Opinión

La bandera de un país católico desde el origen

Por Santiago Rospide*

Pasaron dos siglos ya de la muerte de este gran arquetipo militar, quien gracias a sus acciones y obras contribuyó de manera significativa a restaurar esta patria que -aunque ya lo era en tiempos del Imperio español, fiel a sus tradiciones pero enemiga de la Revolución política anticristiana del siglo de la Ilustración- fue forjando su destino.
Queremos rendirle un justo homenaje al creador de la Bandera, pero no al estilo escolar de la efemeridiología oficial sino al genuino y auténtico, que nos lleva a los orígenes católicos de nuestro sentir nacional.

CATOLICO PRACTICANTE

Belgrano era católico y murió católico. Es más, era un católico practicante. Si la gente no lo sabe es porque la historia oficial se lo ocultó y escondió a sabiendas, y porque no le conviene.
En su condición de hombre de armas y como comandante de ejércitos en operaciones dirigía junto a su tropa -personalmente y a diario- el rezo del santo rosario, y lo hacía previo y finalizados los combates y batallas: Vilcapugio y Ayohuma son ejemplos de ello, pero hay muchos más.
El triunfo memorable de la batalla de Tucumán fue atribuido -según él mismo reconoce- exclusivamente a la protección e intervención decisiva y celestial de la Virgen de la Merced, que por eso fue declarada por Belgrano, patrona y generala del Ejército Argentino.
Claro que estas prácticas religiosas y estas acciones sobrenaturales escandalizan y retuercen los espíritus apocados y alejados voluntariamente de la gracia divina o en estado de permanente acedia espiritual. Tal es el caso de su más conocido biógrafo quien relata que durante las invasiones inglesas -prolegómenos históricos e inaugurales que culminarán en nuestra mayoría de edad como nación independiente- no podía entender esta predisposición cuasi mística y religiosa de Belgrano.
Dice Bartolomé Mitre que nuestro héroe “no se daba cuenta racional” de todo el espíritu y el empuje independentista que los ingleses insuflaban en los patriotas con sus vientos de libertad, igualdad y fraternidad y así “conquistaban los corazones a sus ideas”; porque el creador de la Bandera “lo atribuía (expresa Mitre con desdén) a las miras inescrutables de la Providencia”.
Y tenía razón, porque así lo creía el vencedor de Tucumán y Salta. Por eso torció Mitre, redireccionó y desvirtuó el verdadero significado de nuestros orígenes patrios, calumniando así la cosmovisión católica –que él detestaba–, tanto de Belgrano como la de San Martín en sendas biografías.

INSPIRACION
Pero vayamos a nuestro tema principal. ¿En quién o en qué se inspiró Belgrano con los colores de la bandera? Digámoslo tajantemente para escandalizar a los agnósticos como es el caso de su biógrafo y el de su venerable amigo, Sarmiento.
El general Manuel Belgrano se inspiró en los colores del manto de la Virgen María más precisamente en su advocación de la Inmaculada Concepción. Dirán los escépticos y racionalistas, ¿dónde está escrito eso, si Belgrano no lo dejó asentado en ningún lado? Y por qué lo tendría que haber dicho, si ya estaba todo más que conocido. Pasemos a puntualizarlo en pocas líneas.
Belgrano era católico practicante, como dijimos. Tan practicante que cuando se graduó de abogado en la península juró defender el dogma de la Inmaculada Concepción; así como diametralmente opuesto a él, ahora algunos juran defender el derecho al aborto democráticamente; Belgrano como católico coherente y monárquico, creía en Dios y no en la diosa razón.
Tanta devoción tenía por la Virgen -como dijimos rezaba con unción el rosario diariamente- que al regresar de la España peninsular y asumir el cargo de secretario del Consulado puso bajo la advocación, tutela y patronazgo de este, a la Inmaculada Concepción de María, cuyo escudo -el del Consulado- lleva los colores azul y blanco de su manto. Era tradición entonces que los que jurasen voluntariamente defender el dogma de la Inmaculada portaran también una cinta con sus colores azul y blanco en su vestimenta. Vayamos prestando atención a los colores nombrados.
Tengamos en cuenta que la Inmaculada Concepción ya era patrona del reino de España, así como de las Indias; y que la real orden de Carlos III materializaba en su condecoración un medallón esmaltado con los colores azul y blanco, lo mismo que la cinta de la cual este colgaba con los colores de la Inmaculada.
Claro que estamos en el año 1771, cuarenta años antes de su creación. Pero algunos nos dirán llegados hasta aquí: a qué viene todo esto si Belgrano expuso textualmente en sus razones al Triunvirato en febrero de 1812, lo siguiente: “He dispuesto para entusiasmar las tropas (…). Siendo preciso enarbolar Bandera, y no teniéndola la mandé hacer blanca y celeste, conforme a los colores de la escarapela nacional y espero que sea de la aprobación de Vuestra Excelencia”. Y tiene usted toda la razón, respondemos nosotros. ¿Alguien puede pensar que “para entusiasmar las tropas” creyentes y católicas a machamartillo como era en los tiempos del virreinato -y que venían de enfrentar a los herejes británicos en las últimas invasiones-, se les podía encender sus bríos y su empuje enarbolando otra bandera mejor que no tuviera los colores azul y blanco?
Eso sí, lo que no se le enseña a la gente es de dónde provienen los colores de la escarapela, y nosotros se lo recordamos ahora.

INVASIONES INGLESAS
Durante las Reconquista de Buenos Aires en 1806 -invadida por los ejércitos que Mitre tanto admiraba-, las tropas de Juan Martín de Pueyrredón emplearon como distintivo de guerra antes del combate de Perdriel el real pendón que bordaron las monjas catalinas de Buenos Aires en 1760 -que se encontraba entonces custodiado en Luján-, y se lo entregaron a las tropas patriotas. El paño tenía dos escudos, el del rey y el de la Inmaculada Concepción, patrona de Luján; ambos con los colores antes señalados. Cuando el Cabildo de la Villa de Nuestra Señora pensó en ofrecerle algo que ayudara a las tropas de Pueyrredón en su lucha contra el invasor inglés no hizo cosa mejor que entregarle dicho estandarte.
Y no sólo eso, el comandante de los húsares además ordenó portar una divisa de combate en forma de dos cintas anexadas al cuello, de colores azul y blanco como los de la Inmaculada, y de 38 centímetros de longitud igual que la medida de la imagen sagrada.
En 1807, durante la Defensa de Buenos Aires siguieron portando las mismas insignias marianas. ¿Tiene algo que ver esto con los colores de la escarapela? Sigamos el hilo de nuestra fundamentación para ir concluyendo.
Cada vez que pasaba por Luján con sus tropas en alguna de sus marchas militares, Belgrano como fiel devoto de la Virgen, pasaba a venerar su imagen. Es decir que su devoción era notoria y para nada ocultada a toda la sociedad de entonces. Tan es así que su hermano, el sargento Mayor Carlos Belgrano -comandante militar de la Villa de Luján y presidente del Cabildo-, atestigua: “Mi hermano tomó los colores de la bandera del manto de la Inmaculada de Luján, de quien era ferviente devoto”. Todo parece una crónica de los tiempos más oscuros e intolerantes de la España de Felipe II, diría el panfletario autor del Facundo; pero no, son las crónicas de la época del creador de la bandera. Y fue el mismo agnóstico Mitre quien reconoció también que podría adjudicársele el origen de los colores de la bandera, “en señal de fidelidad al rey de España Carlos IV, que usaba la banda celeste de la orden de Carlos III [como explicamos antes]… la cruz de esta orden es esmaltada de blanco y celeste, colores de la Inmaculada Concepción de la Virgen, según el simbolismo de la Iglesia”, dice el historiador liberal. ¿Se va entendiendo entonces?

ORGULLO Y ADMIRACION
Finalmente, ¿era necesario que quedara una copia manuscrita de Belgrano y autenticada por escribano público para confirmar el origen sagrado de los colores del pabellón nacional?
El creador de la Bandera -como buen católico- sabía según la tradición del pueblo cristiano, el significado de esos colores y a los cuáles hacían referencia, a los del manto de la Inmaculada Concepción de María, de la cual era su más ferviente cofrade.
¿Era necesario decirle al Triunvirato, del cual el anticristiano Rivadavia era su alma mater, las razones de esta resolución belgraniana? Si ya estaba aprobada la escarapela, en función de esos colores que indican tal devoción, aunque no se lo dejó por escrito tampoco, ¿para qué develar el secreto a un hombre impío como Rivadavia, que luego demostró con el tiempo su odio a la Iglesia católica y su enemistad abierta con el general San Martín? ¿No era como confesar y delatar su propósito y echar por tierra su anhelo “in pectore”?
La historia no necesita de manuscritos a veces para fundamentar, sólo con adentrarse en la cosmovisión de los personajes y en la tradición oral como en este caso, alcanza con interpretar sus obras. Por todo ello, nosotros sentimos verdaderamente orgullo y admiración, e inclinamos nuestras testas frente al paño y los colores de nuestra enseña patria, que refieren toda ella a los del manto de la Santísima Virgen María.

*Coronel retirado, profesor universitario en Historia. Especialista en Historia Militar contemporánea. Miembro de número del Instituto Argentino de Historia Militar. Autor de ‘El sueño frustrado de San Martín, el militar que no traicionó la fe católica para defender a la patria’, y de reciente publicación: ‘La Revolución francesa: una inspiración demoníaca’, Milites Dei, 2024.