Opinión
EL RINCON DE LOS SENSATOS

La cárcel y la rehabilitación de los presos

Hay una faena ejemplar que viene operando desde 2009 que ha producido resultados formidables. Se trata de la Fundación Los Espartanos constituida y piloteada por Eduardo Oderigo, abogado penalista de reconocida trayectoria. En resumidas cuentas, miembros de esa entidad visitan presidios y proponen que voluntariamente los presos adhieran a un programa que gira en torno al rugby pero que incluye charlas sobre valores desde muy diversos ángulos. Como es sabido, el deporte implica el respeto a reglas de juego, al compañerismo y la importancia del equipo, la condena a la trampa, saber perder y felicitar al adversario, saber ganar sin soberbias, ejercitar la disciplina, nunca darse por vencido y el correspondiente espíritu de superación.

Esta Fundación que comenzó en nuestro país, ahora tiene base en otros siete en todos los casos con igual éxito pues su influencia pone de manifiesto estadísticas extraordinarias en cuanto a la rehabilitación de ex presos, es decir, respecto a un cambio radical de actitud y por tanto a la no reincidencia. También la institución de marras facilita a los ex presidiarios contactos con empresas que están dispuestas a incorporarlos a sus plantas permanentes. Es notable el contraste con la situación de ex presos que no han accedido al programa que comentamos, en cuyos casos lamentablemente la reincidencia es muy grande.

Es que el tema de la rehabilitación siempre ha sido un asunto crucial. El encarcelamiento supone que por el mero hecho de que transcurra el tiempo la persona en cuestión modificará sus valores y prioridades. Este es a todas luces un supuesto falso. Como bien apunta el doctor en medicina Samuel Samenow en su obra Inside the Criminal Mind  constituye un error garrafal buscar causas fuera de las propias concepciones axiológicas de cada uno y no se trata de endosar responsabilidades fuera de la personalidad del delincuente. 

Constituye una grave ofensa a los pobres sostener que la pobreza produce delincuentes. Todos provenimos de las cuevas y de la miseria más espantosa de lo cual no se desprende que descendemos de criminales. Las familias, el medio ambiente y la educación influyen pero no determinan puesto que el ser humano no es un robot. Todos los que tuvieron éxito en la vida en los más diversos ámbitos -como queda dicho- descienden de la pobreza más extrema (cuando no del mono). Por otro lado, no hay más que ver las fortunas  colosales de los traficantes de drogas y los abultados patrimonios de empresarios prebendarios que aliados al poder de turno viven a expensas del prójimo y a contracorriente de lo que son mercados abiertos y competitivos. No hay correlato alguno entre ingresos y delito, la correlación es con el abandono de los principios morales de convivencia civilizada, a saber, el respeto recíproco.

También es frecuente intentar exculpar a los delincuentes al concluir que son “enfermos mentales”, falacia que explica muy bien el médico-psiquiatra Thomas Szasz en su libro El mito de la enfermedad mental al señalar que desde la perspectiva de la patología una enfermedad significa lesión de células, tejidos o cuerpos, pero las ideas no están enfermas.

A esta magnífica experiencia de la Fundación Los Espartanos habría que agregarle lo que hemos comentado en otras oportunidades, cual es la privatización de las cárceles en cuyo contexto los presos trabajan para mantenerse y para restituir lo restituible a las víctimas. Sin duda es una tremenda injusticia que las víctimas y el resto de la sociedad, además de haber recibido daños muchas veces irreparables deban mantener delincuentes. Estimamos que este agregado completaría la mejoría del cuadro de situación, en abierto contraste con la politiquería barata y peligrosa de soltar presos antes de haber cumplido con la condena, quienes suelen seguir el ejemplo de gobernantes corruptos.