En la literatura urbana, donde abundan las casas de departamentos, siempre estuvo presente la figura del portero. Apareció por ejemplo en El portero, la novela del cubano Reinaldo Arenas ambientada en Nueva York, y también en “El punto de vista del portero”, uno de los Ensayos sobre subversión de H. A. Murena, que remite a un encargado porteño. Pero siempre se trató de personajes imaginarios, porteros de ficción.
Con Beatriz Sarlo, la historia literaria nacional incorporó un portero real, de carne y hueso, sin otra pretensión que la de mantener aseados los espacios comunes y atender las pequeñas necesidades de los copropietarios. Probablemente alguna de esas necesidades -una canilla que pierde, una llave extraviada- le haya permitido a este portero ingresar en el departamento, y en la vida, de la escritora y su gata.
Podemos imaginar que la gata Nini se convirtió en el punto de articulación de esa relación: habilitó el lugar de encuentro entre personas provenientes de mundos tan distintos, abrió el espacio de circulación de la palabra que va y viene, el ambiente del diálogo. Más difícil nos resulta imaginar en qué direcciones se expandió ese diálogo, qué clase de vínculo fue tejiendo entre los interlocutores.
Tras la muerte de Sarlo, muchos se han mostrado preocupados por el legado de la escritora, pero todo sugiere que en vida esa atención no excedía el llamado telefónico ocasional. Desde que perdiera a su compañero tres años atrás Sarlo vivía sola, y al parecer recibía pocas visitas. “Nadie la quería”, describió brutalmente un vecino, para explicar enseguida que carecía de hijos, marido o parientes. O amigos, podría decirse.
En el mundillo de los escritores, Sarlo era más temida que querida. Desde la revista Punto de vista, que fundó en 1978 y dirigió durante treinta años, y desde la cátedra de literatura argentina que ocupó también durante casi tres décadas en la Facultad de Filosofía y Letras, la ensayista y crítica se convirtió, buscándolo o no, en el árbitro del prestigio literario nacional. A quienes ella ignoraba sólo les quedaba el recurso de procurarse algún premio internacional.
Según testimonios de otros consorcistas del edificio de Caballito donde vivía, en los últimos tiempos se había visto que el portero acompañaba a Sarlo, que ya había superado sus ochenta años, a hacer algunas compras y a resolver algunas cuestiones domésticas, bajo la persistente mirada de la gata Nini que seguramente siguió ocupando un lugar central como excusa y disparador de las conversaciones entre ambos.
En algún momento la escritora sintió la necesidad -más bien afectiva, dado el recurso elegido para expresarla- de compensar al portero por su atención, y en junio de 2024 dejó sentada por escrito su voluntad de que “en caso de mi desaparición u otro accidente mi gata Nini deberá quedar a cargo de Alberto Meza”, el hombre de quien hemos estado hablando. Confiarle la gata era una declaración implícita de aprecio y reconocimiento.
Es probable que para entonces Sarlo ya hubiese estado pensando en legarle su departamento, pero había algo que la detenía en esa demostración de gratitud, como si no quisiera que un ejercicio relacionado con la propiedad y los bienes desnaturalizara lo que ella al parecer percibía o sentía o entendía como un vínculo estrictamente humano, no mezclado con cuestiones espurias o subalternas.
Pronto comprendió que por ese camino se corría el riesgo de que su voluntad más profunda finalmente no se cumpliera, y entonces, dos meses después, escribió una segunda carta: “Alberto Meza: quedás a cargo de mi departamento después de mi muerte. Y también quedás a cargo de mi gata Nini, que te aprecia tanto como te aprecio y te valoro yo.”
Aunque parece más claro en su intención, el lenguaje es ambiguo, y ahora los abogados se preguntan si la frase “quedar a cargo” implica o no una cesión de derechos. En una persona ducha en el manejo del lenguaje, semejante ambigüedad no puede sino ser deliberada. ¿Acaso el portero la había presionado para que dejara constancia del traspaso, y ella trató de zafar sin romper el vínculo pero dejando espacio para la controversia?
La posibilidad no puede ser descartada, pero la referencia a la gata Nini le resta mérito: la ensayista la habría omitido si se hubiese sentido bajo presión. Más bien lleva a pensar que Sarlo se resistió otra vez a hablar de bienes o propiedad porque eso habría supuesto una transacción, un pago, habría admitido la posibilidad de que Meza le hubiese prestado atención y la hubiese atendido con la esperanza de ser recompensado de ese modo.
Aparentemente, la escritora no quiso un lugar semejante ni para ella ni para el portero, no quiso ofenderlo ni ofenderse. Prefirió conservar la relación entre ambos al abrigo de lo humano y lo desinteresado; prefirió morir convencida de que la finalidad del diálogo que habían mantenido bajo la mirada de Nini había sido el diálogo mismo, y se escudó en la gata para declarar esta vez de manera explícita a Meza su valoración y su aprecio.
Pero llegó la muerte y Meza quedó a cargo, de la gata y del departamento, según el deseo de Sarlo. Dejó pasar un tiempo, podría decirse que elaboró su duelo, y finalmente decidió que la vida seguía, con las obligaciones que habían caído en sus manos: aparentemente vendió unos discos de la escritora para pagar los servicios y las expensas, tomó las cartas manuscritas, y buscó un abogado.