Por Javier R. Casaubon *
No hay que ser abogado para saber distinguir la justicia humana y la justicia divina. O saber distinguir entre ejercer la magistratura honrosamente y administrar justicia “bien y legalmente” (art. 112 de la C.N. –poco estudiado por magistrados, abogados, juristas y la academia–) con el des vínculo jurisdiccional de la suspendida jueza de San Isidro (no menciono su apellido para no deshonrar a su familia) con la producción del documental Justicia Divina.
O que una cosa es producir una “película” post juicio oral y, otra cosa, muy distinta e inaceptable en un magistrado/a, es una producción audiovisual mientras el mismo se desarrolla siendo la funcionaria encargada de llevar a cabo el debate y, a su vez, la protagonista de la futura miniserie o reality show, confundiendo la inmediatez propia de esa etapa del proceso con la posible “estrella mediata o mediática” del contradictorio, donde se intentaba develar si hubo responsabilidades penales por la muerte de Diego A. Maradona.
Lo ocurrido en este caso, más allá del indecoroso comportamiento de la magistrada, las excusaciones, recusaciones y la nulidad, nos debería llamar a la reflexión sobre cuestiones más profundas que subyacen: una autocrítica a la llamada “familia judicial” con sus buenos y malos arquetipos y ¿de dónde tendría que venir el ejemplo?
“FAMILIA JUDICIAL”
La categoría “familia judicial” permite describir formas de funcionamiento de los tribunales, pero también opera como categoría organizativa de los mismos. En principio, cuando la utilizamos podemos pensar en términos de relaciones de parentesco concretas: mismos apellidos que se repiten a lo largo y a lo ancho de la guía judicial y su historia.
Pero definir la “familia judicial” no alcanza en función de las relaciones de consanguinidad sino de la pertenencia a ciertas personas o grupos de interés que conforman una malla de relaciones tejida en función de lazos de amistad, camaradería, compañerismo, vecindad. Y la importancia de esta categoría radica en que, no pocas veces, es a través de ella que se pueden comprender las formas de reclutamiento y ascenso dentro de la justicia. Formas estas que se han sostenido a lo largo de los años y han trascendido los regímenes institucionales hasta el presente con su gran cantidad de cosas buenas y con algunos “pecados”.
Existen campos en donde se verifica la existencia de “espacios de sociabilidad” compartidos por la “familia judicial”: colegios a los que habían ido los funcionarios judiciales o donde iban sus hijos; clubes de los que eran socios; barrios en los que vivían; lugares de veraneo donde pasaban sus vacaciones, entre otros.
FORMAS DE RECLUTAMIENTO
La trascendencia de ilustrar estos ámbitos es que es en ellos donde se reclutará a quienes, más tarde, conformarán la “familia judicial”, y, por otra parte, estas formas de reclutamiento, en un proceso de producción y reproducción de este grupo social –constituido por los judiciales– y de las formas en que los actores movilizan una identidad determinada como factor que legitima una posición, a veces no sin razón, calificada de elitista y privilegiada, aunque también exista cierta dosis de envidia (por cantidad de días de vacaciones, feria judicial, salarios, estabilidad, obra social, no pago de ganancias, etc.), de agentes externos a los tribunales.
Tal vez, esos espacios exclusivos hayan cambiado (quizá ya no sea Miramar el lugar de veraneo; y los barrios no sean ya Barrio Norte, Belgrano, Bella Vista, San Isidro o Adrogué y ahora sean “barrios cerrados”), pero lo que no ha cambiado es el hecho de pertenecer a los mismos lugares y, fundamentalmente, el ingreso a un aceitado circuito de relaciones de intercambio donde entran en juego distintos “bienes”, tales como nombramientos, favores, lealtades, que por lo general son buenos y demuestran cierta confianza y probidad por antecedentes familiares para el cargo judicial del aspirante y respeto hacia una institución conservadora, como es socio-culturalmente el poder judicial, con algunos matices a veces perniciosos.
PATOLOGIAS CLIENTELARES
Es allí donde, muy de vez en cuando, se verifican también patologías clientelares, de padrinazgo, ascensos “debidos o indebidos” y “recomendaciones” político-judiciales que hay que cambiar.
Párrafo aparte merece el tema del cierto uso discrecional de los “contratados” que excepcionalmente son transitorios y generalmente son estables y basta constatar o ver cuántos “contratados abogados” amigos del juez “x” luego son inidóneos para el cargo o la función que, a la postre, desempeñan en forma de planta permanente, incluso obturando el nombramiento de otra gente más idónea o capacitada o el ascenso merecido de otros participantes del sistema o servicio de justicia.
También hay otros casos en que sin mérito se nombra a alguien más por afinidad que por capacidad. Por eso se trata de evitar la “selección a dedo” de los empleados, cierto caudillismo, “punterismo” (vos si, vos no, sin dar razones valederas), y “portación de apellido” que facilita el ingreso a la “familia judicial” endogámica del poder judicial que, a veces, permite la incorporación a la justicia a personas que no tienen mérito o vocación para ello. Asimismo, se da bastante los nombramientos “cruzados”: el juez “x” nombra un familiar del juez “y”, y éste “y”, nombra un familiar del juez “x”.
Por nuestra parte decimos con toda seguridad que no toda pertenencia a la “familia judicial” es insana de por sí, de hecho confesamos que ingresamos de meritorio por una relación de amistad, pero nuestro nombramiento fue por capacidad. Porque muchas veces se hereda un apellido o profesión de un juez o un abogado y el candidato tiene méritos e idoneidad suficiente para entrar por sí solo a tribunales y continuar con la tradición familiar. Por suerte y por ahora estos son la gran mayoría.
Con lo cual, la excepción de la mal llamada peyorativamente “familia judicial”, no confirma la regla y la situación particular de esta jueza de San Isidro ratifica que se trató también de una anomalía, no del comportamiento general de la “familia judicial”.
Lo mismo pasa con un médico, un artista, un ingeniero o un empresario cuyos hijos continúan y se destacan, a veces incluso más que su familiar o predecesor, en instituciones públicas o privadas, en el mudo del arte o empresas o en el rubro que fuere. Otras veces, lamentablemente, ocurre todo lo contrario, desprestigiando a la familia “x”.
CRISIS DEL SECTOR
De todo ello, entre otras varias cosas muchísimo más graves ni achacables a la “familia judicial”, es dable que se observe la actual “crisis” del Poder Judicial o por el contrario la pervivencia, al menos, del sistema de justicia penal con sus contradicciones y sus criterios ideales, casi nunca alcanzables en la realidad de los hechos y las cosas, que siguen estando presentes en la consolidación de las estructuras estatales.
Los medios de comunicación están a la orden del día sobre los fenómenos judiciales. La mayor democratización, la transparencia, las innovaciones tecnológicas que hicieron posible que el accionar de la justicia devenga un tema “político” y también “popular” probablemente han mellado una falsa imagen que los operadores de las diversas administraciones de justicia tenían de sí mismos, como si estuvieran “más allá del bien y del mal”. Más en un caso como el de Maradona donde confluyen la averiguación de la muerte del ídolo popular con el juzgamiento por parte de una jueza perteneciente a cierta elite de la “familia judicial”, quiérase o no, y que exhibe, guste o no, también cierta “decadencia” de esa “familia judicial”. El contrapunto entre dónde nació y cómo murió el futbolista con la cuna y el nivel social de la jueza es evidente por las imágenes que todos vimos y nos huelga de mayores comentarios.
Algunos funcionarios actuales y gran parte de aquellos que pertenecieron a la aristocrática “familia judicial” en términos aristotélicos, perciben, de ello, que la justicia “ya no es lo que era”. Esta percepción puede tener que ver con la idea de “crisis”, tal como es narrada en muchos textos.
También los abogados, los públicos y el pueblo, que depositan sus anhelos en la Justicia, como último bastión de resistencia republicana, perciben esa “crisis”, que en el caso tiene que ver con descubrir lo que la justicia hace, y también, así, que es “clasista”, “discriminadora”, “lenta” o “corrupta”. Y es que, asimismo, parece otro síntoma de la “crisis” judicial la ineludible visibilidad social y política que ha adquirido el sistema de administración de justicia y sus problemas, otrora tolerados, ignorados, ocultados o silenciados, con diversos intereses, donde uno de los principales temas es la demora de los procesos judiciales.
ETICA Y MORAL
En situaciones de anomia los sujetos pierden su relación con las normas. Acá el problema pasa por las instituciones que tienen que hacer cumplir esas normas. No es una persona que transgrede y hay un juez que aplica la norma. El que transgrede es el juez e incluso llega hasta cometer delitos. Nada más alejado de la ética y moral exigida a un magistrado. Pero, por lo visto, la anomia no es exclusiva ni patrimonio común del poder legislativo o ejecutivo sino también del judicial.
Ergo, la imagen de la Justicia para el común de la gente se ha derrumbado. Su balanza se rompió en el piso en mil pedazos, la espada se quebró y la mujer de los ojos vendados se quitó el antifaz pero no podía ver porque era ciega. Ciega, sorda y muda. Pero lo peor de todo, ciega a las culpas.
Un juez no puede ser totalmente independiente e imparcial porque lee el diario, ve las noticias por televisión, está vinculado con redes sociales o recibe mensajes en su celular. No es un ermitaño antisociable del mundo que lo rodea, pero sí se tiene que circunscribir en los casos en que actúa solo a lo que existe dentro del expediente porque lo demás está “afuera del mundo”. Peor aún es cuando la sabiduría popular tiene razón “Los jueces no leen las causas ven la televisión” (anónimo).
Y, por más que tenga una formación personal o funcional o cosmovisión política, “su mundo” de trabajo son solo lo que dicen las fojas en las cuales se tiene que sumergir desapasionada y soberanamente de lo que ocurre en el mundo exterior que rodea su caso a juzgar. Su actuar debe ser conforme a derecho y no de acuerdo con tal o cual posicionamiento político-ideológico o, casi peor aún, a un vedetismo mediático, televisivo o cinematográfico o una serie o documental de Netflix o la productora que sea, como habría sido el caso que nos motivó a escribir estas reflexiones.
VELEIDADES Y VULNERABILIDADES
Las principales veleidades y vulnerabilidades de los funcionarios públicos de alta jerarquía, amén de los siete pecados capitales, son: El dinero. El poder. El despecho. Las adicciones. El alarde. La extorsión. El exceso de confianza. La vanidad. El deseo. El entusiasmo. El orgullo. La ignorancia. El encono. Los vicios. El placer.
Creemos que todo lo dicho alcanza y sobra para concluir que para revertir el estado actual de “crisis” judicial, el ejemplo debería provenir de abajo hacia arriba (desde el juez que nombra a los ex llamados “meritorios”) y hasta la forma inversa, particularmente, de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, como cabeza de un Poder del Estado, para abajo.
De abajo hacia arriba existen “modelos” elocuentes contraculturales que demuestran la diferencia de quienes trabajan en el poder judicial para “tener” un sueldo u obra social o asegurarse una buena jubilación en lugar de quienes “quieren” hacer justicia. Hay que hacer estudios previos al ingreso del poder judicial que mínimamente demuestren que los futuros empleados tienen una incipiente “vocación de justicia” y no que son otros sus motivos. Hay personas que honran a la justicia y otras todo lo contrario.
En el vértice de la cúspide de pirámide jurisdiccional se encuentra la Corte Suprema que debería dar el ejemplo del comportamiento ético de todo magistrado inferior en la escala jerárquica, como casi siempre lo han demostrado el modelo de grandes juristas y su debido comportamiento, aunque existan pocas excepciones en las que alguien puede estar en desacuerdo con algunos ministros por su comportamiento o desvío de poder que no han honrado correctamente la noble función institucional que representan.
CONCLUSION
En conclusión, si el ejemplo no viene de abajo hacia arriba ni de arriba hacia abajo, deberá provenir del medio donde, en la gran mayoría de los casos, subsiste casi heroicamente cierta “familia judicial” digna y bien entendida, porque el saneamiento de la Justicia hace a una institución republicana como cosa de todos que influye, más en los procesos penales, en la seguridad física y jurídica de la comunidad donde vivimos y es donde el hombre de a pie, el hombre común y todo los hombres del mundo que quieran habitar en el suelo argentino depositan y depositarán su postrera esperanza.
En definitiva, toda “crisis”, si lo es, implica el apotegma de convertirla en una oportunidad de hacer las reformas sustantivas y adjetivas e institucionales necesarias. En esta dirección se orienta toda nuestra nota.
Por eso, a partir de la “crisis” por la mala imagen que tiene la sociedad por el mal desempeño de un magistrado/a y para no meter todos los “gatos en la misma bolsa” y evitar el desánimo del descenso a las catacumbas de la injusticia, invitamos a los medios televisivos que toda nueva imagen de un juez indecente, indecoroso, deshonrado, ímprobo, negligente, inidóneo o corrupto sea rápidamente bombardeada por un sinnúmero de imágenes de los jueces que cumplen honradamente la función por la cual fueron instituidos, porque, está visto y comprobado, que “una imagen vale más que mil palabras”.
* Periodista, Secretario de Cámara de la Cámara Nacional de Casación en lo Criminal y Correccional y profesor universitario.