Opinión
Mirador político

La crisis parlamentaria

A dos meses de una crucial elección en la provincia de Buenos Aires Javier Milei enfrenta problemas graves en el Congreso para avanzar con el programa antiinflacionario. Toda la oposición -incluida la “dialoguista”- intenta dar sanción a proyectos que dinamitarán los fundamentos de la estabilidad.

La amplia mayoría opositora pretende aumentar el gasto público sin financiamiento y simultáneamente quitarle al Tesoro Nacional recursos para alcanzar el superávit que es el corazón del programa que frenó la pulverización de la moneda. Mañana, el peronismo, los radicales, partidos provinciales y hasta el PRO del Senado intentarán hacer volar el superávit por el aire aprobando proyectos con un costo fiscal que causa vértigo.

La causa del enfrentamiento entre el Gobierno y la oposición suele ser distorsionada. En primer lugar, no se trata de un conflicto ideológico. Nada tienen que ver ni von Hayek, ni Keynes. Para mileistas y opositores es un asunto pragmático. El recorte fiscal con restricción monetaria respondió de manera positiva e instantánea a la primera demanda popular: bajar la inflación. Por eso el Gobierno se aferra a la disciplina fiscal y la oposición intenta tumbarla.

Otra falsa afirmación es que el ajuste fiscal resulta impopular. Eso podrá ser cierto para los que viven (y no mal) del gasto público: políticos, gobernadores, senadores, diputados, empleados estatales, empresarios prebendarios, sindicalistas, etcétera. Los que viven del esfuerzo propio lo toman como un alivio, una buena noticia. Las elecciones realizadas hasta ahora y las encuestas lo demuestran.

Llorar por los jubilados desde una banca por la que se reciben 9 millones de pesos mensuales no hace a la dirigencia política más popular. Eso también está demostrado. Conclusión: los gobiernos destrozan el equilibrio fiscal no por demanda de los votantes, sino por conveniencia de los políticos.

Además de la hostilidad parlamentaria, Milei enfrenta otro problema: ¿qué hacer con la oposición en plena campaña electoral? ¿Sumarla en sus listas a cambio de apoyo en las cámaras o ampliar los bloques libertarios futuros con legisladores que respondan a la Casa Rosada sin intermediarios?

La alternativa resulta tan decisiva para la economía como de difícil manejo para la política. Llevar libertarios al Congreso dio lugar a malas experiencias. Entre otras, la del primer presidente del bloque de diputados nacionales de LLA que hizo rancho aparte a pocos meses de ocupar el cargo.

En resumen, la lealtad de los legisladores propios o de partidos aliados no depende de su “ideología”. Se trata de una cuestión de oportunidad y de mantenerlos aceitados con fondos fiscales, aun en épocas de escasa recaudación.

Bajo estas circunstancias la posibilidad de “consenso” en el Congreso es un eufemismo que intenta encubrir el más duro “toma y daca”. Especialmente en un ambiente de radicalización en aumento. Un mal clima en el que se vandalizan medios de comunicación o la casa de diputados que responden al Gobierno, naturalizando la violencia política que, ante los medios, se condena de los dientes para afuera.