuatro viejos: las costumbres, mentalidad, cultura y hábitos. Esta reeducación fue supervisada por los guardias rojos, un órgano estructurado sobre las premisas maoístas que velaría por los intereses de la revolución, comenzando por la erradicación completa de las instituciones o valores contrarios a la voluntad del líder. 

El poder totalitario es siempre adaptativo, las vestimentas cambian pero la pulsión hacia el control y la opresión es siempre la misma. Los millones de muertos y la desgracia genocida producto de cada uno de los planes de Mao son largamente conocidos y documentados, y actualmente es bien fácil y barato oponerse al maoísmo y criticar su trayectoria. Es, del mismo modo, sencillito y poco costoso señalar el colaboracionismo nazi, la brutalidad soviética o la demencia fascista, todos experimentos de poder totalitario perimidos. Por eso Hitler, Stalin o Mussolini pueden ser abiertamente insultados desde cualquier púlpito, pero: ¿Qué ocurre si políticas y acciones del mismo tenor surgen del mismo centro de las democracias liberales? 

UN PERSEGUIDO

La reeducación que le pretenden imponer a Jordan Peterson surge, pues, del corazón mismo de lo que hace unos años supo ser un aspiracional de libertad: Canadá. Peterson viene siendo perseguido por sus opiniones desde hace años en su propio hogar. Concretamente desde que se negó a aceptar que el Estado le impusiera la forma en la que debía dirigirse a las personas según la autopercepción de estas. Lo de Peterson fue un acto de libertad insignificante y sin embargo tan peligroso que demostró que la dictadura progresista no resiste el más pequeño de los rasguños y que, ante la menor disidencia entra en cólera. Peterson fue rápidamente cancelado en los ámbitos académicos, auténticas naves nodrizas del wokismo, pero no eran sólo los universitarios radicalizados sus detractores, sus colegas firmaron una petición exigiendo que la Universidad lo echara, y los medios masivos lo masacraron. Muchos de ellos, más tarde, sufrirían en carne propia las garras del buenismo. 

De nuevo, es muy fácil denunciar el racismo, el antisemitismo, el sexismo y la opresión del pasado pero ¿qué pasa cuando todos estos ismos se disfrazan de solidaridad, reparación histórica, discriminación positiva o justicia social? El nuevo totalitarismo exige que se escuche exclusivamente su punto de vista y que, desde el Estado, se persiga penalmente a los disidentes, justamente en nombre del bien que dicen resguardar. 

Sobre ese accionar Peterson sostuvo en una entrevista a Channel 4: "La filosofía que los impulsa es la misma que ya nos ha llevado a la muerte de millones de personas". Es la filosofía que presupone la prevalencia del interés colectivo como mecanismo para sostener el poder. Dentro del colectivo todo, fuera de él: el enemigo. Es la filosofía que impulsaron Stalin, Mao o Hitler, ¿por qué entonces no se condena a quienes toman la misma deriva sabiendo que si se persiste en ese camino, tarde o temprano se llegará a un Estado totalitario?

RETORCIDA MALDICION

Por eso y hablando de cosas chinas, estamos sumidos en esa retorcida maldición que se le desea al enemigo "vivir tiempos interesantes". La oposición capitalismo/comunismo se nos diluye la mayoría de las veces y andamos ciegos en terrenos pantanosos. Como nunca antes en la historia podemos ver una comunión férrea entre, por un lado, las personas y corporaciones más poderosas representando al gran capital y la alta política, y, por el otro, las agendas más radicalizadas de la progresía, representando al socialismo y la crítica al sistema. En fin, que hoy Maduro, Biden, Von Der Leyen, Gates, Díaz Canel, Jane Fonda, el Papa, Lula o Roger Waters sostienen la misma postura sobre una narrativa maniquea y hegemónica: la emergencia climática, el heteropatriarcado, la desigualdad o la autopercepción en sus variantes sexual o étnica y un largo etcétera.

Este aguerrido caos ideológico no puede ser leído con las categorías centro/periferia o el tan telúrico: países bananeros/países serios. La dicotomía ya no se limita a la política o la economía y es por eso que los viejos índices medidores de libertad como el WJP Rule of Law Index pone a tope de respeto a la libertad a países como Australia, Nueva Zelanda o Canadá que en los últimos años han atropellado sistemáticamente las libertades individuales tomando como excusa enfermedades, conflictos bélicos o la simple disidencia científica, política o cultural. El proyecto de poder totalitario en el que estamos inmersos ha avasallado la propiedad privada, la libertad de expresión, todo derecho a la privacidad e intimidad, el derecho a circular o a asociarse y, para colmo, lo ha hecho desde el seno de las democracias liberales que actualmente viven del marketing de glorias pasadas, mientras actúan como auténticos guardias rojos.

POSDEMOCRACIA

Tal vez debamos dar crédito a quienes vociferan que vivimos en posdemocracia. Un sistema en el que, en la fachada, nada cambia con respecto a la democracia clásica: con elecciones, división de poderes y derechos individuales reconocidos. Pero que, por detrás de la fachada, la política es sólo hay una alternancia entre bandidos asociados, las elecciones son sesgadas y se pagan con el dinero robado a los contribuyentes, la prensa es una prostituta que sobrevive gracias a la pauta gubernamental, las libertades son acotadas por leyes restrictivas; y la justicia es hereditaria y acomodaticia en el mejor de los casos. Bajo tales condiciones, el poder se nutre del miedo a algún enemigo indeterminado y variable: enfermedades, migraciones, polarización. Pero las decisiones están en otro lado, guiadas por las agendas de corporaciones, índices de calificación moral como DEI o ESG, organizaciones internacionales y estructuras tecnocráticas que no son alcanzadas por los límites al poder pensados para las democracias liberales.

El resultado es un vaciamiento del proceso democrático y el avance de un autoritarismo creciente. Eso es lo que vimos durante la covidcracia, particularmente en Canadá, Australia y Nueva Zelanda. Sus gobiernos, en la fachada democráticos, se convirtieron en un falso guardián del adictivo paternalismo del Estado de Bienestar. La acción del Colegio de Psicólogos de Ontario es una muestra espeluznante de hasta dónde este totalitarismo está dispuesto a llegar.

Que Peterson sea canadiense es una burla del destino. Una de las figuras más populares de la contrahegemonía progresista mundial es oriundo de un país que ha llevado la imposición woke a un extremo tiránico. La dictadura wokista que ha logrado que la ley castigue la disidencia y la libertad de expresión ha parido su a su propio detractor. El Colegio de Psicólogos de Ontario no tiene poder sobre Jordan Peterson, pero funciona como todo un cancerbero que advierte a miles de profesionales que los puede dejar sin trabajo por motivos ideológicos, aún sin la denuncia de un paciente. Sólo con decir cosas incorrectas en medios o redes que los miembros del Colegio consideren inaceptables pueden ser condenados a la reeducación o al exilio profesional. 

En estas fachadas de democracia liberal, en estas cáscaras vacías de lo que alguna vez fue un modelo de crecimiento y respeto al individuo, un colegio profesional puede negar a alguien el derecho a trabajar por su postura política. También en estos lugares un burócrata estatal tiene más poder que los padres sobre sus propios hijos. Un gobernante puede ir contra los ahorros y medios de subsistencia de quienes participen de una manifestación y disponer del derecho a la vida de pacientes psiquiátricos o simplemente deprimidos. Mao se relame en algún lugar del Hades.

En la condena a la reeducación de Peterson, tal vez no sea Peterson la víctima más castigada, sino la democracia liberal usada de estropajo para esconder la tiranía progresista. Si la prostitución de los mecanismos institucionales públicos y privados son un arma de adoctrinamiento y disciplinamiento ideológico. Si la justicia responde sólo a su propia supervivencia permitiendo que el prevaricato, la desigualdad ante la ley y los estados de emergencia vayan contra las libertades individuales. Si, en definitiva, la falsificación del sistema genera una insatisfacción que lo dinamite desde dentro, ya no serán necesarios grandes dictadores para someternos, bastarán unas pocas leyes y unos grises burócratas arrastrados. La Gran Revolución Cultural habrá sido un éxito.