POR DANILO ALBERO
Muerte de un miliciano, foto hecha por Robert Capa en el atardecer del 5 de septiembre de 1936, durante la Guerra Civil Española, es quizá la imagen referencia de todos los fotoperiodistas de guerra que la sucedieron.
Esa toma, realizada en el fragor de la carga de soldados republicanos contra una posición franquista, muestra al miliciano en el momento en que corre hacia un lugar fuera del campo visual de la imagen y es abatido por una bala enemiga para desplomarse con los brazos abiertos.
La foto fue publicada en el semanario francés Vu, posteriormente en Paris-Soir y Regards; y en, julio de 1937, en Life, ahora con un pie: “Un miliciano español en el momento en que cae, alcanzado por una bala en la cabeza”. Al igual que en Europa, la foto causó sensación en Estados Unidos, pero en este caso con ribetes de escándalo porque el público estadounidense no estaba habituado a imágenes explícitas de violencia; por esta razón muchos lectores escribieron cartas de queja a la redacción.
Ya en el ámbito del cine, González Iñárritu llamaría a Muerte de un miliciano con el nombre de su película: 21 gramos. El título alude a las experiencias del doctor estadounidense Duncan MacDougall quien, en 1907 intentó medir el peso del alma humana, realizó el experimento con seis pacientes moribundos utilizando balanzas de alta sensibilidad; observó una pérdida de peso de 21 gramos luego del momento de las muertes.
Todas estas ideas se me cruzaron a raíz de un artículo de una revista literaria española que tenía archivado; su título, si no es un pleonasmo, da lugar a confusión semántica: “Imágenes icónicas del siglo XX” y una de ellas, Muerte de un miliciano, es de mi fotógrafo favorito.
La confusión semántica deriva de las acepciones del vocablo “ícono”: imagen, y esta, a su vez, admite muchas derivas. La primera es la segunda acepción del vocablo “idea”, para la RAE: “imagen o representación del objeto percibido que permanece en la mente”. A su vez idea, es un término derivado del latín idea (imagen, forma, apariencia), proveniente del griego antiguo idea (aspecto, apariencia). De donde resalta la polisemia de la palabra “imagen”, según la RAE: “figura, representación”; que puede aludir a pintura, escultura o fotografía, también a la idea que uno tiene de algo, i.e. “la imagen pública de alguien”. A su vez icono, deriva del griego eikon (semejanza, imagen, retrato) que engloba a todas las acepciones referidas en las palabras antes mencionadas.
MOLECULAS DE INFORMACION
Volviendo a Muerte de un miliciano, esa imagen es todo lo que tenemos de él, nada podemos saber de qué pensaba en ese momento, tampoco su vida anterior; cada foto incluye moléculas de información y un universo de desconocimientos de quienes la observamos; mientras más muestra, menos sabemos. Porque la muerte de una persona no es solo la de su presente y pasado, también es su futuro, lo que pudo hacer o dejar de realizar. Aquí reside la diferencia entre una representación fotográfica y una pintada o dibujada ─en las dos últimas, la información suele acompañar o preceder al ícono─. Sin embargo conozco un punto de inflexión; otra foto en la que un hombre pierde 21 gramos, pero en este caso sabemos todo de la vida de los involucrados.
El 1 de febrero de 1968, mediando la guerra de Viet Nam, Eddie Adams, fotógrafo de Associated Press, registró el momento en que Nguyen Ngoc Loan, general de la policía survietnamita, uniforme de combate, chaleco antibalas y camisa arremangada, le dispara en la sien derecha y a quemarropa a un prisionero vietcong, de camisa a cuadros de mangas cortas, que acaba de ser capturado, con evidentes huellas de golpes en el rostro y las manos atadas a la espalda. Esta foto es la tercera de una secuencia de cuatro: la primera y la segunda, cuando el cautivo avanza rodeado de soldados, y la cuarta, el momento en que el impasible Nguyen Ngoc Loan enfunda su revólver y el prisionero, de pantalones cortos negros y descalzo está en el piso, en su último estertor, con las piernas encogidas y los dedos de los pies contraídos; ha perdido 21 gramos.
Ya en mi rol de fotógrafo aficionado, las tomas de Eddie Adams, me hacen fabular acerca de qué momentos de la historia me gustaría registrar para ser tenidas por “imágenes icónicas”, las circunstancias en las que me hubiera gustado ser testigo; varían con el tiempo. Estar con los ignorados pintores y pintoras de las cuevas de Altamira; el encuentro de Moctezuma y Cortés; la construcción de la catedral de Notre Dame; en la ciudad de Constantinopla, las semanas finales de su asedio, caída y entrada de Mehmet el Conquistador a la iglesia de Santa Sofía; una travesía descendiendo el Mississippi en la época de los vapores a ruedas y otra en un clipper de los que hacían la ruta Boston-China, vía Cabo de Buena Esperanza. La última, haberlo seguido a Ötzi el hombre asesinado en los Alpes italianos en la edad de cobre, se sabe que un flechazo por la espalda, a la altura del hombro izquierdo, le destrozó una arteria y murió desangrado. Sólo eso, sus asesinos no se molestaron en robar sus valiosas pertenencias, incluida su hacha de cobre.
LA HIPERFOTO
En todos estos casos mis elecciones remontan al parentesco e interrelación entre idea e ícono, las fotos que me hubiera gustado hacer remiten a la magia de las imágenes provocadas por lecturas; el intermediario ha sido la palabra. Y una palabra lleva a la otra así, como hay hiperónimos (del griego hyper = sobre, por encima de y onomastós = dar nombre), palabra cuyo significado engloba a otros, i.e. ave es hiperónimo de picaflor y buitre; estimo que hay una hiperfoto, la foto que las contiene a todas.
Esa foto es Boulevard du Temple (1838) de Louis Daguerre, conocida por ser la primera toma que muestra a dos personas en la calle. Fue realizada desde una ventana, a un desconocido que se prestó, mientras se hacía lustrar los zapatos, a posar casi quince minutos inmóvil para que el fotógrafo pudiera plasmar la placa. A esa hora, que supongo mediodía dada la necesidad de luz natural para registrar la placa, el Boulevard estaría abarrotado de gente y de carruajes; sin embargo, por el largo tiempo de exposición, de toda esa masa en movimiento no se ve absolutamente nada; nada quedó registrado; sólo, en la parte inferior izquierda de la placa sobre gelatina de plata, el cliente y el lustrabotas.
He tratado de imaginar la historia ausente de esos dos protagonistas desconocidos, únicos testigos del ajetreo no registrado a su alrededor; visibilizar lo invisible, lo cotidiano y lo intrascendente. En ese daguerrotipo, medio París podría estar presente, pero no se ve, porque la imagen concierne a una sola persona; ¿y de qué manera ha sido captada y recordada esa vida desconocida?: en un momento banal, haciéndose lustrar los zapatos. Un gesto que, de improviso, asume el sentido de toda una existencia humana.
Me parece abismal y, a la vez, quintaesencia del arte de la fotografía.