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Identidad y pertenencia: la grave crisis que enfrenta la Unión Cívica Radical
El centenario partido, puede decirse, que atraviesa su peor momento histórico, tal vez el de mayor incertidumbre de cara al futuro.
En los próximos días la UCR se encaminará a renovar sus autoridades nacionales. En simultáneo y como consecuencia de los últimos resultados electorales el partido experimentará una sensible reducción de sus representaciones parlamentarias, tal vez la más significativa desde la restauración democrática de 1983 hasta el presente.
Puede entonces decirse que la UCR atraviesa su peor momento histórico, tal vez el de mayor incertidumbre de cara al futuro. Sin embargo no puede decirse que únicamente debido a una magra cosecha electoral un partido político experimente una crisis. Hay cuestiones más trascendentes a la hora de identificar una situación problemática.
La política es cuestión de representación y un partido político tiene futuro cuando genuinamente representa a un sector social o su ideario se identifica con una determinada aspiración o expectativa de la sociedad o parte de ella.
Durante muchísimos años el radicalismo representó la esperanza de construir una sociedad y un Estado democráticos, donde el imperio de la Constitución y la ley, el respeto por la voluntad popular, legalidad y los derechos humanos fueran una realidad. Fue el histórico garante de las clases medias, asegurando la vigencia de la democracia y la paz interior.
También en cierto momento de su historia representó la garantía de las libertades públicas frente a los abusos de poder de parte de otras fuerzas políticas o de gobiernos dictatoriales. Supo oponerse a los autoritarismos de variado signo sosteniendo un criterio de moderación, de respeto a la convivencia pacífica y de tolerancia pluralista.
INSIGNIFICANCIA INSTITUCIONAL
En los últimos tiempos quizás como consecuencia de la impresión generalizada del triunfo de aquellos ideales o de que la sociedad considera fuera de peligro por la definitiva consolidación del sistema democrático luego de más de cuatro décadas desde su recuperación en 1983 que tuvo al radicalismo como protagonista indiscutido, la UCR parece un partido -o varios partidos dada la dispersión de carácter territorial o de sus liderazgos individuales por acción de algunos de sus dirigentes- al borde de la insignificancia institucional.
Alguna vez escribimos que tal como lo define su “Profesión de Fe Doctrinaria” el radicalismo es la corriente histórica de la emancipación nacional. Entendiendo en consecuencia que la UCR es una permanencia y no depende de circunstancias que pueden resultar fluctuantes o variables.
Es obvio que la UCR padece hace varios años una crisis que se relaciona con su identidad y sentido de pertenencia. Sin intención de filosofar en torno a estos conceptos que resultan frecuentes en el lenguaje de la política,se trata de un valor entendido al que todos se refieren cuando intentan destacar la trascendencia de una persona, institución o entidad que sirve y actúa como modelo o paradigma para una buena parte de la sociedad.
Tal es el caso de la UCR, partido político más que centenario y cuyo peso cualitativo tiene siempre un valor igual o superior que el número de sus seguidores. ¡Como será la incidencia del radicalismo en la vida cívica de los argentinos que cada vez que aquél ha sufrido una crisis o una división, las secuelas de ello han causado daño no solamente al propio partido sino al funcionamiento mismo de las instituciones democráticas del país! Esta columna se ha ocupado de ello en anteriores ocasiones.
AGENTE PACIFICADOR
Así fue como en el siglo XX sobre todo cada catarsis de los radicales aparejó rupturas y discontinuidades en el orden constitucional, poniendo en emergencia la gobernabilidad y acrecentando los riesgos de la vida democrática y en libertad.
No es exagerado afirmar que el radicalismo argentino tiene a su cargo un deber adicional del que no se puede excusar: su condición de agente pacificador del pueblo en su conjunto, ya que frente a los duros enfrentamientos de las facciones sectoriales, el modelo social de la UCR procura el predominio del bien común y del bienestar general; o sea, el triunfo del solidarismo sobre el egoísmo y el éxito del altruismo sobre el individualismo.
El radicalismo por ello no puede ser indiferente a la cuestión social ni puede desentenderse de los apremios con que la necesidad insatisfecha limita el goce de las libertades y garantías.
Ha habido en el mundo otros partidos denominados "radicales" en otros países, pero la suerte dispar de ellos comenzó a partir de la pérdida de identidad de esas fuerzas. Sin ir más lejos y como mero repaso recordemos el radicalismo español (De cierta importancia en la formación de gobiernos durante la segunda República), el radicalismo francés (Protagonista de gobiernos parlamentarios de la III y IV Repúblicas ) y el radicalismo chileno (Que supo dar presidentes al país hermano).
La pérdida de identidad significa un alejamiento de aquello que le dio orígen. En el caso del radicalismo argentino su razón de ser como decía Leandro Alem era “la causa de los desposeídos”, todo un desafío.
Y al perder la identidad, se fue alejando la pertenencia o membrecía, hasta quedar reducidos a meros apéndices de formaciones sin consistencia identitaria ni ideológica.
PRINCIPIOS Y DIRIGENTES
En la senda correcta, Hipólito Yrigoyen advertía hace un siglo: "que se pierdan mil gobiernos, pero que se salven los principios". Los principios dejan de ser claramente visualizados por la ciudadanía cuando los dirigentes se mimetizan con las antípodas.
La primera transparencia que cabe exigir es la del respeto y consecuencia con la razón de ser de un partido: podrán cambiarse las metodologías de trabajo y de acción, pero no pueden arriarse los valores emblemáticos que peculiarizan a una fuerza política.
Ante la pérdida de la confianza popular hay que empezar de nuevo, diría otra vez Yrigoyen; para que renazca la credibilidad en una herramienta que no es fácil de sustituir.
Pero ¡cuidado! porque aquella afirmación de que las civilizaciones pueden ser mortales y se extinguen, también cabe a los partidos políticos, que no tienen asegurada la eternidad si toman caminos como la frivolidad, el logrerismo, el tacticaje o el simple vaciamiento de sus contenidos históricos que le imprimieron su "identidad".
¡Cuidado con los socios circunstanciales! Se ha podido ver el resultado de alianzas y coaliciones de contenido puramente electoralista. Aquello de que el pabellón cubre la mercadería ya no engaña a nadie. El pueblo está más que esclarecido pues no tiene el velo que nubla la visión de algunos dirigentes que viven sumergidos en una suerte de autismo.
Desde su sabiduría inspiradora el mismo Hipólito Yrigoyen señala el derrotero en situaciones como la que se ha descripto: