Opinión

La grieta es ahora la última trinchera

Tras muchos años en que el kirchnerismo ahondó la grieta, hoy es la sociedad la que la usa en la defensa final de sus valores y estilo de vida.

La exgobernadora Vidal y el Jefe de Gobierno Rodríguez Larreta coincidieron en pregonar la necesidad de sellar la grieta. Lo mismo que pide el peronismo cada vez que la gente sale a la calle a protestar contra su gobierno. Ninguno de esos planteos es serio, ni tendrán efecto alguno, fuera de poner en evidencia la similitud de algunos procederes. Por otra parte, esta columna sostiene que no hay una grieta, sino que hay muchas grietas. O si se prefiere, hay muchos tajos que crean finalmente una gran grieta múltiple,  y son muchos los que empuñaron y empuñan las dagas que los producen. 

El peronismo viene creando grietas desde su invención por los militares en 1943. Por el lenguaje confrontativo de Perón y el lenguaje precario e incendiario de su mujer. Por el enfrentamiento clasista que agitó siempre, por la agresión deliberada contra el campo al que expolió, por las prebendas que otorgó a sus amigos cómplices, por su permanente ataque a la clase media, al ahorro y al trabajo, al que bastardeó en nombre de un sindicalismo mafioso y de un empresariado venal y prebendario, por su apoyo a la guerrilla terrorista a la que usó, por su posterior decreto de aniquilación a la misma, por la necesidad permanente de fabricar un enemigo, por los ataques a comerciantes y empresas, por su enfrentamiento a la iglesia, por el intento de crear un culto a Eva. 

Los gobiernos surgidos de los golpes militares no se quedaron atrás y también aportaron sus tajos, desde las desapariciones, los Falcon verde, las prohibiciones, las requisas, sus disputas internas de poder, y en sugestivo parecido con el peronismo, al mantener el proteccionismo empresario y el poder sindical intacto, y a veces aumentando como en el caso de las Obras Sociales. Tampoco puede dejarse de lado el pacto incomprensible – o comprensible - entre el Almirante Massera y Mario Firmenich, un trasnochado intento de reproducir la figura de un militar transformado con una maniobra teatral en presidente democrático, como había ocurrido con Perón, sueño que había soñado Aramburu y luego soñó Lanusse. La proscripción del peronismo fue una grieta creada para intentar imitarlo y reemplazarlo. El dudoso, ruinoso y estrambótico manejo del sistema financiero de Martínez de Hoz, donde junto a muchos millonarios nuevos multipartidarios se gesta el lúgubre pacto de no agresión judicial atribuido a Manzano-Nosiglia, también fue una fractura insoldable. 

Tajos asesinos

El gobierno de Alfonsín sufrió los tajos asesinos de los paros salvajes del sindicalismo peronista que, más allá de los errores económicos del radical, le impidieron gobernar. Ninguna grieta peor que esa oposición frontal a la democracia. Quienes siguieron de cerca los procesos decisionales de ese gobierno tienen claro que varios intentos de privatización importantes fueron impedidos deliberadamente por el peronismo, utilizando a los gremios o a sus legisladores. 

La siguiente grieta la crea Menem con su reforma de la Constitución antidemocrática, que apoya Alfonsín con un acuerdo espurio en el Pacto de Olivos, cerrado por rémoras de ambos partidos, donde el riojano traza el tajo de su reelección tramposa y acuerda dejarse ganar en el término siguiente por el radicalismo, como puede atestiguar Duhalde, que sufrió las consecuencias. Alfonsín a su vez, introduce cambios de gravísimas consecuencias en la Constitución, que son en sí mismos factores de enorme división, desde el DNU hasta la subordinación de la soberanía a los tratados supranacionales. Menuda grieta. 

Así como Menem saboteó a Duhalde para cumplir su pacto electoral, posteriormente Alfonsín dejó caer a De la Rúa cuando estalló la convertibilidad, (otra grieta) quién sabe por qué envidias, y Cavallo salvó a Rockefeller al devolverle ilegalmente su préstamo con privilegio sobre los demás acreedores, acciones que surcaron de cicatrices éticas la piel de la república. Y de odios y rencores. Lo mismo ocurrió durante la noche negra de la historia contemporánea nacional, desde el ridículo y vergonzoso miniperíodo del baile de presidentes por un día hasta el fin de la presidencia temporaria de Duhalde. Recuérdese el enfrentamiento multiespectro, multisectorial y entrecruzado que significó la pesificación asimétrica, una grieta ética, económica y social, que aún hoy no se ha cerrado y que partió hasta relaciones familiares. 

Aquí se debe hacer un aparte para mencionar el efecto sobre las sociedades de las hiperinflaciones y de la alta inflación sistémica, que sin necesidad alguna de ayuda o convocatoria transforma en enemigos instantáneos a múltiples sectores, deudores y acreedores, consumidores y productores, comerciantes y clientes, contribuyentes y estado. No se conoce un solo caso en la historia nacional en que un gobierno haya aceptado que tal fenómeno se debiera a sus políticas de gasto. Al contrario, se culpó, sin distinción de banderas políticas, al sistema productivo, a la distribución o a la especulación. Fenomenal división que ha pendido trágicamente casi un siglo sobre la cabeza de los argentinos. 

Con el arribo del peronismo, franquicia Kirchner, en especial en el gobierno de Cristina Fernández, se instaura un mecanismo sistemático y sistémico de fragmentación nacional. Con componentes múltiples, empezando por el estilo enfermizo de la hoy vicepresidente a cargo, que ha dispersado con tanta eficacia su virus bipolar sobre la sociedad, que hoy usa el odio y el denuesto como único modo de comunicarse. Imitación de los admirados dictadores y sistemas opresivos en que se inspira.  A eso se debe agregar la reacción ante medidas como el acuerdo con Irán o hechos como el asesinato del fiscal Nisman, que necesariamente parten a la ciudadanía en segmentos irreconciliables. Como ocurrió con la política - o con el negocio - de los derechos humanos, incluyendo los subsidios a asesinos condenados o confesos, más los 22,000 inventados. Esa brecha no se cerrará jamás. 

La mayor grieta fue la que generó la corrupción rampante del kirchnerismo, una burla a los argentinos. O a los argentinos que no participaron, para ser justos. En rigor, una doble grieta cuando se le agrega la sensación de rabia y asco que produce el reconfirmar ahora que esa corrupción nunca se penará, que los fondos nunca volverán, que nadie irá preso. ¿Cómo tomar en serio el llamamiento a cerrar la grieta, no importa quién lo hiciera? No hay grieta más irritante que la impunidad. 

El lector puede agregar a este apretado resumen su propia grieta personal, el propio tajo que le infligieran que lo haya separado del resto de la sociedad; seguramente la lista completa excede todo espacio periodístico. 

Macri no cerró esas divisiones. Acaso creo algunas nuevas entre quienes lo apoyaban. Como cuando intentó combatir el efecto del populismo con más populismo, o cuando desoyó las advertencias críticas de algunos sectores a los que sus adláteres respondían con soberbia “no vuelven más”. También fomentó la grieta electoralmente, de la mano de su asesor fatal Durán Barba, y también creyó su propia prédica, como hace el peronismo, y eso probablemente le costó la elección. (Y a la ciudadanía le costó volver a tener a Cristina sobrevolando)

La peor etapa

Esta nueva etapa de la viuda de Kirchner es más grave. Además de su evidente lucha por la impunidad y el bronce, de la que sólo tendrá éxito en la primera, (salvo que compre una escultura de Rodin robada de alguna plaza) resulta evidente que está preparando el ataque final sobre todas las libertades, y como ha anticipado ayer Alberto Fernández, avanzará con lo que llaman la redistribución de la riqueza y la igualdad, lo que, sumado a la situación que ella misma dejara de herencia en 2015 más los efectos de la cuarentena plus, implica la condena a ser esclavo fiscal a los 6 millones de ciudadanos que quedan trabajando. Porque no hay manera de suponer que los que hoy están recibiendo generosos subsidios querrán volver a trabajar, mayoritariamente. 

Unido al despojo y robo a los jubilados legítimos, además del daño deliberado que estas decisiones provocarán en términos personales a quienes aún creen en la producción, el talento, el mérito y el esfuerzo, es evidente que el efecto deletéreo sobre la economía del país y su sociedad será fulminante, neutrónico y terminal. A una ideología insostenible se une la incapacidad básica de gestión que ha caracterizado al peronismo de todas las épocas. La cuarentena y su suma de contradicciones y abusos que se adivinan permanentes han puesto una lupa sobre todas las perversiones del cristinismo y La Cámpora. 

Ante tales amenazas, la de la pérdida de libertad individual, del derecho de propiedad y los ataques sobre los ahorros, los patrimonios y sus emprendimientos, más el golpe final sobre la justicia y el sistema electoral, las grietas creadas antes por la acción deliberada de los gobiernos o por sus medidas, no son las que cuentan. Ahora la grieta es un largo y profundo foso que cavan los propios ciudadanos para defenderse, como en los castillos medievales. El “no pasarán” que ha lanzado el habitualmente sereno y reflexivo López Murphy, amenaza con ser un grito de rebelión que lanzan quienes no sólo quieren detener al monstruo imparable del estado absolutista, sino también las poluciones monárquicas delfinescas de un trágico y enfermo personaje de la historia nacional. 

Deberán tener cuidado los políticos y sus servidores cuando, como si fueran estadistas, reclaman que se cierre la grieta. Le están pidiendo al único sector productivo y útil de la sociedad que salga de su trinchera agitando la bandera blanca de subordinación y rendición. 

En las actuales condiciones, tal acción, más que un acto patriótico y de grandeza, empieza a lucir como un acto de complicidad.