Opinión
UNA MIRADA DIFERENTE

La fatal ignorancia de la burocracia occidental

Una suma de errores conceptuales, geopolíticos, falsedades y promesas facilistas a los votantes, que para colmo se intentan cumplir.

Disclaimer: la RAE ofrece dos acepciones para el término ignorancia. La primera es la de pretender no aceptar, desconocer o no dar validez o importancia a hechos verídicos, evidencias y resultados de investigaciones o estudios de la ciencia o la experiencia. La segunda se refiere lisa y llanamente al desconocimiento supino de las diversas disciplinas, técnicas o reglas y prácticas que conforman el saber universal. La columna usa el término en ambos sentidos, muchas veces como merecida sinonimia. Deja al lector la tarea y la decisión de aplicar cada acepción según su percepción. 


La civilización le debe a Friedrich Hayek, el gran pensador austríaco, dos de las definiciones más precisas y valiosas del comportamiento humano. La primera, cuando a poco de finalizar la Segunda Guerra escribe su Camino de servidumbre. Allí se ocupa de unir en un solo concepto la tiranía y a la larga la igualdad de procedimientos, de pensamiento y de resultados de los dos extremismos: la extrema izquierda y la extrema derecha. 

Los une indisolublemente en el concepto de la planificación central, que bajo la conducción de una burocracia que cree saber mejor que el individuo lo que más le conviene hacer con su dinero y con su vida, los confisca de algún modo primero y los administra o disciplina después. En esa etapa de metástasis, el concepto termina siempre fracasando y se transforma primero en dictadura virtual al disponer de los bienes, los ahorros, los frutos de su trabajo y las decisiones personales del ser humano, y finalmente, a medida que el fracaso ocurre irremediablemente, se transforma en dictadura real al tratar de imponer por la fuerza los planes supuestamente infalibles que traza si los seres humanos no los cumplen al pie de la letra, como ocurre casi siempre. La dictadura de la ecuación, seguida por la dictadura en serio.  

Ese concepto se complementa y redondea en el último libro publicado por el gran economista y filósofo en 1988: La fatal arrogancia. Allí se refuerza el concepto de La Nueva Clase, acuñado en su libro homónimo por el líder comunista obviamente defenestrado Milovan Djilas, con el que fulminó a los funcionarios estalinistas que se habían transformado en una nueva aristocracia, y al que ya hizo referencia la columna. Cuando hoy se habla de la casta política, simplemente se están repitiendo esas ideas que no son exactamente novedosas. Ya lo había narrado más simbólicamente Eric Arthur Blair (George Orwell) en su Rebelión en la granja, donde describe más genéricamente los excesos inherentes al usufructo del poder. 

Absurda pretensión

Los dos grandes faros de Occidente, Europa en lo cultural y Estados Unidos en lo económico, que unidos en algún punto habían conformado el Capitalismo en su sentido más amplio, están hoy en manos de burocracias que no sólo parecen coincidir al dedillo con las definiciones hayekianas, tanto en su absurda pretensión de saber más que cada uno lo que a cada uno le conviene, como en el criterio de obligarlo a responder a fórmulas matemáticas de planificación central, como en su comportamiento arrogante que niega la acción humana, el proceso sociológico que se llama economía, como en la cantada culminación en dictadura, cualquiera fuera su tendencia, ideología o concepción. También tienen otro factor común que las caracteriza: su fatal ignorancia, en ambos sentidos. O nunca aprendieron, u olvidaron lo que aprendieron, o deliberadamente pretenden ignorar la realidad, la evidencia empírica y el conocimiento, en particular si es universitario. Para los burócratas, hoy agrupados bajo la generalización de clase política, estudiar y luego aplicar lo que se aprendió parece ser un esfuerzo humano e ideológico insoportable. El caso nacional, que va desde la carencia de cualquier educación superior formal que tenga que ver con su función a la compra de títulos o a las carreras aceleradas a la que sólo acceden los políticos, seguramente no será superado por ejemplo alguno en el mundo. Sin embargo, es común que las grandes potencias exhiban en altos cargos decisionales, en particular en lo económico, figuras con raros e imprecisos títulos que poco tienen que ver con sus funciones técnicas, dando por supuesto que posean algún grado seriamente. 

Por supuesto que esta afirmación comprende a los actuales gobiernos tanto en Europa como en Estados Unidos, que están entrando en una espiral ruinosa que aumenta su velocidad a cada instante, una sinusoide que simplemente no tiene ninguna posibilidad de llegar a un final feliz. Esa fatal, arrogante e ignorante burocracia, que intenta regir a Occidente, en definitiva, primero comenzó por renunciar a semejante tarea frente a los sacrificios y esfuerzos de todo tipo que ello implicaba, pero luego, en una impronta de orgullo atrasado, pretende borrar 70 años de errores geopolíticos en un instante y salir a pelear guerras para las que no está preparado contra rivales que se ocupó primero en resucitar, inventar o crear. A costa de muertos y miserias ajenas, por supuesto. 

¿Hay, como muchos sostienen, una conspiración para transformar al mundo nuevamente en un experimento neomarxista, un gigantesco reseteo 2030, un nuevo orden mundial de felicidad declamada tipo el 1984 orwelliano, un universo de coeficiente Gini no de pobreza cero, como sueñan, sino de cero bienestar, de cero crecimiento, de cero individualidad y de cero libertad? ¿Un mundo en el que nadie tiene nada a qué aspirar y en consecuencia no tiene motivo para frustrase o sentir disconformidad, resentimiento o envidia algunos? 

Habría en ese caso una ignorancia de las clases políticas, que desoyen, desconocen o no conocen los efectos de semejantes políticas y el efecto sobre la humanidad. O una falta de formación o una falta de responsabilidad social atemorizante. Grave si no saben lo que hacen. Más grave si lo saben. 

Sueño neomarxista

También se puede pensar en otras razones. Por ejemplo, que se hayan materializado las advertencias de Tocqueville sobre los posibles vicios de la democracia. En este caso, se habría cumplido el viejo sueño del neomarxismo, de vencer al Capitalismo con su propia democracia, deseducando a la sociedad, insistiendo con una prédica de igualdad sin sustento sencillamente aprovechando la tendencia de toda masa al mínimo esfuerzo, lo que hace que las sociedades demanden todo tipo de promesas y que los gobiernos se vean en la obligación de formular esas promesas y lo que es peor, cumplirlas. Ayer un colega de un diario uruguayo sintetizaba esto con una frase de grafiti: “Basta de realidades. Queremos promesas”. No será Tocqueville, pero el concepto es impecable. Para seguir con ejemplos del país vecino, el jefe del sindicalismo trotskista y del Frente Amplio, sostuvo en la semana que su sector planteaba los reclamos que creía necesarios, pero que no le interesaba hablar de los costos de las medidas, ni discutirlos. ¡Cuidado! No trate de hacer la prueba con su presupuesto familiar, querido lector. Pero puede hacerla con toda la sociedad, si es elegido.

Para volver a los líderes de Occidente, la Unión Europea ha incursionado en una sucesión de errores políticos y económicos que abonan la idea de un complot marxista o similar. Ello se debe a que no se puede explicar racionalmente tamaña cantidad de errores de tanta importancia y sobre todo, el olvido de pautas, técnicas, estudios, resultados, casuística, que parecían indiscutibles, y que ahora se dejan de lado con diversas excusas o simplemente con mentiras que todos parecen dispuestos a aceptar. Entonces, anecdóticamente, se cuestiona a Twitter -que hasta ahora ni siquiera es de Elon Musk- por las últimas 96 horas de su supuesto accionar, que no existe, pero no se repara en Bloomberg, cuyos artículos parecen a veces ignorar toda la historia económica moderna, la evidencia empírica y las buenas prácticas hasta hace pocos minutos de validez generalizada.  

Más allá de que el resultado en el viejo continente es más inminente, lo mismo ocurre en Estados Unidos. Desde un presidente que demanda cada día más gastos sin financiamiento alguno (muchos que seguirán llevando a la inmolación a ucranianos y pulverizará el poder adquisitivo del dólar) el manejo de la inflación propia y mundial es ofensivo y vergonzoso. En primer lugar, la negación de la naturaleza monetaria de la inflación – o sea la negación de la responsabilidad absoluta del estado en provocarla – lleva a decir barbaridades tales como que el fenómeno se debe a la guerra. Un desconocimiento técnico que merecería ser reprobado en un curso de primer año de economía, y una ignorancia fáctica sobre la emisión para financiar sin contrapartida otra decisión ignorante. Estados Unidos emitió 9 trillones de dólares, o sea 4 veces más que en la crisis de 2008, o sea el 40 % de su base monetaria, durante menos de dos años de pandemia. No conforme con ello, bajo sus órdenes todos los organismos de los que es principal contribuyente salieron a predicar la emisión sin preocuparse por el gasto ni por el déficit. Una teoría delirante digna de Keynes, cuyos efectos ahora se olvidan y ocultan deliberadamente con la excusa de la guerra. También una ignorancia profunda en los dos sentidos de la palabra.  

Tal como esta columna viene prediciendo, Jerome Powell, el paloma no economista a cargo de la Reserva Federal se disfrazó de halcón para dejar felices a los senadores republicanos que tenían que votar para reelegirlo. Salió con todos los cañones prometiendo hasta 7 subas de la tasa de interés, hasta que el jueves se conoció que el PBI americano se había reducido en algo más del 1%. ¿Hay que ser un genio para adivinar que la Fed demorará o enlentecerá su plan de aumento de intereses? Pese a toda la bambolla creada por Wall Street y Bloomberg sobre el daño que la suba de tasas creaba a la economía, hasta ahora sólo ha subido el 0.25%, dejando el interés muy por debajo de lo que se considera el interés natural, otro principio de sana economía, que se ignora por ignorancia y se ignora por conveniencia. La licuación inherente, fríamente pautada, tendrá un alto precio. 

Otro dato que también sorprendió al periodismo especializado americano, que tampoco parece ser ejercido mayoritariamente por gente con conocimientos de economía, es que aumentó el valor del sueldo promedio. Luego de que el presidente Biden y sus asesoras y amazonas no economistas predicaran y empujaran esa suba de sueldos, ¿qué les causa sorpresa? Esos aumentos consolidan la inflación, no la crean. Entonces la reacción de los no economistas es pedir una inmediata indexación de los salarios, que cualquier estudiante algo aplicado de economía sabe que conduce a una espiral inflacionaria con velocidad graduable según las necesidades políticas. Miente el gobierno estadounidense al comprometerse a bajar la inflación, como miente al decir que la baja en el PBI se debe a razones técnicas. ¿Miente por ignorancia en el sentido de la primera acepción de la RAE, o por ignorancia en el sentido de la segunda acepción de la RAE? Respuesta: ¿qué importa? 

(Subyacentemente, la destrucción de la filosofía del trabajo, que tanto la UE como EEUU están capitaneando no sólo con su consentimiento sino por demagogia y para complacer a un sector de sus votantes, tendrá efectos nocivos inimaginables, que hasta el mismísimo Marx repudiaría, porque el trabajo era el pilar mismo sobre el que construyó toda su teoría anticapitalista)

Contumancia

Ignorando con contumacia la desaforada emisión, dicen los expertos de ambos continentes que la inflación se debe a los efectos de la guerra, la invasión o como se le quiera llamar para que la indignación nuble el análisis. Confunden inflación con suba de ciertos precios, convenientemente. Y de paso hacen todo lo posible para que esos precios suban todavía más, como ocurre con las nuevas sanciones a Rusia y con la empecinada salvación del mundo con el tratado climático, que va a destrozar a la producción, el PBI y el bienestar europeo en menos de un año, bajo la empecinada firmeza de la presidenta de la UE, otra no economista que, al igual que Biden, cree que el problema se soluciona cerrando más el comercio y con más proteccionismo, regulaciones, impuestos, restricciones, prohibiciones, controles de precio, racionamientos y por el estilo. También en contra de lo que la evidencia empírica y el conocimiento de los últimos 70 años indican. O subsidiando ciertos bienes. Otro despropósito económico. Mientras, la postergada venta de los bonos públicos y privados comprados por la Fed con emisión-inflación, el mejor plan antiinflacionario que existe, ha sido postergada y prometida para mayo. Se toman apuestas. 

La suma de estas medidas, no medidas, reacciones, explicaciones, subsidios, demoras, omisiones, compensaciones, restricciones, manejos monetarios errados y el proteccionismo, fueron fatales en la salida de la Segunda Guerra. El Reino Unido, tras el manejo de la economía por Keynes, con esas ideas, terminó perdiendo toda posición de liderazgo y defaulteando sus pagos y estafando a todos los países productores. Argentina fue uno de los más gravemente estafados por el valor de todas sus reservas, que perdió en día y nunca las pudo cobrar, ni aún con una promesa americana que nunca se cumplió. Estados Unidos aplicó un plan de similar inspiración keynesiana, el New Deal y adicionales, y llevó por varios años a la miseria más vil a su pueblo y al mundo bajo su influencia. 

Los estudios y análisis posteriores y en especial las predicciones y recomendaciones de von Mises, probaron ser acertadas. Esa discusión parecía zanjada. De pronto, quien sabe si por una conspiración o de casualidad, o por otros factores que pasan por la comodidad moderna y el choripanismo de la democracia a veces llamado populismo, hacen que, de un plumazo, se hayan olvidado las enseñanzas no sólo de los economistas más respetados, sino de la historia. La historia, como se sabe, es muy odiosa. Y requiere leer. 

Keynes fue otro no economista que usó las matemáticas, su fuerte, como un modo de entender y representar la acción humana. Pero luego cometió el error, cuando fue gobierno, de creer que la acción humana tenía que responder a sus ecuaciones. Le costó el default. Por eso es obligatorio leerlo, y al mismo tiempo olvidarlo. Lástima que Occidente parece recordarlo más que nunca. Pero ahora, como antaño, ese mismo concepto terminará costando la libertad. El resultado será el mismo que tras la Segunda Guerra: el desempleo y el hambre. Claro que nadie podrá protestar ni reclamar. En el mundo reseteado no habrá democracia. O será estatal, también.