“Ajústense los cinturones”, pidió Javier Milei anteayer hablando para una audiencia empresaria. Es la consigna que transmiten los comandantes aéreos cuando prevén turbulencias y ataques de vértigo. Milei promete acelerar su agenda de reformas, para lo que se siente ratificado por la elección de octubre. Él se siente firme y seguro.
El anuncio de un amplio acuerdo comercial con Estados Unidos (que divulgó una semana antes la Casa Blanca) atornilla más firmemente el soporte que la Casa Rosada ha encontrado en Washington. Sumado al claro respaldo ideológico y material que la administración Trump le ha ofrecido, ese convenio, cuyas cláusulas no son públicas aún (y en muchos casos no están escritas siquiera), insinúa una trascendencia mayor que su dimensión estrictamente comercial: allana el paisaje de obstáculos y alienta una corriente de inversión, que en primera instancia se notaría en campos donde el país cuenta con recursos naturales abundantes y con notables ventajas comparativas y, a un plazo más extendido, parece inscribirse en un gran programa de integración económica que Trump ya ensaya en América del Norte redefiniendo lo que fue el NAFTA (ahora T-MEC ,“Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá”) con rasgos generales similares a los que se han anunciado para el acuerdo con Argentina, y hasta con la atrevida sugerencia de que Canadá se convierta en un estado más de los Estados Unidos.
De los detalles del entendimiento que han trascendido, algunos análisis han puesto el acento casi exclusivamente en los rubros de intercambio para destacar su asimetría: “Argentina cede mercado en 12 de los 16 puntos que se mencionan, Estados Unidos solo se compromete en cuatro”. Esa constatación sólo parece atenerse a una perspectiva mercantilista (esa tendencia económica que predominó en Europa entre los siglos XVI y XVIII). El economista Martín Redrado admitió el desbalance en lo comercial pero destacó que “el beneficio para nuestro país aparece en el capítulo de inversiones, un punto poco habitual en este tipo de acuerdos”. Por su parte, el presidente de la Unión Industrial Argentina, Martín Rapallini, se mostró optimista con el acuerdo proyectado inclusive en el plano comercial :“Abre una oportunidad de crecimiento muy importante –dijo- porque Estados Unidos es un país netamente importador. Japón firmó en 2018 un convenio similar y le está yendo muy bien: duplicó las exportaciones a Estados Unidos”.
En rigor, el convenio en ciernes, al despejar pesados velos de desconfianza merced a las prácticas y garantías que exige la articulación con la mayor potencia de Occidente, abre para la Argentina la posibilidad de facilitar tanto el intercambio como la inversión privada. La caída del índice de riesgo país como consecuencia de esta alianza promete un pronto reingreso de Argentina al mercado de capitales y, de hecho, ya ha incentivado ese paso en el sector privado, donde se han registrado colocaciones de deuda por más de 3.000 millones de dólares. Desde el sector público, el gobierno porteño se animó a buscar financiamiento internacional y tomó deuda por 600 millones de dólares al 7,8 por ciento, una tasa relativamente razonable, aunque quizás más alta que la que podrán conseguir empresas (¡y provincias!) en algunos meses, cuando el riesgo país esté debajo de los 500 puntos. Financiamiento más barato equivale a más posibilidades de inversión y, como consecuencia, una ampliación de laas oportunidades de empleo, que es una de las mayores preocupaciones actuales de la opinión pública.
Junto con la ampliación de las perspectivas, el despliegue de este cambio de orientación requerirá mayor apertura a la competencia a una economía que en muchos sectores tiene sus articulaciones enmohecidas por la ausencia de ese ejercicio. Desde un costado de la política se percibe la apertura como una amenaza y se opta por la resistencia. Es el caso del kirchnerismo, inclusive de su rama disidente: el ministro de Producción bonaerense, Augusto Costa, sostuvo que el acuerdo proyectado es “parte de una estrategia ruinosa, de subordinación y entrega de soberanía que pega de lleno en la provincia de Buenos Aires”. El gobernador Kicilof definió el entendimiento como “un nuevo estatuto del coloniaje”; aunque lo hizo en un acto de la Juventud Peronista, empleó una retórica anterior a Perón, forjada por la prédica nacionalista de la década del 30 del siglo pasado.
Perón podría, en cambio, ser citado como un antecedente del acuerdo que está en desarrollo. La recurrente evocación de la consigna “Braden o Perón” de las elecciones de febrero de 1946 induce a un equívoco; fue un instrumento que dejó servido en bandeja la intervención agresiva del breve embajador estadounidense Spruille Braden que se movió como agente coordinador de la coalición opositora a Perón, la Unión Democrática. Braden mantendría esa hostilidad desde sus funciones como Secretario de Estado adjunto durante el gobierno demócrata de Harry Truman.
Pero Perón mantuvo, aún soportando esa tendencia adversa, una postura acuerdista con Washington que canalizaría a través del embajador estadounidense en Buenos Aires, George Messersmith, quien mantuvo enfrentamientos con Braden, su superior, en defensa de un entendimiento con el gobierno peronista.
La oportunidad llegaría con el cambio de signo del gobierno en Estados Unidos. El 20 de enero de 1953 asumía la presidencia el republicano Dwight Eisenhower, general de cinco estrellas y héroe durante la Segunda Guerra. La primera novedad la produjo el nuevo secretario de Estado, John Foster Dulles con un mensaje dirigido a Perón: "La Argentina y los EE.UU. son ambos líderes reconocidos de la comunidad americana", señalaba uno de sus párrafos.
Poco después, en julio de ese mismo año, llegó a la Argentina en visita oficial, Milton Eisenhower, hermano del Presidente y enviado por este. Perón no desaprovechó la oportunidad de establecer una relación amistosa y constructiva con el nuevo gobierno norteamericano. “Decir que la recepción que me brindó Perón me dejó atónito es un pobre eufemismo: alfombras rojas, bandas pintorescas, guardias militares de honor por todas partes”, describiría años más tarde el enviado en sus memorias- En lo inmediato, el embajador estadounidense en Buenos Aires, Albert Nufer, informaba detalladamente al Departamentp de Estado apenas concluida la visita del hermano Milton y después de verse con el Presidente argentino: “Perón todavía está bajo el hechizo de la personalidad del doctor Eisenhower, literalmente burbujeante de buena voluntad y entusiasmo. Dejó muy en claro que él personalmente estaba encantado de que todo hubiera salido tan bien, sin nada que empañara la estadía. Dijo que ahora tenía, por primera vez, la clara impresión de que el gobierno de EE.UU. no estaba mal dispuesto hacia el suyo y que existía por ende una verdadera oportunidad para mejorar las relaciones (...). Dijo que comprendía que no podía haber un cambio drástico e inmediato en la actitud de la prensa norteamericana, pero que esto ya no era importante porque él estaba convencido de que el gobierno de EE.UU. compartía su creencia en que el mejoramiento de las relaciones entre Argentina y EE.UU. era altamente deseable".
Nufer comenta que en la conversación con el Presidente argentino, éste se extendió en su idea de que podía sobrevenir una tercera guerra mundial; a la hora de la despedida le pidió que le transmitiera al Presidente un saludo amistoso y agregó esta frase: “Él es un general con más antigüedad que yo, de modo que me pondré a sus órdenes”. El cable de Nufer reportaba que Perón exponía una indubitable vocación anticomunista del líder justicialista y que había reiterado su voluntad de recibir inversiones extranjeras. Poco tiempo después, el Congreso aprobaría el proyecto de garantía a las inversiones extranjeras y Perón enviaría a las Cámaras la propuesta de contratos de explotación petrolera a cargo de empresas controladaas por Standard Oil.
En octubre de 1953 Perón visitó Paraguay y allí expuso una idea que desplegaría en enero del año siguiente en un mensaje a la gran Feria de las Américas organizada en Mendoza: la de la unidad americana de polo a polo, “del Ártico a la Antártida”.
El mensaje de Mendoza tiene párrafos muy claros: “"El único recurso para lograr que la independencia económica no sea un simple eslogan de circunstancias y de finalidades políticas, es el que nos impone, como un signo de nuestro tiempo, organizar nuestra complementación económica y echar sus bases definitivas en América. Esta no es cuestión de palabras, sino de realidades. Es indudable que el destino de América terminará en la unión continental de todos sus pueblos, desde el Ártico a la Antártida. Esta unión continental será realizada plena y absolutamente aunque no les resulte grato a quienes proponrn un nacionalismo estéril que, aun cuando resulte extraño, carece de sentido nacional (…) un nacionalismo realista e inteligente es el de aquellos países que cumplen solidariamente con las exigencias de sus funciones internacionales mediante una adecuada y progresiva complementación”. En 1997, Carlos Menem le obsequió a Bill Clinton una copia encuadernada de ese mensaje de Perón.
Perón entendía que la lógica de la integración que apuntaba al continentalismo y el universalismo constituía la tendencia histórica de fondo, la determinante, a la que no era realista ni inteligente enfrentarse. Se trataba de custodiar y desplegar lo propio en el seno de esa ola, no luchando contra ella.
Milei eligió sumergirse en esa ola sin beneficio de inventario, al estilo que aconsejaba Bonaparte: On s'engage et puis on voit (Hay que meterse y después ver). Aunque su apuesta por Trump fue incluso anterior a convertirse en Presidente, ya en ejercicio, y en una situación que llegó a amenazar su gobernabilidad los hechos lo empujaron a zambullirse como mejor alternativa. La corriente lo llevó, en principio, a zona segura.
El realismo empujará en su sentido a otras fuerzas que comprenden la naturaleza de la situación y entienden que para defender mejor los intereses que representan deben participar de la misma tendencia y discutir en su seno. La Libertad Avanza está a un paso de convertirse en la primera fuerza de la Cámara de Diputados en base a ese magnetismo.De otro lado, la dialéctica de la confrontación por la que parece optar una parte de la oposición produce aislamiento y diáspora que desembocan en el agujero negro de la nostalgia perpetua.
Argentina y su sistema de poder han ingresado en una nueva etapa de recomposición.