Uno de los mayores problemas que pueden detectarse en la cultura contemporánea, en la que concurren orientaciones filosóficas diversas, es el olvido o la negación del concepto metafísico de naturaleza, el cual no falta en la clásica sophía de Grecia y de Roma y en la tradición cristiana. Marco Tulio Cicerón, en su obra “De republica” habló de la recta razón como ley verdadera, congruente con la naturaleza humana, que está difundida en todos, que es constante, sempiterna, que ordena lo que hay que hacer y aparta del engaño.
Esta ley no debe ser derogada por nadie, no puede ser abrogada totalmente. La noción metafísica de naturaleza está en la base del concepto de ley natural, que Santo Tomás de Aquino enseñó con elocuencia: “la ley natural no es otra cosa que la luz intelectual inserta en nosotros por Dios, por la cual conocemos lo que se debe hacer y lo que hay que evitar”.
Esta luz y esta ley las ha dado Dios al hombre en la creación. Ellas otorgan el sentido de la vida. La naturaleza equivale al ser. Existe una naturaleza del mundo físico, una naturaleza animal y una naturaleza humana.
LEY INMUTABLE
La concepción cristiana reconoce que la ley natural es inmutable, permanece debajo de los cambios históricos, de ideas y costumbres, y ella determina el auténtico progreso del hombre. Aunque se nieguen los principios de la ley natural -como se pretende en la legalización del aborto y el llamado “matrimonio” homosexual- esta ley no puede arrancarse del corazón del hombre, si bien la confusión intelectual y la perversión de las costumbres llevan a ofuscarla y a imponer, de hecho, una “ley” antinatural que puede extenderse como cultura.
Vale recordar el pensamiento de San Agustín, expresado en sus Confesiones: “Ciertamente Tu Ley, Señor, castiga el robo, y la ley escrita en el corazón de los hombres no la puede destruir ni la misma iniquidad”.
El siglo XX ha conocido las aberraciones más horrendas y dolorosas, provocadas por la violación de la ley natural y la consiguiente abolición del hombre. Lo terrible ha sido que algunos hombres desnaturalizados han sometido a otros a una esclavitud que nunca habían conocido los siglos.
El nazismo y el comunismo han desechado el concepto mismo de naturaleza. Es preciso conservar y conocer los testimonios; pensemos en obras como “El hombre en busca de sentido”, de Viktor Frankl, y “Archipiélago Gulag”, de Solzhenitsyn. Estos escritos son obras asombrosas, que rayan lo increíble. ¿Dios permaneció en silencio ante semejante destrucción de su creatura? Los datos que son bien conocidos registran la importancia del orden religioso, en el corazón de los que sufrían con esperanza y en las orientaciones de la Iglesia.
Respecto de las dos calamidades históricas que he referido, no se deben olvidar los documentos del gran Pontífice Pío XI: la Carta “Mit brennender Sorge” y la Encíclica “Divini Redemptoris”.
Las guerras, que parece imposible evitar dadas las malas inclinaciones procedentes del pecado y los conflictos históricos entre países, son en realidad contrarias a la naturaleza humana, y en muchos casos violatorias de la ley natural.
Un ejemplo contemporáneo es la campaña de Israel en Gaza, que expertos de la Asociación Internacional de Académicos del Genocidio (IAGS, en inglés) definieron como “un genocidio”. Igualmente, el Tribunal Internacional de Justicia encontró que Israel está cometiendo un genocidio; sus actos constituyen crímenes de guerra y crímenes “de lesa humanidad”.
La observancia de la ley natural asegura la concordia entre los hombres y la paz de las naciones. Su violación convierte al ser humano en un monstruo y su generalización en la cultura implanta en el mundo la inhumanidad; hace de él un infierno.