Política

La degeneración del sistema representativo

Por Juan Ruiz

Es una verdad de a puños que el sistema representativo adoptado por la Constitución Nacional como soporte del marco democrático se encuentra totalmente degenerado en la praxis política de la Argentina. La borocotización cunde entre los supuestos representantes de los ciudadanos como una mancha ominosa que no reconoce límites morales ni políticos.

Esta cuestión ha sido abordada reiteradamente por analistas y sociólogos que coinciden en señalar como conclusión de sus escrutinios que muchos legisladores y dirigentes ya han pervertido definitivamente el sentido de este instrumento constitucional en pos de sus ambiciones personales y han pasado de la representación ciudadana a la representación exclusiva de sus propios intereses políticos.

Para ellos todo se reduce a la sobrevivencia en un campo que la sociedad ve más como un vertedero de pasiones malsanas que como un foro de discusiones en el que se elaboren iniciativas destinadas a construir un andamiaje social que contenga a todos los sectores y tenga como norte la eficiencia de las instituciones estatales.

LAS SILLAS CURULES

La perduración en las sillas curules se ha convertido en el objetivo básico de los beneficiarios, las iniciativas que pueden beneficiar o perjudicar a la sociedad son siempre materia de negociados en los que mayormente priman los intereses particulares de los participantes o de sus jefes sobre el interés general como se ha visto recientemente en el tratamiento del proyecto de ficha limpia.

La cuestión no es menor porque impacta directamente en la base del sistema democrático que está constituida por el derecho al voto, cuyo contenido se desvirtúa porque en realidad el elector nunca sabe que está eligiendo en realidad, y esto produce lo que se vio recientemente en las elecciones de la Capital: la abstención de la mitad del padrón en un claro rechazo de toda la oferta política por parte del electorado.

Se empieza así a tener una democracia solo formal y renga, que sobrevive casi por inercia pero no por el buen funcionamiento de sus mecanismos selectivos. Sin embargo de ello, a los dirigentes les tiene sin cuidado estas señales que están indicando que el hartazgo ciudadano está llegando a niveles peligrosos. Salvo honrosas excepciones, nadie se preocupa por la buena salud del sistema político como eso fuera inocuo y la paz civil y la convivencia civilizada no dependieran de ello.

Hasta ahora esto es aceptado mansamente por una sociedad que en general no comprende la razón de la existencia de las instituciones que regulan la vida colectiva ni como su suerte personal está atada al respeto a ellas, ni tiene conciencia de las consecuencias del deterioro institucional ni que su vida personal no se termina en las góndolas del supermercado.

LA DECADENCIA

Por cierto en esta evidente decadencia de la política ha tenido mucho que ver la decadencia de la institución partido político como canalizador de corrientes de pensamiento ideológico.

En lugar de su función natural de foro de aglutinación de ideas, de vehículo para llevar al poder concepciones y programas políticos y de control de la gestión de gobierno, se han convertido en entelequias cuyos nombres son usados como simples marcas comerciales útiles para acceder a cargos públicos, lo que facilita el transfuguismo generalizado que la sociedad observa con estupor.

A menos que los partidos políticos como pieza fundamental del sistema que rige la convivencia social dejen de verse por sus miembros y seguidores como una agencia de empleos y comiencen a reestructurarse para recobrar el rol propio de su génesis de correa de transmisión de las aspiraciones de la sociedad y productor de programas de gobierno, el sistema político al igual que el sistema jurídico seguirán sufriendo el vaivén de nuevas maneras inorgánicas de ejercicio del poder alejadas de las reglas que construyeron la civilización occidental.